Solo tú, Jesús-Criterio, forma y lugar de la experiencia de Dios en el joven – Alicia Ruiz López de Soria ODN

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La revelación siempre es un acontecimiento subjetivo y un acontecimiento objetivo en estricta interdependencia. Alguien se siente embargado por la manifestación del misterio; éste es el lado subjetivo del acontecimiento. Algo ocurre a través de lo cual el misterio de la revelación embarga a alguien; éste es el lado objetivo del acontecimiento. Es imposible separar estos dos aspectos.
Paul Tillich, teólogo de la cultura.

Parece urgente observar nuestra experiencia cristiana en las últimas décadas, en un momento en el que lo sagrado reaparece y lo religioso renace, para verificar si las preguntas que se han hecho y las respuestas que se han dado sobre el Dios de Jesús de Nazaret están agotadas y carecen de fundamento, porque no encuentran entronque y eco alguno en la conciencia actual, o si por el contrario, aún despiertan nuestra conciencia y conmueven nuestra libertad. Pero quizá sea prioritaria la tarea de atender a las palabras consideradas como preguntas o respuestas del propio Dios de Jesús de Nazaret al hombre (revelación), bajo la distinción entre cristianismo como religión y cristianismo como cultura.

Vivimos en un mundo en profunda transformación. Observamos que existen elementos antropológicos que están condicionando la aceptación de la realidad objetiva de la revelación de Dios en nuestros días y que son inseparables de la experiencia de Dios en la historia cristiana, es decir, la experiencia de lo incondicionado, de lo que no se cuestiona, de lo que constituye el interés último; la experiencia de la interioridad desfondada, sin fundamento en sí mismo, apoyada y fundada en Otro, muy alejada de la pretendida autonomía y autosuficiencia tan ensalzada en nuestros días; la experiencia del asombro ante la realidad exterior y de la atención a la realidad interior, de la afirmación del cosmos y de la atención del propio espíritu; la experiencia de radicalidad en el amor, que no admite que pueda amarse a medias, con límites o condiciones, que se practique surfing afectivo; la experiencia que pacifica la inquietud del corazón, que neutraliza la angustia vital que todos vivimos, que sitúa en pasiva actividad y permite vivir con esperanza; la experiencia que se hace inseparable del testimonio, que cuenta a Dios a través de la acción; la experiencia de trascendencia centrada en Jesucristo, en quien se observa la irrupción del tiempo de la salvación porque con Él la soberanía de Dios comienza a imponerse (cf. Mc 2, 1-12). Nos referiremos a una experiencia que bien pudiera hacer brotar esta oración:

“Sólo tú, Jesús. Jesús, mi Dios, mi redentor, mi amigo, mi íntimo amigo, mi corazón, mi cariño: Aquí vengo, para decirte desde lo más profundo de mi corazón y con la mayor sinceridad y afecto que soy capaz, que no hay nada en el mundo que me atraiga, sino tú solo, Jesús mío. No quiero las cosas del mundo. No quiero consolarme con las criaturas. Sólo quiero vaciarme de todo y de mí mismo, para amarte sólo a ti. Para ti, Señor, todo mi corazón, todos sus afectos, todos sus cariños, todas sus delicadezas. ¡Oh Señor!, no me canso de repetirte: Nada quiero sino tu amor y tu confianza. Te prometo, te juro, Señor, escuchar siempre tus inspiraciones, vivir tu misma vida. Háblame muy frecuentemente en el fondo del alma y exígeme mucho, que te juro por tu corazón hacer siempre lo que tú deseas, por mínimo o costoso que sea. ¿Cómo voy a poder negarte algo, si el único consuelo de mi corazón es esperar que caiga una palabra de tus labios, para satisfacer tus gustos?”
Pedro Arrupe, sj

I. Experiencia de Dios en “entre tiempos”.-
¿Podemos dudar de que hoy en día estamos en entre tiempos, de que dejamos atrás una cultura, y pasamos a formar parte de otra nueva, sin apenas darnos cuenta, porque está aún por definirse? Pensemos en el Renacimiento. Las personas que dejaban atrás la Edad Media no tenían ni idea de lo que iba a ser el Renacimiento. Con el Renacimiento italiano se inició un período de grandes logros y cambios culturales que se extendió desde finales del S. XIV hasta alrededor de 1600, constituyendo la transición entre el Medievo y la Modernidad: la antigua sociedad europea de los gremios, clerical y feudal, terminó; se edificó una nueva sociedad productiva y mercantil, en la cual el valor de una persona vendría determinado no por su nacimiento sino por su rendimiento; el hombre burgués exigió libertad de religión frente al poder del Estado y libertad de conciencia frente a la autoridad de la Iglesia. Actualmente hay indicios suficientes para afirmar que dejamos atrás la Modernidad y la Postmodernidad, aunque reine la incertidumbre ante lo que vendrá: la sociedad digital o el universo de `la nube´ como expresión de una sociedad emergente que disloca la noción de tiempo o territorio, la interdependencia creciente, el mundo wiki, la reorganización de los modelos de negocio, la renovación del sistema productivo, el progresivo abandono del logocentrismo a favor de la imagen, nuevas formas del pensamiento que expresan otro modo de estar en el mundo. Se atisba una época nueva caracterizada por una idea de cultura que no se reduce a los componentes de carácter simbólico (como representaciones, ideas, interpretaciones, valores), sino que integra, como factores fundamentales, las técnicas, los artefactos y los entornos materiales.

“El destino de nuestra generación consiste en que nos encontramos entre los tiempos. No pertenecemos en modo alguno al tiempo que hoy llega a su fin. ¿Perteneceremos tal vez al tiempo que vendrá? Y aun admitiendo que por parte nuestra podríamos pertenecer a él, ¿vendrá tan pronto?… Así nos encontramos en el medio. En un espacio vacío. No pertenecemos ni a uno ni a otro… no podemos ni somos capaces aún de ir de un tiempo a otro. Aunque nos atraiga… nos encontramos entre los tiempos. Esta es una terrible situación humana de necesidad. Nosotros ahora no tenemos tiempo. Nosotros estamos entre los tiempos”. Estas palabras, ¿no podrían ser de un joven actual al que le ha tocado vivir en propia carne las consecuencias de la crisis de fe y de Dios que se atraviesa en un cambio de época?

Este cambio epocal transcurre errante y sin nombre. Un tiempo de eclipse de Dios por la cultura y por el ser humano, con novedades en la relación con lo religioso, entre las que se puede aludir a la recuperación funcional de la religión en una sociedad plenamente secular. Ahora los tiempos pasan rápidos como los fogonazos de los fuegos artificiales. El joven posee una movilidad mayor a nivel psicológico, geográfico e ideológico. Vivimos una renovación de paradigmas que implica en el mundo relacional el paso del modelo organizacional arbóreo al modelo rizomático, potenciado éste último por las nuevas tecnologías. Dicho de otra manera, estamos pasando de las estructuras relacionales jerarquizadas a la creación de redes, de la profundidad en las relaciones personales a la amplitud. Hoy el éxodo y la peregrinación vuelven a revelarse como claves antropológicas para responder a los diferentes interrogantes que todo ser humano se plantea a lo largo de su existencia: el otro, la familia, los valores, la salvación, la experiencia de Dios, la inmortalidad. Hoy, como siempre, estamos en camino, pero quizá se nos exija avanzar en medio de la desorientación y la incertidumbre más rápidos que nunca, con el desafío de no olvidar adentrarnos en nuestro corazón, entender sus ritmos y escrutar sus rincones.
Hoy pensar es como surfear: extensión en vez de profundidad, viajes en vez de inmersión, juego en vez de sufrimiento. Se ha impuesto una razón instrumental en la lógica del contrato o mercado, de coste-beneficio (todo en la vida para algo y todo cuesta algo) y todavía ejercen su influjo en la forma de pensar hombres de ciencia tan importantes y básicos como Johannes Kepler, Albert Einstein o Werner Heisenberg, quienes entendieron su trabajo científico y las leyes de las ciencias naturales como revelación de la verdad de la realidad misma, sin necesidad de pensar en una Verdad Última, si bien emerge con fuerza el pensamiento creativo abierto a la espiritualidad. Es curioso, en una orilla la vida está seriamente amenazada por una tecnociencia triunfante, que sólo obedece a la lógica horrorosa de la eficacia por la eficacia, en la otra se abren de par en par las puertas a la creatividad y a la espiritualidad.

Se dice que “la época actual se despliega en un mundo encantado por los valores de un presente que se ensancha y toma el lugar del futuro, donde a su vez la pertenencia inmediata, fuente de toda identificación y reconocimiento, convive en una pluralidad de comunidades que se aleja del antagonismo y la supresión de otros momentos históricos y, especialmente, con una ambigüedad constitutiva en sus valores por lo cual los opuestos, en vez de rechazarse, se reclaman. Se trata en definitiva de tiempos lábiles y volátiles que han desafiado definitivamente la moral universal y los esquemas formalistas que la representan, dejando en su lugar un mundo desordenado, laberíntico y hermético, un presente encantado por la multiplicidad de la significación que nos convoca a mirar con nuevos ojos”. No falta quien considera que en las sociedades occidentales se vive una tercera revolución, tras el paso de lo oral a lo escrito y la aparición de la imprenta, guiada por el auge de las nuevas tecnologías, de las cuales surge un nuevo humano al que se podría denominar “Pulgarcita”, en alusión a la maestría con la que los mensajes brotan de sus pulgares. En su libro así titulado, el historiador y filósofo francés Michel Serres defiende que los jóvenes viven una vida completamente distinta que las generaciones anteriores: ya no habitan el mismo espacio, no se comunican de la misma manera, no reconocen las grandes instituciones, no perciben el mismo mundo. Por eso Pulgarcita debe reinventar todo: una manera de vivir juntos, una manera de ser y de conocer. Para este pensador asistimos al comienzo de una nueva era que verá la victoria de la multitud, anónima pero individuada, sobre las élites dirigentes, bien identificadas; del saber discutido, accesible y descentrado, sobre las doctrinas transmitidas sumisamente; de una sociedad libremente conectada sobre la sociedad del espectáculo regida por los medios de comunicación y la publicidad.

Una última referencia a la obra de Jordi Pigem, La nueva realidad, con la cual seguir avalando la tesis de un cambio de época y la aparición de una nueva cultura, caracterizada por una configuración nueva de paradigmas en todos los niveles. En ella se afirma que las crisis del mundo de hoy (económica, ecológica, moral y epistémica) reflejan una profunda transformación de la conciencia y de la realidad. Estamos en un momento oportuno para que nuestra civilización cambie de rumbo, un kairós. Se está derrumbando un mundo obsoleto que pone el dinero por delante de las personas y las abstracciones por delante de la vida. Pero al mismo tiempo, una nueva realidad, sigilosamente, está naciendo. Un mundo hecho no de objetos, sino de relaciones; que se entiende mejor con el lenguaje de la imaginación, la creatividad y el corazón que con el de las leyes, fórmulas y conceptos.
Para este autor actualmente vivimos entre dos mundos, entre dos realidades.
La cuestión es: ¿cómo puede descubrir el joven la presencia de Dios en este escenario social?, ¿cómo puede el joven realizar su posible experiencia de Dios?

II. Punto de partida del agente de evangelización.-
En estos tiempos intermedios, quienes han emprendido, a partir del don recibido, la aventura de la fe, necesitan de una fuerza vital capaz de sobreponerse a la increencia ambiental, a todo ese amplio conjunto de reservas que perciben a su alrededor respecto a sus convicciones, y a la sensación que tienen en ocasiones de inutilidad y de locura en la apuesta por los débiles de este mundo. Máxime si entienden que esa fe la han de transmitir sí o sí. Se les impone la apertura, la flexibilidad, estar dispuestos a aprender cosas continuamente (lo que en el mundo del trabajo se llama “formación permanente”), como condiciones determinantes para anunciar la Buena Noticia. Precisamente la fe, porque no reposa sobre evidencias ni sobre demostraciones, corre el peligro de convertirse en mera opinión, en simple creencia, incluso en sentimiento irreflexivo cuando deja de estar vinculada a la vida, a la comunidad, a la experiencia personal y comunitaria de oración, al compromiso fraterno y cuando deja de dar testimonio de sí ante otros. “Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”.

¿Es que las opiniones de una mayoría de indiferentes pueden influir en los agentes de evangelización hasta el punto de desalentarles? Así lo ha puesto de manifiesto la sociología del conocimiento. La indiferencia religiosa es contagiosa y, amenazados por dicho contagio al ser cada vez mayor el número de indiferentes, los agentes de evangelización llevan hoy –como en otros momentos históricos– su fe en vasijas de barro (cf. 2 Cor 4, 7). Además, posiblemente toque en estos momentos a los agentes de evangelización sobreponerse al hecho de que las ideas religiosas y las formas éticas de conducta suelen retrasar el momento de ser repensadas críticamente ante las nuevas situaciones culturales. Todo ello hace que el punto de partida del agente de evangelización de adolescentes y jóvenes no sea otro que su experiencia personal del Resucitado, una experiencia cuidada y alimentada cotidianamente que le permitirá conocer la realidad joven desde Cristo y en Cristo y, a partir de ello, realizar con fecundidad su tarea evangelizadora. En síntesis, los agentes de evangelización están llamados a mirar con nuevos ojos un mundo emergente distinto para descubrir cómo se da hoy la experiencia del Dios de Jesús de Nazaret en un joven situado en entre tiempos, siendo su propia experiencia de Jesús Resucitado (en la Iglesia, en la Palabra y en el Sacramento) la que le permita percibir la presencia misteriosa del Resucitado en la aventura existencial de los jóvenes actuales.

Hace años, en 1988, J. Moltmann afirmaba –a nuestro entender con optimismo– que “los cristianos han aprendido a vivir en un mundo indiferente, post-cristiano y pagano. Las Iglesias descubren cómo vivir libres por sí solas, sin ataduras de privilegios políticos… Se perciben nuevas oportunidades para el cristianismo en el siglo XX, de evidente formulación positiva: la fe, no ya como religión europea, sino en cuanto fe cristiana en diálogo sencillo y plural con otras religiones e ideologías. La Iglesia como la Iglesia ecuménica de Cristo y no como la religión burguesa de Europa. La teología, abierta al mundo, como testimonio del evangelio para la próxima cultura de la humanidad”. Los hechos que constatamos son un número de cristianos que desciende y un mundo, como el propio Benedicto XVI expresaba en su insólita renuncia en febrero del 2013, “sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe”. Ahora bien, J. Moltmann adelantaba una `próxima cultura de la humanidad´ que podemos poner en paralelo a lo que en esta reflexión llamamos `un mundo distinto´, `nueva cultura´, `nueva realidad´… y tratamos de describir diciendo que es una cultura que derriba las fronteras espaciales, otorga gran importancia a la subjetividad, sufre mutaciones constantes, está sostenida por el diálogo, es polifacética, se empeña en establecer redes, es una mezcla de realidad y ficción, demanda inmediatez; una cultura fluyente, en la que se entremezclan diversos horizontes de interpretación y de comprensión de la vida provocando que surjan otros nuevos, en la cual forzosamente hay que aprender a convivir en la cotidianidad con la incertidumbre… donde se hace imposible concebir la comprensión del mundo y la auto-comprensión de la persona por separado y, en la cual, más que nunca, los jóvenes han de construir su propia identidad en ausencia de referentes incuestionables. Una cultura de dimensiones mundiales en la que sea posible un diálogo plural entre todas las religiones e ideologías; una cultura que pudiéndose llamar cultura de la seducción porque intenta re-encantar el mundo con el consumismo y la diversión, a la vez busca líderes comprometidos en la construcción de una ética mundial que intenten cambiar el rumbo de la globalización neoliberal; una cultura en la que sólo las inteligencias que den cuenta de la dimensión planetaria de los conflictos actuales podrán hacer frente a su complejidad y al desafío contemporáneo de la autodestrucción espiritual del ser humano; una cultura marcada por el deseo de la inmediatez e instalación en el presente.

Sea cual fueren los rasgos que subrayemos, lo cierto es que el agente de evangelización de jóvenes ha de situarse en una nueva realidad cuidando su experiencia personal de Dios en el seno de la comunidad eclesial y, a la vez, con los ojos abiertos del que es testigo de una experiencia de `lo sagrado´, en esta época de entre tiempos, en metamorfosis. Un dato alentador: algunos estudiosos europeos hablan del crecimiento de la dimensión de una religiosidad no institucionalizada en los jóvenes, si bien ello no se percibe aún en España.

III. Experiencia de Dios en los jóvenes de hoy.-
Cuando hablamos de «experiencia de vida» nos referimos a un saber que tenemos por el complejo hecho de haber vivido; si un médico habla de su «experiencia de la medicina» alude a un poso intelectual y afectivo que le queda después de haber ejercido la medicina durante un tiempo prolongado; si se habla de la «experiencia de padre o madre» nos ubicamos en un punto más allá del hecho concreto de haber dado a luz o de atender las necesidades materiales de los hijos… ¿A qué nos referimos cuando hablamos de «experiencia cristiana de Dios»? Al encuentro personal con el Misterio de Dios, revelado en Jesucristo y accesible en la Iglesia, que se consolida como experiencia fundante del individuo, como convicción existencial, más allá del contexto empírico.

En las lenguas germánicas, experimentar significa conocer algo no simplemente de oídas, sino por haber ido en su busca y haber estado en contacto vital con ello. Así, experimentar es la capacidad de elaborar percepciones. Con estas premisas, entendemos que quien se dispone a hablar de la experiencia de Dios en los jóvenes de hoy solo puede hacerlo partiendo de la propia experiencia, siendo capaz de elaborar con otros nuevas mediaciones e interpretaciones. Dicho de otra manera, para hablar de la experiencia de Dios en los jóvenes de hoy partimos de los siguientes presupuestos: la experiencia es viva, el pensamiento es dinámico y la interpretación es mirada profunda y autocrítica sobre la realidad. Con dichos presupuestos nos aventuramos a expresar:
– Desde el punto de vista de la personalización de la fe, los jóvenes tienen, entre otros, el gran reto de entenderse a partir de Dios y a partir del mundo. No es fácil. Los jóvenes hoy tienen muchas preguntas. Las preguntas de cada uno en particular (¿qué?, ¿para qué?, ¿de dónde?, ¿adónde?…), y la pregunta de casi todos en general (¿por qué?). Nos atreveríamos a afirmar que el Espíritu de Dios está suscitando en ellos una experiencia de Dios anclada en una nueva cultura a través de preguntas nacidas de inquietudes vitales. La pedagogía de la pregunta, especialmente de las preguntas existenciales ya formuladas en el Concilio Vaticano II (¿a dónde vamos?, ¿cuál es el objetivo de tantos esfuerzos como desarrollamos?, ¿qué sentido tiene la vida?, ¿qué hay después de la muerte?, ¿cómo podemos enfrentarnos al sufrimiento?), constituye una de las buenas prácticas por parte del agente de evangelización. A través de ella, constatamos que si el joven precisa de valentía para hacerlas, más aún para decir sí en todo caso a toda palabra de Dios que pueda afectar a su vida.
– Desde el punto de vista de la transmisión de la fe, los agentes de evangelización tienen el gran reto de estar abiertos y acoger todo lo estimable que encuentren en la cultura en la que forjan su identidad los jóvenes, así como integrarlo en su forma de vivir el evangelio; dicho de otra manera, los agentes de evangelización tienen el reto de vivir la fe cristiana, pensarla, expresarla y celebrarla desde una inserción real y crítica en la nueva cultura, asumiendo todos sus valores, igual que antaño hicieron los primeros cristianos con relación a la cultura greco-latina. Tampoco es tarea fácil. El ritmo acelerado de mutación de nuestro mundo, en aspectos muy diversos, dificultan poder estar abiertos y acoger la cultura emergente.

Es interesante, además, que el agente de evangelización preste atención a los daños que la cultura moderna y postmoderna han generado en la afectividad de los jóvenes. Si nos sostiene la convicción del poder sanador de la experiencia del Dios de Jesús de Nazaret y estamos atentos a las heridas del corazón de los jóvenes, quizá haya por aquí una presentación del Evangelio liberador, en el marco de la Nueva Evangelización, que posibilite a los jóvenes nacer en Cristo.

¡Poco a poco, ponte en el centro y no dejes de atraerme!, podría ser una exclamación en la que joven y agente de evangelización se encuentren refiriéndose a su experiencia de Dios y que, a su vez, deja entrever el criterio, la forma y el lugar de la experiencia `joven´ de Dios en entretiempos. Analicémosla por partes:

3.a. CRITERIO: Ritmo lento (poco a poco).
– Hasta sentir la mirada amorosa de Dios.- Es raro un joven que comparta su experiencia de Dios y exprese `empecé a sentirle de repente´, `sentí su presencia de inmediato´, `empecé a creer de un día para otro´… Suelen describir un proceso de reconocimiento de dicha presencia que ha llevado un ritmo pausado. En frecuentes ocasiones, este ritmo conlleva abandonar la imagen de un Dios como mirada infinita –ante la cual ellos son seres sin secretos– y empezar a sentirlo como la mirada amorosa de una madre a su hijo pequeño. Von Balthasar ya demostró cómo “sentir esa mirada” puede convertirse en un “camino de acceso a la realidad de Dios”, refiriéndose a un `sentir interno´, no a una mera y superficial vivencia afectiva. Familiarizarse poco a poco con el “sentir” la mirada amorosa de Dios dispone al joven para poder entenderse a sí mismo a partir de Dios en su experiencia histórica y existencial; le posibilita mirar el mundo como Él lo mira, desde la ternura y la misericordia; le vuelve limpio de corazón y le capacita para ver `inéditos viables´ (Erich Fromm) o `futuros posibles´ (Vicente Madoz), o sea, vivir con esperanza. Todo ello son armas para vencer el pesimismo ambiental que le presiona.
– Marcado por golpes de afección.- Toda la vida de Jesús, hasta sus últimos pormenores, es «llamada al corazón». En el encuentro con Él a través de la Palabra, a modo de toques de afecto que van orientando sus elecciones, el joven podrá, posiblemente si tiene quién le acompañe, dar pasos en el acercamiento a Dios y en la capacidad de verbalizar su experiencia. Antropológicamente, la afección a la que nos referimos es una motivación afectiva determinante para acercarnos o alejarnos de los sentimientos y las actitudes de Jesús de Nazaret. Se trata de toques de afecto que no están simplemente sometidos a las leyes de la racionalidad e, inclusive, contienen significados ocultos a los ojos del joven, toques de afecto referidos a una Presencia inobjetiva y originante que está frente al joven praessentissimus, atrayéndole. Gracias a estos toques, el joven se irá situando poco a poco en el núcleo esencial de la fe, hecho de entrega libre y personal al Dios Trino revelado en Jesucristo, sin que ninguna dimensión de la condición humana se quede al margen de esa donación hecha posible por Dios mismo. Con suerte, discerniendo dichas afecciones, el joven podrá ir expresando experiencias de Gracia. ¡Quién sabe si algún día llegará a la convicción, movido por toques de afecto y Presencia, que “la gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga”!.
– En compañía.- Hemos señalado que ese ritmo lento precisa de un acompañamiento. El agente de evangelización, a una debida distancia, ha de estar presente en la vida del joven; se le pide el valor de la cercanía y de la proximidad, que hable del Dios de Jesús de Nazaret fundamentalmente dando testimonio («tan sólo digo lo que he visto») y que proporcione una comunidad cristiana acogedora. La experiencia de Dios del joven soporta poco la duda o el desierto. Si se encuentra solo, si le llega a cansar la incertidumbre o se apodera de él el vacío de “no” sentir a Dios, el joven posiblemente pierda su fe. Estar permanentemente eligiendo, como lo hace el joven de hoy, frente a una alternativa irreductible de opciones concretas, valores, ideales… cansa, sobre todo si se vive en soledad. Se hace necesario alguien que acoja sus inquietudes y anime su camino, que muestre un horizonte en Cristo para su sed de auténtica felicidad y creatividad en el bien.
Pero hay una compañía aún más importante que tiene que sentir el joven: la compañía de Jesús, revestido de su condición divina. Lanzarse a la aventura de la fe «con Él» se hace imprescindible para que en su vida acontezca la manifestación del misterio. Una personalidad atrayente, que hace nuevas todas las cosas, que se distingue por la plenitud de su humanidad, camina a la par con el joven que tiene experiencia de Dios. Este joven expresará su agradecimiento a las personas que le han presentado a este singular acompañante y, desde dicho agradecimiento, se planteará a modo de invitación su acción o tarea por el Reino de Dios.

3.b. FORMA: Atracción (no dejes de atraerme).
“Nadie puede venir a mí si mi Padre que me ha enviado no lo atrae” (Jn 6, 44).- Como ya hemos anticipado, el joven que actualmente comienza a expresar su experiencia de Dios suele percibir que es partícipe de una historia de atracción, una historia secreta y particular entre el Espíritu y él, en la cual lo importante no es sencillamente lo percibido como espiritual sino la experiencia religiosa profunda de transformación interior que ofrece nuevos ojos y nuevas manos en su vida cotidiana en una sociedad secular. Todos los que en el inicio siguieron a Jesús de Nazaret pasaron por una primera atracción. Schillebeeckx lo expresa bellamente: “Todo comenzó con un encuentro. Unos hombres –judíos de lengua aramea y quizá también griega– entraron en contacto con Jesús de Nazaret y se quedaron con él. Aquel encuentro y todo lo sucedido en la vida y en torno a la muerte de Jesús hizo que su vida adquiriera un sentido nuevo y un nuevo significado. Se sintieron renovados y comprendidos, y esta nueva identidad personal se tradujo en una solidaridad análoga con los demás, con el prójimo. El cambio de rumbo en sus vidas fue fruto de su encuentro con Jesús, pues sin él habrían seguido siendo lo que eran (cf. 1 Cor 15, 17). No fue resultado de su iniciativa personal, sino algo que les sobrevino de fuera”. Podemos decir que quien ha divisado a Dios, aunque sea en la lejanía, no puede dejar de marchar hacia Él, y quien se ha encontrado con Él ya no puede olvidarlo.

Por otra parte, hay mucho de deslumbramiento emotivo y sentimental y poco de imperativo ético en la experiencia de Dios que narran los jóvenes que hoy tienen clara su opción por la fe cristiana. Mucho de tener parte con Jesús a ratos por haber sido atraído y poco de seguimiento decidido y coherente. Mucho de deseo de Dios como “añoranza de lo completamente Otro” (M. Horkheimer) cuando todo lo demás me deja indiferente. Ello tiene su lado positivo: el joven cristiano puede enseñar a otras generaciones que si bien el evangelio es seductor, la alegría verdadera la da el encuentro con el Señor de la seducción; que es peligroso tratar de explicar la opción cristiana sólo desde el compromiso social, sin relación a la experiencia de encuentro y de oración, al margen de la comunidad cristiana.

El joven es deseo, se empeña en hacerse a sí mismo, lleva a cabo un querer, es libertad. No es extraño oírle: «si no soy lo que quiero ser… no soy». Esto hay que aprovecharlo para la evangelización de jóvenes. El deseo y la capacidad de desear son el órgano por excelencia de la experiencia humana de Dios. El papel del agente de evangelización es estar al lado del joven escuchándole en su mundo de deseos, para que cada vez vaya siendo más él, en sintonía con la voluntad de Dios discernida en su vida. Se trata de una pastoral de proximidad que requiere cercanía afectiva, simpática (en su sentido más originario). Lo sorprendente es que, en clave creyente, ese ser lo que quiere ser es don, es decir, si llega a ser es recibido. Se cumple lo que afirma Blondel a nivel antropológico, «nada tengo que no haya recibido… y, sin embargo, es necesario al mismo tiempo que todo surja de mí, incluso el ser recibido y que me parece impuesto; es necesario que, haga o sufra lo que sea, yo sancione este ser; que, por así decirlo, lo engendre de nuevo mediante una adhesión personal». Es decir, el don que permite al joven llegar a ser desde la voluntad y la providencia de Dios debe ser personalizado, apropiado, actualizado, realizado, ejercido, desplegado, y en ello el agente de evangelización es instrumento necesario.

3.c. LUGAR: Dios en el centro de las relaciones humanas (ponte en el centro).-
La profundidad de lo real es lugar de encuentro con Dios; nada escapa de la Presencia discreta del Padre Creador, origen siempre de nuevas posibilidades, del Hijo, que sirve desde abajo, y del Espíritu, que inspira el futuro desde dentro. Partimos de la convicción de que ningún contexto cierra absolutamente la apertura a Dios, si bien puede dificultarlo hasta el extremo. ¿Dónde reconocen los jóvenes a Dios? Los jóvenes cristianos están presentando un Dios al que se le escucha y al que se le ve sólo cuando hay una extraña mezcla entre sosiego y acción, capacidad de sorpresa y atención, prioritariamente en el encuentro consigo mismo y en los encuentros interpersonales. El joven cristiano de hoy suele partir de la persona y de sus vivencias como lugar de presencia de Dios, viéndose desplazados otros lugares clásicos para hallar y encontrar a Dios, como son la naturaleza y la celebración de los sacramentos. Dios es el Otro, pero sin distancia, en el otro. El Absoluto se aparece en el rostro singular. Dicho de otra manera, el joven alcanza en el otro la experiencia de trascendencia, entendida como acontecimiento.

Esto explica que los ámbitos donde el joven tiene experiencias de solidaridad sean, hoy y siempre, ineludibles en las propuestas evangelizadoras. Las experiencias de solidaridad están determinando en gran medida la experiencia `joven´ de lo sagrado, tal vez porque en ellas entra en juego su capacidad de amar y de compadecerse, porque son invitaciones a estar profundamente abiertos a la mediación del otro como lugar de encuentro con Dios. En general, los jóvenes fácilmente se disponen a ayudar a reparar el mundo, aunque sea a ratos y por apetencias… les seduce la idea de aliviar el sufrimiento de otros. Experiencias de apertura a pobres, débiles y derrotados, que son en sí mismas éticas, pueden ser lugares de encuentro con la Alteridad originaria para los jóvenes cuando éstos adoptan la forma de siervos; pueden ser lugar de encuentro con Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el Viviente, el Encarnado.

Recordemos que el rostro personal por excelencia que genera experiencia de Dios es Jesús de Nazaret, el Siervo por excelencia (Mc 10, 45). «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Encontrarse con Él convierte y transforma al joven en testigo. «Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica». La sensibilidad del joven creyente se opone a todo atisbo de intimismo en la experiencia de Dios y concibe a todo aquel que dice tener experiencia de Dios como mediador histórico de su salvación a través de acciones concretas. Es parte del pragmatismo social imperante. Para ellos está claro que la historia de la fe cristiana es la historia que narran los que se han ido convirtiendo en testigos al expresar «la cercanía salvadora de Dios descubierta en Jesús, el Cristo».

Los jóvenes cristianos, en contacto con Jesús, intuyen, captan y experimentan que Dios es «amigo de la vida» (Sab 11, 26), un «misterio de amor» que quiere y hace posible una vida más digna y dichosa para todos, que invita a la plenitud humana. El principal signo de que se ha producido el encuentro personal con Dios en Jesucristo es la alegría; dicha alegría permite al joven cristiano superar los retos que hoy plantea la vivencia de la fe, en especial, el compromiso duradero. Una anécdota oída a Dolores Aleixandre en una de sus charlas pueden ilustrar este punto: “Cuando aparece una liebre en un lugar donde hay muchos perros, todos los perros salen corriendo violentamente detrás de ella, pero el cansancio hace que muchos perros vayan desertando y se queden a mitad de camino. ¿Cuáles son los perros que siguen corriendo hasta el final? Los que han visto a la liebre con sus propios ojos, y no los que solamente se dejaron contagiar por el grupo que corría…”. ¿Qué joven permanece en la vida cristiana? El que ha visto a la liebre y, como consecuencia de ello, ha experimentado una gran alegría.

Para finalizar.-
Es preciso realizar acciones concretas en relación a aquellos rasgos de la fe cristiana que necesitamos revitalizar; en opinión de Luis González-Carvajal: experiencia de Dios, radicalidad evangélica y comunidades alternativas. A la vez, es necesario preguntarnos, entendiendo que la espiritualidad es una forma concreta, sostenida por el Espíritu, de vivir el Evangelio, qué espiritualidad está suscitando el Espíritu Santo en los jóvenes, los únicos que pueden recrear la fe cristiana en las insólitas coordenadas de la nueva época, una fe que seguirá entendiéndose como experiencia vital del encuentro con Jesús de Nazaret, el Señor. A nuestro entender, una espiritualidad con tres rasgos fundamentales:
– Una espiritualidad marcada por el protagonismo de un Dios siempre mayor que va atrayéndole y moviéndole. Por tanto, una espiritualidad impregnada de afecto y abierta a la sorpresa. Algunos jóvenes cristianos han comprendido que la vida espiritual es dejar a Dios que lleve la iniciativa en sus vidas, tejidas de búsqueda de sentido, de incertidumbre, de relaciones personales, de compromiso solidario, de oración.
– Una espiritualidad que no se juega en la sacristía, sino en la vida. No se reduce a un determinado tipo de actividades del espíritu, como oración, reflexión, discernimiento. Tampoco consiste en imperativos éticos. Una espiritualidad presente en la vida cotidiana de forma oculta, como una fuerza silenciosa, una inspiración y una orientación que actúa en el trasfondo. Esta espiritualidad lleva a irse poniendo progresivamente de acuerdo con Jesús, por ejemplo, a coincidir con Él en su manera de mirar la realidad desde la experiencia de filiación de Dios como Abba.
– Una espiritualidad que supone la alegría del encuentro y se da en la interioridad (como algo opuesto a la pura superficie del ser humano) y en el encuentro con los otros, en la trama de lo cotidiano en toda su complejidad, desde la experiencia de compartir con otros su fe y ser acompañado.

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