SIN LA FRATERNIDAD NO SOY NADA – Enrique Fraga

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SIN LA FRATERNIDAD NO SOY NADA

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Si cristiano es el que encuentra sentido a su vida en la propuesta de Jesús, el cristiano será aquel que llene su existencia viviendo la fraternidad.

Un proceso

Echando la vista atrás en mi proceso de participar en la pastoral juvenil Marista, ¿qué me ha hecho quedarme?, ¿qué me animaba a seguir? Podría pensar que las personas, pero muchas se fueron y muchas llegaron; podría pensar que aprender sobre Jesús, Dios, etcétera; podría pensar que las celebraciones o acompañar a su vez a otros jóvenes; pero ninguna de estas cosas son el núcleo, el motivo para seguir. Lo son los lazos fraternos que estábamos tejiendo, la vivencia de la fraternidad que se experimenta más allá de los rostros concretos.

Voy a intentar resumir en tres ideas principales lo que creo que aprendí durante el catecumenado y que me llevaron a entender lo que era ser cristiano para mí:

  • Necesito encontrar sentido a mi vida. Las preguntas de para qué son esenciales. ¿Para qué vivir? ¿Para qué ser solidario? ¿Para qué pensar en el otro? Una vida sin un sentido, que no se encamina a nada no podría llenarme. Frente a esto el camino cristiano me presentaba un medio: ser constructor del Reino de Dios, cuyo centro es vivir la fraternidad (con todas y todos).
  • Dios se me presenta como la máxima expresión del amor, hecha intrínsecamente fraternidad. Un Dios trinidad, no puede ser otra cosa que una familia, radicalmente fraterno. Esta imagen de Dios habla por sí sola y me mueve a vivir intentando ser como lo es Dios: pura fraternidad. Nuestro es el Dios de la Esperanza, con el que la vida vence a la muerte. Que nos empuja a seguir en el camino porque con él tiene sentido caminar por roto que esté el mundo. Una esperanza ilógica como ilógica es la dinámica del amor.
  • Y. finalmente, una muy personal de mi camino que puede no compartir otra gente: necesito no solo sentir a Dios, experimentar a Dios y que me ofrezca un camino de sentido, sino que también necesito entender a Dios. Aunque los porqués son preguntas para la ciencia, descubro que mi propia aventura vital requiere de conocer (hasta lo cognoscible) a Dios, afianzar las bases de mi fe, del Credo, de los sacramentos, etc.

 

Conforme fui dando pasos en mi proceso personal me enredé en este Dios de la fraternidad hasta el punto de no poder entender mi vida si no era vivida desde el amor, la entrega y la relación con los otros. Hubo momentos especiales de descubrimiento, pero, sobre todo, un cúmulo de pequeñas experiencias que hicieron por sí mismas camino al andar.

Así cuando me tocó discernir qué quería hacer al acabar la etapa en la pastoral juvenil no podía eludir la respuesta: «tengo que seguir viviendo mi fe en comunidad, si no es fraterno mi ser cristiano no puede ser».

Una respuesta: la comunidad

Y de la suma de «síes» individuales surgió una realidad colectiva: Ohana, mi comunidad actual. Una familia de personas que ninguno eligió, pero en la que tejer lazos fraternos y poder sostenernos. Un lugar en el que compartir la fe, la experiencia de la vida y de Dios. Un refugio frente al individualismo. Un cuartel frente a la injusticia. Un hogar en el que cargar las pilas para salir al mundo a construir Reino. Y todo esto ha sido posible porque no estamos solos, tenemos la experiencia de haber sido acompañados, y de haber sido acogidos en una realidad fraterna más grande. Ha habido importantes referentes personales, pero sobre todo referentes comunitarios que nos han abierto los ojos a la dinámica de Dios de la que hablaba antes. 

Un par de claves que encuentro fundamentales para que se den procesos comunitarios nuevos en el seno de nuestras iglesias locales:

  • Confiar, emancipar y empoderar a los jóvenes. Es esencial poder sentir que de verdad tomamos nuestra vida en nuestras manos. Esto puede asustar y el relativismo y la liquidez de nuestro tiempo no ayudan a ello, por eso se hace fundamental que los acompañantes: acompañen, dejen progresivamente de guiar para solo caminar a su lado. Es fundamental que enseñen a confiar en nosotros mismos.
  • Un marco comunitario mayor. Nada es mejor ejemplo que una comunidad grande en la que ser acogidos, poder decir de aquellos que nos convocan e invitan: «mirad cómo se aman». Predicar con el ejemplo será siempre el mayor reclamo para que los jóvenes formen sus propias comunidades.

Comunidades hacia dentro y hacia afuera

Mi comunidad es también una escuela de fraternidad, en la que ser testigos del amor de Dios me empuja a ser tejedor de redes fraternas fuera del calor de Ohana. Me alienta a estar con otros jóvenes testimoniando vida fraterna y me siento llamado a acompañar su propio proceso de convertirse en cristianos adultos, haciéndome presente en sus vidas, respetando sus momentos y decisiones y compartiendo mi propia vida. ¡Que la llama que enciende el Padre no deje de contagiarse!