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SHAME
Con este rotundo título ha estado en el fantástico espacio O lumen de Madrid que llevan adelante los dominicos, una exposición que nos mira de frente, como las casi cien fotografías de gran formato que nos miran cara a cara, poniéndonos por delante su vergüenza y la nuestra.
Todos han sido víctimas de abusos cuando eran menores. Todos han sufrido el calvario de sentirse culpables de algo que no les concernía, de una situación a la que fueron empujados. Las fotos son de Simone Padovani recogen no solo el dolor exterior sino también aquello que se esconde, los sentimientos que se escapan de las heridas visibles.
Cualquier tipo de abuso es un fracaso. El fracaso de quien quiere imponer su verdad sobre los otros. Y el abuso siempre va acompañado por el poder de quien es capaz de reducir a la víctima y dejarla desnuda ante una realidad que se impone.
La Iglesia sufre en estos momentos la vergüenza de estos hombres y mujeres, jóvenes e incluso niños, que nos miran a la cara pidiéndonos respuestas. Me acuerdo del texto de Mt 25. Gracias a Dios la Iglesia está reaccionando a esta lacra inadmisible pero también ha caído en muchas ocasiones en la complacencia de quien mira a otro lado para que corra el tiempo de descuento y las aguas se calmen. Si caemos en esto revictimizaremos de nuevo a las personas y haremos doble daño.
En el cine, en la cultura, en la propia sociedad, cada vez hay más personas conscientes de trabajar en este campo y poner de manifiesto estos desmanes. Recuerdo la película chilena El club (Pablo Larraín, 2015), que cuenta la historia del lado de los abusadores apartados en una casa con afán de remisión. O la estupenda Gracias a Dios (François Ozon, 2019), que revisa el tema desde el prisma de las víctimas en su desafío por esclarecer su situación.
Mucha gente es consciente que el camino de la claridad y la contundencia en estos asuntos es el camino. Otra mucha gente aún sigue mirando a otro lado. Por eso es necesario que las víctimas sigan mirándonos a la cara y, al descubrir nuestra vergüenza, no solo no apartemos la cara, sino que los acojamos con un reparador abrazo.