Hoy en día todos llevamos algo colgado en el cuello, sujeto a las muñecas o incluso tatuado en alguna parte del cuerpo. Los objetos suelen ser de lo más variado desde referencias a la naturaleza como flores o pájaros hasta símbolos más universales como el trébol de la suerte o brujitas volando en escoba, que alejan las malas energías y sirven de protección.
Lo más in hoy es llevar como Shakira un collar con una cruz de diamantes blancos o lucir en la muñeca la Virgen de la Milagrosa o la del Rocío como alguna presentadora de televisión. Es tendencia un objeto aislado, que destaque y que tenga significado pero no nos comprometa demasiado. «Menos es más» dice la moda. Un buen símbolo vale por mil palabras.
Los adolescentes y jóvenes son los que más llevan, cambian e intercambian este tipo de abalorios. Viven bajo la influencia de las modas de los medios de comunicación, las tendencias en el Instagram de sus artistas favoritos y constituyen una gran masa de consumidores. Buscan los símbolos y los combinan con la ropa o se los tatúan en la piel. Buscan sus propios lenguajes y códigos que transgredan la autoridad del propio símbolo, que normalmente pertenece al mundo de los adultos. De esta manera expresan su manera de ser y de consumir en interacción con sus pares.
Es especialmente significativo que también los símbolos religiosos entren en esta categoría de símbolos de moda. En muchas ocasiones los jóvenes no saben que significan, simplemente son cool y los buscan en los mercadillos y los rastrillos…
Uno de los trabajos que tiene la pastoral con adolescentes y jóvenes es traducir lenguajes y ayudar al acercamiento de símbolos y significados en el mundo globalizado de hoy. Caer en la cuenta de los símbolos que llevamos encima nos hace ser conscientes de su significado, pero también de las consecuencias que tiene su uso. Nos permite ser más críticos y desarrollar la capacidad de comprender también los lenguajes de otras culturas y religiones.
Estuvo de moda hace unos años llevar el símbolo del mantra más popular del hinduismo «Oh Mani Padme um». En realidad este mantra tiene como objetivo ayudar al rezo a través de la repetición. Es una técnica muy frecuente en las religiones porque permite concentrarse solo en la experiencia de la interioridad. Los musulmanes y los cristianos la utilizan en el rosario. No es tan importante la oración o mantra que se repita, sino la cadencia y el ritmo para ponerse en situación de «sagrado».
Otro símbolo in este año pasado ha sido la mano de Fátima o Jamsa. Este antiquísimo símbolo de las tradiciones judía sefardí y musulmana está datado desde el siglo II d.C. Sobre todo en medio oriente y en el norte de África. Cada tradición lo ha asumido de una manera diferente, el mundo sefardí hace referencia a la mano de Dios, que luego estará muy presente en la iconografía cristiana a partir del siglo IV d.C. Para la tradición musulmana, sobre todo en el ámbito bereber a partir del s. IX, es reconocido como la mano de Fátima, hija del profeta Mahoma y normalmente se reconoce en los cinco dedos los cinco pilares del islam. Al símbolo están vinculados los conceptos protección, autoridad, bendición y poder.
También la estrella de David ha estado de moda como colgante, o símbolos célticos como la triqueta que simboliza la vida, la muerte y el renacimiento o también la igualdad, la eternidad y la indivisibilidad. Se le atribuyen poderes curativos y de bendición. La serie de televisión Embrujadas, y el auge del movimiento «Wicca» (magia y brujería) la puso de moda entre los jóvenes hace unos años y hoy se siguen viendo en el mercado. Ahora es más frecuente ver de entre los símbolos célticos, el árbol de la vida o Crann Bethadh, símbolo de la conexión entre lo terrenal y lo divino. Es un símbolo que está presente en muchas culturas como símbolo de energía y de sustento, al igual que de armonía de todo el universo.
Otro símbolo muy famoso desde hace tres o cuatro años es el infinito. Como su propia definición expresa, el «infinito», es aquello que no tiene ni principio ni fin. Es un concepto filosófico que se aplica a otras disciplinas como la matemática o la astrofísica. Se ha trasladado a la cultura popular como signo de perpetuación de un sentimiento o un vínculo: amistad, amor, vida, felicidad…
Y así podríamos seguir con otros símbolos como la flecha, que orienta y focaliza la suerte, la pluma que aporta sabiduría y poder divino, la llave que acerca a la grandeza y la comprensión de las cosas o el ying-yang, que concentra la totalidad… Esta gran diversidad nos plantea el reto de educarnos a nosotros mismos y a los jóvenes a preguntarnos de dónde vienen y cuáles son las motivaciones internas que tiene un adolescente para llevarlo encima o tatuárselo. Entrar en el juego de símbolos supone usar sus códigos también para lo religioso. Podemos hablar de Dios como amor «infinito», o de Cristo, árbol de vida, que nos conecta con Dios. Con ello construimos puentes de comprensión, universos simbólicos compartidos que favorecen la experiencia cristiana de nuestros adolescentes y jóvenes. Les permite asumir con crítica los imaginarios que fluctúan tan rápidamente en la cultura popular y hacerse responsables del manejo de los símbolos como parte fundamental de la expresión humana, también la religiosa.
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