Ahora que ha acabado el proceso sinodal sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, puede que dediquemos tiempo y esfuerzo a leer y asumir las propuestas del Documento final. Y será bueno. Pero también es bueno que no olvidemos el proceso mismo que hemos vivido, porque quizá es una de las grandes lecciones del Sínodo.
En efecto, en marzo del año pasado se hizo público un documento que ha pasado mucho más desapercibido, «La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia», redactado por la Comisión Teológica Internacional, y respaldado por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y por el papa Francisco mismo.
¿Por qué dedicamos tiempo y espacio en esta Revista de Pastoral Juvenil a un documento tan teológico? Porque nos invita a toda la Iglesia a tomar en cuenta no solo los resultados del Sínodo, sino también el proceso vivido. Y es que el proceso mismo sinodal nos recuerda que la sinodalidad es una «dimensión constitutiva de la Iglesia». La frase inicial del documento cita al papa Francisco y es un auténtico desafío para todos, incluido para nuestros planteamientos pastorales y para la vida de nuestra comunidad cristiana: «el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio». El proceso de reflexión, compartir y discernimiento vivido no debe ser una excepción, sino que es la forma de ser Iglesia a la que nos llama Dios hoy. Es un auténtico kairó, dice el documento, es decir, un momento de oportunidad que nos brinda el Espíritu.
Pero ¿qué quiere decir sinodalidad? Que nuestra forma de ser Iglesia parte de la conciencia de que todos los bautizados somos Iglesia, con la misma dignidad, con la misma llamada a la plenitud de vida que es la santidad, en diversidad de vocaciones. Esto es lo que significa «Iglesia comunión». Vivir en comunión con Dios Uno y Trino es vivir la unidad en la diversidad, que nos hace a todos constitutivamente iguales en dignidad y diferentes en nuestros ministerios y vocaciones. Solo así somos imagen visible y eficaz de Dios ante la humanidad, solo así somos «sacramento de Dios». Por ello, frente a la imagen jerárquica y desigual que a veces seguimos proyectando, sínodo indica, en su original griego, «el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios».
Y esto significa, según el documento, que, si caminamos juntos, «una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable». Y cita como ejemplo la Asamblea de Jerusalén: ante una situación nueva y conflictiva que plantea Pablo y la comunidad de Antioquía (¿aceptamos a no judíos en la comunidad?), no solo responde un líder, sino que toda la comunidad reflexiona y ayuda al discernimiento de los líderes (en plural). Esto es, el discernimiento y el proceso mismo de toma de decisiones puede y debe ser compartido sin menoscabo de la autoridad de nadie.
¿Es esto verdad en el funcionamiento de nuestras comunidades, de nuestros procesos pastorales? Si no, habrá que hacerlo verdad. Y no solo de una forma teórica. Puede que necesitemos repensar nuestra misma forma de trabajar con los jóvenes. Es una experiencia muy general que cuando anunciamos a Jesús, el Cristo, y el mensaje del Reino, los jóvenes nos escuchan. Pero cuando hablamos de la Iglesia la cosa cambia. Muy posiblemente, porque la imagen que damos como Iglesia no es, en absoluto, la sinodal. Quizá no podamos cambiar tan fácilmente otros espacios de Iglesia. Pero el nuestro sí. Y nuestros jóvenes se vinculan, como señalan todos los estudios, no tanto a grandes ideales abstractos, sino a lo que tienen cerca. Creen en la Iglesia, porque creen en tu ser Iglesia.
El desafío al que nos invita el documento es a revisar si la vida de nuestra comunidad, si nuestra forma real y práctica de ser Iglesia es sinodal o no. Es decir, si hemos sacado las consecuencias a las que nos invitaba el cambio de imagen eclesial del Vaticano II. Decir las cosas es fácil, cambiar las estructuras… eso cuesta más.
Nuestra forma de vivir y compartir en las parroquias y grupos eclesiales, nuestra forma de organizarnos y trabajar pastoralmente debe trasparentar nuestro ser Iglesia. Y eso implica, según el documento:
- Promover una espiritualidad de la comunión y formación para esa vida sinodal.
- La puesta en práctica de la escucha y el diálogo comunitario.
- Que nos abre a una forma de ser dialogal, que es y anima la diaconía social, el servicio a una humanidad fracturada, excluida y silenciada.
Todo un programa para incluir en nuestras comunidades y procesos pastorales. Porque parece claro que esta forma de ser se contagia más que se enseña. No nos referimos a aprender una nueva palabra (complicada, además, eso es sinodalidad), sino a vivirla con naturalidad, porque «somos así». Y revisar, juntos, nuestras estructuras para ver si pueden acomodarse más a esta experiencia. O si, en lugar de tradición (el núcleo de la fe), transmitimos «costumbre» (como decía Gregorio Magno).
¿Tenemos espacios para vivir esa realidad en la que tú cuentas, en la que, si no estás, te echaremos de menos? Quizá así podremos explicar, sin palabras, que, como señalaba san Cipriano de Cartago: «unus christianus, nullus christianus» (un cristiano solo, ningún cristiano).
En una sociedad donde la tentación del individualismo está tan presente, nuestra forma de ser Iglesia, sinodal, participativa, en la que tú eres importante, es profética y nos recuerda nuestra profunda llamada a reconocer lo que somos, imágenes de Dios amor. Así, es bueno que el sínodo nos recuerde que su propia existencia es un toque de atención para revisar nuestro ser Iglesia. En palabras del papa Francisco estamos llamados, como Iglesia, a «caminar juntos en la parresía del Espíritu», esto es, a caminar con «confianza, franqueza y valor», en la libertad de ser, de forma significativa para el mundo, Pueblo de Dios.
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RPJ nº 534 – febrero 2019 – Sinodalidad, Así somos iglesia – Chema Pérez-Soba
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