SOMOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE DIOS – Santiago Casanova

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Un don de Dios. Eso es lo que son los medios de comunicación. Vuelvo a repetirlo: un don de Dios. ¿Qué ha pasado para que tantas veces los veamos como una amenaza? ¿Qué sucede para que nos dé miedo usarlos? ¿Por qué no nos esforzamos más en conocerlos? ¿Cuál es la razón para que sea algo de segunda categoría tantas veces en nuestros esfuerzos misioneros?

Dios es comunicación en sí mismo. Una Trinidad plena de relaciones que desde el principio quiso darse a conocer, quiso revelarse, quiso contarse. Desde la primera página del libro del Génesis hasta la última del libro del Apocalipsis, lo que hay, sin duda ni discusión, es un comunicarse de Dios, un decirse, un mostrarse, un desplegarse, un donarse hacia afuera, un querer relacionarse con la humanidad creada por Él.

Como Iglesia hemos heredado también parte de esa misión y, como Cuerpo de Cristo, nos hacemos visibles y nos incorporamos a la historia, no para autoanunciarnos o para subsistir como institución sino para comunicar el Evangelio. Si algo somos es «comunicadores». Si por algo creemos es porque alguien nos ha comunicado la Buena Noticia de Jesús Resucitado.

En pleno siglo XXI, uno tiene la sensación de que vive asfixiado por tanta información. A los tradicionales medios de comunicación, a los que ya nos habíamos acostumbrado, se unen ahora aquellos propiciados por el rápido avance tecnológico. Vivimos, seguramente, un cambio de época y así como la imprenta cambió la historia en su momento, creo que, dentro de muchos años, los que vengan detrás de nosotros, reconocerán en la aparición de internet y de la tecnología en red, un momento que marca un antes y un después. Pero el hecho comunicativo no ha cambiado. Sigue habiendo emisores, receptores y mensajes y medios a través de los cuales transmitir. Si alguna de estas patas falla… la comunicación quiebra. Comunicar no es informar, es más.

Mucha gente informa y no tanta comunica. Mucha tiene deseo de ser informada pero no tanta quiere realmente saber, conocer, verse involucrada y comprometida. Aquí, un cristiano debe marcar la diferencia. Como emisor, un cristiano, al estilo de Jesús, no informa acerca de las verdades de su fe, sino que compromete su vida en el mismo acto de comunicar su fe. Jesús comunicó el Reino de Dios siendo Él mismo ya Reino. Igual debemos hacer nosotros. Y debemos hacerlo sin miedo, pero sin reservas. Porque hay miedos a perder intimidad, a exponernos demasiado, al qué dirán, a posicionarnos con unos o con otros, a optar… Pero no hay comunicación sin riesgo, sin exposición, sin posicionamiento, sin opción. Para dar titulares asépticos y barnizados de objetividad ya están otros. Imposible es comunicar el Evangelio sin posicionarnos con las víctimas, con los pobres, con los oprimidos. Imposible es comunicar el Evangelio sin desmantelar un poquito nuestra vida, sin quitarle calor y comodidad, sin salir de las seguridades. Imposible es comunicar el Evangelio sin esperanza, como dice el papa, sin caridad, sin misericordia, sin justicia.

Cada uno debe conocer a su vez a los receptores que tiene delante. Porque el receptor condiciona, ¡claro que condiciona! «El mensaje no ha cambiado» dicen los que tienen miedo a mover un poquito la silla. El mensaje no ha cambiado, claro que no. Pero el mensaje debe ser entendido y comprendido. De la misma manera que no puedo hablar en el mismo idioma a personas con lenguas distintas, o de la misma manera que no puedo hablar igual a un niño que a un adolescente que a un adulto, o de la misma manera que no puedo hablar igual a un salmantino del siglo XII que a uno de mis vecinos actuales; así tampoco puedo hablar de Dios de la misma manera a unos que a otros. Los primeros cristianos, y los grandes evangelizadores de aquellas primeras comunidades, supieron ver con claridad que uno no puede contar a Cristo igual en territorio judío que en territorio griego o en territorio romano. A veces lo olvidamos. ¡Café para todos! Sacamos la doctrina por delante, nuestras leyes escritas, y olvidamos que Jesús, si algo hizo, fue encontrarse con cada uno de manera distinta. Así fue con la mujer de Sicar, con Mateo el recaudador, con Pilato, con la adúltera… ¡Qué precioso es darse cuenta de las diferentes maneras que tiene el Resucitado de presentarse ante cada uno, ante la Magdalena, ante Tomás…! ¡Hay que traducir el Evangelio para que hoy puedan entenderlo! ¿Reino de Dios? ¿Salvación? ¿Pecado? ¿Resurrección? ¿Muerte? ¿Cruz? ¿Sacramento? ¿Qué significa todo esto para nuestros conocidos, amigos, familiares, compañeros? ¿Se entiende? Permitid que lo ponga en duda.

Y, por favor, no nos equivoquemos de mensaje. Es triste, y mucho, indignante diría yo, comprobar cómo tantas veces en medios de comunicación católicos (o que se dicen católicos), ya sea la radio, la televisión, internet, prensa escrita; se habla de todo y de todos menos de Jesucristo. Por favor, ¿dónde hemos encerrado al Resucitado al que decimos anunciar? ¿De qué hablamos en nuestras columnas, en nuestros programas, en nuestras noticias, en nuestros blogs de opinión? ¿Y cómo lo hacemos? ¿Haría Cristo lo mismo? ¿Hablaría de lo mismo? ¿Trataría de la misma manera a quienes no pensaran como Él? Cuidado en no equivocarnos de mensaje. Eso sería escándalo… Claro que no estoy diciendo que hay que hacer una homilía permanente a la sociedad. ¡No! Pero Jesús debe estar presente en cada columna que hagamos, en cada entrevista, en cada artículo, en cada blog, en cada especio televisivo, en cada debate, en cada crónica.

Comunicamos en el Reino cada día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Orando, sonriendo, acariciando, acercándonos, escuchando, participando, denunciando, protegiendo, mostrando, contando, besando, cuidando, perdonando… No tengamos miedo a comprometernos. Seguimos necesitando más testigos que maestros. Somos los medios de comunicación de Dios. ¿Te apuntas?

Un abrazo fraterno

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