SOBRE LA FE QUE CURA Y HACE CRECER RPJ 560 Descarga aquí el artículo en PDF
Óscar Alonso
Recuerdo hace años que un amigo, sacerdote franciscano, que se reservó un año para él, viajando a Jerusalén, a Asís y a una misión en Colombia, también me contó que hizo el Camino de Santiago. Fue un año de reencuentro con la propia vocación y de agradecimiento por tanto bien recibido. La fe tiene estas cosas. En aquel Camino de Santiago, cargado con la mochila exterior y con la interior, descubrió varias cosas, o mejor, recordó (volvió a pasar por el corazón), varias cosas: en primer lugar, que las señales del Camino están para seguirlas y cuando no las sigues descubres la importancia que tienen. En segundo lugar, que cuando aparecen las rozaduras, las heridas y ampollas en los pies es mejor no parar a contemplarlas, hay que intentar continuar. Hay que sanearlas, sanarlas y seguir caminando. En tercer lugar, recuerdo que me dijo que, además, se había dado cuenta de que se puede caminar por la vida sin más y se puede caminar por la vida consciente de que la fe es un cayado que acompaña, cura y hace crecer.
Necesitamos realizar propuestas de sentido que les inviten a vivir lo que son
Algo así es y debería ser la pastoral con los jóvenes. Una propuesta capaz de hacerles experimentar que la fe es un don, un don que una vez recibido necesita ser descubierto, explicado, trabajado, celebrado, vivido con hondura, confesado, testimoniado y gustado internamente. Porque la fe cura y hace crecer cuando se vive personalmente y se acompaña comunitariamente de manera continuada.
Estamos asistiendo en este momento en no pocos centros educativos a un repunte nunca antes visto de casos de autolisis, de depresiones en los más jóvenes, de intentos de suicidio, de adolescentes y jóvenes que dicen no querer continuar, que afirman no querer seguir adelante con la vida (adolescentes y jóvenes que, aparentemente, tienen absolutamente de todo y cuentan con todos los elementos que la sociedad del bienestar propone como los top ten de la felicidad y el éxito). Además, asusta ver las noticias que cada dos por tres nos informan con sumo detalle de casos de violencia de género y de delitos de índole sexual, además de los últimos datos publicados sobre consumo casi de todo.
Es evidente que como sociedad necesitamos, no solo analizar lo que está sucediendo con nuestra juventud o, mejor dicho, con parte de nuestra juventud, sino realizar propuestas de sentido que les inviten a vivir lo que son, también desde la fe. Una fe recibida de niños y que, en no pocos casos, no ha contado con un acompañamiento y maduración acorde a la edad. Una fe llena de episodios preciosos y de lagunas inmensas. Una fe que se ha quedado, en muchas ocasiones, chiquita y nada operativa a la etapa adolescente y juvenil. Necesitamos poder trabajar con la juventud desde el convencimiento de que la fe, como decía el obispo Vadell, es un regalo inmenso.
Y, ¿qué quiero decir cuando digo que la fe cura y hace crecer? Está comprobado empíricamente que la fe es un punto importante en el proceso de cura de las enfermedades, de las dolencias, de las malas épocas y de las crisis que todos atravesamos en algún momento de nuestra vida. Sus efectos van más allá del desarrollo del optimismo y la esperanza frente al desafío. La fe influye, de hecho, en los modos de proceder y de afrontar las circunstancias adversas y hasta en la cantidad de medicamentos utilizados en un tratamiento.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) definió «salud», como un estado de completo bienestar físico, mental y social. Es decir, la definición va mucho más allá de la ausencia de enfermedades, si bien en esta definición la fe no ha sido incluida. Pero es un hecho: cuando de por medio está la fe el modo de mirar la realidad cambia radicalmente. Cuando la fe entra en juego nos sentimos escuchados, sostenidos, acompañados y tenemos la sensación de que, sabedores de que no todo depende de nosotros, estamos en buenas manos.
Y, desde luego, cuando hablamos de fe, hablamos de algo que va mucho más allá de lo meramente religioso, celebrativo o ritual. Hablamos de un modo de vivir la vida, de unas convicciones profundas, de unos modos de proceder que nos identifican como cristianos, de una vida de oración mantenida en el tiempo, de un acompañamiento espiritual adaptado a edades y procesos, de una pertenencia y experiencia comunitaria enriquecedora y vertebradora, de un compromiso por la justicia que nos va construyendo y de una formación que va cimentando las bases para que podamos dar razones de nuestra propia esperanza.
Hablamos de un modo de vivir la vida
Esa fe, regalada y viva gracias a la acción del Espíritu, va mucho más allá de nuestros deseos y maneras de pensar las cosas. Esa fe no se posee como poseemos tantas y tantas cosas, sino que se experimenta y se convierte en parte de nuestro ADN. Esa fe que intentamos acompañar en nuestros jóvenes se hace presente en todo cuanto ellos viven y proyectan. Esa fe es un alimento para el crecimiento.
Por eso decimos que la fe, además de curar, hace crecer. Crecer en cada uno de los dones del Espíritu Santo, crecer en estatura interior y en hondura espiritual, crecer en el conocimiento de la Palabra y crecer en la celebración de los sacramentos, crecer en la vida comunitaria y crecer en el conocimiento y acercamiento a las periferias existenciales, propias y ajenas. Crecer en el sabernos Iglesia, crecer en la dimensión fraterna de nuestra vida y crecer en nuestro compromiso por ser evangelizadores allí donde estemos. La pastoral juvenil debe propiciar itinerarios de crecimiento en la fe que inviten y posibiliten crecer integralmente.
En este mundo nuestro, tan sofisticado y tecnológico, tan sorprendido y seducido por la inteligencia artificial y la robótica, tan doblegado a la esclavitud del teléfono móvil y a las redes sociales, nuestra pastoral juvenil puede ser un referente para que nuestros adolescentes y jóvenes se pregunten por su fe, trabajen su fe y crezcan junto con ella, sin esconder las dudas ni ocultar las mil y una preguntas que esta suscita a lo largo de los años. Una fe que puede transformar la vida entera y que puede llegar a ser, en cualquier momento, una verdadera revolución.
Termino citando a una religiosa portuguesa que hace años en un Congreso dijo algo así: «No dejéis lo esencial: ¡Poned a los jóvenes en contacto con Jesús! Dadles la oportunidad de aprender y de disfrutar de esta relación y de poder volver a ella cuando lo deseen y/o lo necesiten en el camino de su vida».
Creo que esa frase resume a la perfección qué significa presentar a la juventud la figura y el proyecto de vida de Jesús para que la fe en él, cuando se desee o se necesite, se convierta en motor vital por excelencia. De ese modo, las señales, las heridas, las personas, las relaciones, el ser Iglesia y todo cuanto llevemos entre manos será también parte de esa historia de fe que cada uno tenemos y quisiéramos ver aflorar con brillo en nuestros adolescentes y jóvenes ¡Ojalá sigamos apostando por ello!
Una fe que puede transformar la vida entera.