SHHH… ESCUCHA… SIENTE… DÉJATE SER… – Comunidad Monasterio de la Santísima Trinidad Suesa

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En ocasiones, hay palabras que se vuelven insistentes, reiteradas y que, aunque poseen diferentes matices, te conducen al mismo destino: «escucha». Esta sensación comenzó con la lectura del evangelio de Marcos de hace unos domingos (Mc 7,31-37). Le presentan a Jesús a un sordo y sin pensárselo mucho le mete los dedos en los oídos y los «abre» para escuchar.

¿Cuántas veces te has parado a escuchar de verdad? Dejar que los sonidos no solo lleguen a tus oídos de forma mecánica, sino que se lancen a lo más profundo de tu ser como quien se sumerge en el mar, y en la libertad de saberse rodeado es capaz de descubrir misterios insospechados.

Quizá primero tenemos que distinguir entre «oír» y «escuchar» porque, aunque parece que hablamos de lo mismo, no es así. Cuando oímos, percibimos de forma mecánica con el oído sonidos que pueden ser suaves o fuertes, agudos o graves, enmarañados o sencillos. Cuando escuchamos, algo más sucede en nosotras. No solo percibes un sonido, además prestas atención a lo que está sonando, casi me atrevo a decir que a lo que está sucediendo. Ya no son sonidos mecánicos sino experiencias que se cuelan y pueden tener la capacidad de despertar mil sentimientos, de estremecernos.

Aunque esto pueda sonar extraño, cuando escuchamos no son solo los oídos, que es el órgano del cuerpo que vinculamos a la escucha, lo que se pone en funcionamiento. Se puede escuchar con la mirada. Haz la prueba. Siéntate y contempla un paisaje. Si puedes estar en medio de la naturaleza mejor, porque, como decía Víctor Hugo, esta siempre está hablando y «produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no la escucha». Ponte ante la vida y escucha con tu mirada, la naturaleza y sus colores y sonidos, la vida en medio de la ciudad con su ajetreo. Escucha. Deja que por tu mirada se cuelen sonidos hechos sentimiento, palabra, Palabra.

También podemos escuchar con el tacto. Al tocar a otra persona escuchamos todo lo que vive, lo que siente. Esta escucha requiere del silencio y la consciencia, de la capacidad de salir de una misma y dejar que la vida, que la Vida, te toque desde lo más profundo.

La escucha necesita del silencio. Necesita dejar espacio a la palabra sencilla y sincera. Necesita la confianza. La escucha verdadera se despoja de prejuicios, espera y se deja sorprender por lo que pueda suceder.

El profeta Elías nos pone delante la experiencia del silencio habitado. Cuenta el primer libro de los Reyes en el capítulo 19, cómo Elías, después de huir de la reina Jezabel y desearse la muerte, se deja llevar por Dios al monte Horeb. Allí su única misión es esperar porque «el Señor va a pasar». Después de distintos fenómenos atmosféricos, que vistos desde el punto de vista del sentido que nos ocupa, traían bastante sonido, la verdadera presencia se encuentra en la «voz de fino silencio». Cuando nuestra escucha se hace profunda podemos tener la capacidad de escuchar Su voz, la voz de las personas con las que hablamos y compartimos la vida desde el más «fino silencio». 

Cuando experimentamos esa escucha la vida se transforma. Cuando somos capaces de afinar nuestro oído, de despojarlo de los ruidos. En la escucha nos encontramos con las otras, abrimos espacio a la comunión, salimos de nuestros espacios, de nuestras seguridades y nos dejamos tocar por la vida, las alegrías, el sufrimiento de las demás. En la escucha nace la compasión. Una escucha activa que nos pone al lado de quien camina con nosotras, que nos lleva a hacer camino juntas.

La música es un espacio privilegiado para la escucha. Te invito a vivir la experiencia de escuchar y dejar que eso que escuchas te mueva por dentro. Déjate sorprender. La pieza que te invito a escuchar es el Concierto para violín No. 2 en mi mayor, BWV 1042, el segundo movimiento: Adagio, de Juan Sebastián Bach. En este movimiento, el violín inicia un diálogo con el resto de instrumentos. Escucha cómo van dibujando con los sonidos un diálogo, deja que el sonido claro del violín penetre desde tus oídos hasta lo más profundo. Cada nota lleva una palabra, un sentimiento, una imagen. No dejes de escuchar al resto de la orquesta, cómo va respondiendo y sosteniendo el diálogo con el violín.

Deja que se abran tus oídos, déjate abrir los oídos, entrar en la escucha que te lleva a lo profundo, a la verdad que te habita.

Para terminar, un poema y otra canción. La canción: A quien quiera escuchar de Maldita Nerea, porque la vida es escucha y cuando te dispones puedes escuchar «lo que cuenta el Misterio» en tu vida, en la vida.

El poema: Effetá, de Jose Mª Rodríguez Olaizola, porque necesitamos pedir cada día que nos abra los oídos, estar atentas a la vida, a la Vida que sucede en cada instante:

Ruidos.
Nos rodean.
Nos envuelven.
Nos aturden.
Tertulias, canciones, opiniones,
discursos, eslóganes. 

Anuncios, promesas, 

noticias, debates, conversaciones.
Ruido, ruido incesante, 

que termina atronando
a base de exceso hasta que las palabras

ya no significan nada.

Mientras,
como un rumor de fondo,
la Palabra trata de hacerse oír. Habla de justicia,
de amor verdadero,
de camino, verdad y vida.

Toca, Señor, nuestros oídos, 

que se abran de nuevo
al rumor de tu presencia. 

Sé la Voz que grita, en el desierto
de los indiferentes,
de los que están de vuelta, 

de los ensordecidos.

Voz que despierta
los anhelos más nobles 

que llevamos escritos
en la sangre y la entraña.