SEXUALIDAD Y ESPIRITUALIDAD A LA LUZ DE ETTY HILLESUM Descarga aquí el artículo en PDF
Fernando Arriero
- Empecemos por las presentaciones
Estimado lector, ¿qué tal? ¿Te parece si empezamos por presentarnos los que vamos a dialogar a lo largo de estas líneas?
Mira, yo soy profesor de filosofía, psicología y religión de jóvenes de Bachillerato y llevo buena parte de mi vida viendo cómo a la Iglesia nos cuesta ofrecer una formación integral afectivo-sexual, pero nos resulta más fácil pedir cuentas de la vivencia de la misma y, sobre todo, obviarla haciéndonos el longui.
Tú eres, supongo, un agente de pastoral que se ha asomado a este número de la revista para ver qué se cuece en este asunto tan atractivo como desafiante.
Por último, te presento a Etty Hillesum, joven judía holandesa asesinada en Auschwitz a los 29 años y que pasó de considerarse «atea» a definir su vida como un «diálogo ininterrumpido con Dios». Esta joven vivió activamente —y no muy ordenadamente— su sexualidad sin tener, en un primer momento, ni siquiera un atisbo de que en la medida que desplegara su espiritualidad, también maduraría su dimensión afectivo-sexual.
- ¿Qué tiene que ver la sexualidad con la espiritualidad?
Todo, siempre y cuando no tomemos la espiritualidad como un conjunto de prácticas que llevan al alma a elevarse al cielo. La espiritualidad consiste más bien en desplegar nuestra propia identidad —todo lo que somos— al ritmo del susurro del Espíritu que nos dinamiza.
Y claro, en este «todo lo que somos» entran, en palabras de san Ignacio, nuestra «memoria, entendimiento y voluntad», pero también nuestras «emociones, sentimientos y pasiones» y sin olvidarnos que somos seres corpóreos y sexuados. Vamos, que ninguno de nosotros está llamado a ser san Juan de la Cruz, santa Teresita del Niño Jesús, Teresa de Calcuta o Juan Pablo II. Estamos llamados a la santidad, es decir, a ser nuestra mejor versión por medio del amor, pero sin imitar escrupulosamente a nadie.
Estamos llamados a ser nuestra mejor versión por medio del amor
Nuestra mejor versión no la alcanzaremos, sin embargo, a base de esfuerzo personal (eso es una herejía: pelagianismo) ni tampoco obviando nuestra dimensión afectivo-sexual. Dejar al Espíritu que nos vaya modelando por entero implica tomarnos en serio cada uno de los rinconcitos de nuestro ser. Y la testosterona, la menstruación, el placer sexual, la imaginación y sueños eróticos, el deseo de ser abrazados y besados, la curiosidad y la fuerza inmensa del instinto sexual, los orgasmos… son parte de nuestra humanidad. Esta unidad inseparable de la corporeidad y la dimensión más espiritual lo expresó de este modo tan bello Etty Hillesum:
«A veces siento que atraviesa todo mi cuerpo un movimiento natural de querer arrodillarme, no, es algo distinto: es como si el gesto de arrodillarse estuviera modelado todo mi cuerpo, a veces lo noto por todo mi cuerpo. En ocasiones, en momentos de enorme gratitud, siento la irresistible necesidad de arrodillarme, inclinar la cabeza, poner las manos delante de la cara. Se ha convertido en un gesto que está dentro de mi cuerpo y a veces ese gesto quiere hacerse realidad. Y recuerdo: “La chica que no sabía arrodillarse” y la áspera alfombra de coco del cuarto de baño. Y al escribir estas cosas me invade una sensación de vergüenza como si estuviera escribiendo sobre lo más íntimo de lo más íntimo. Siento mucha más timidez y pudor que si estuviera escribiendo sobre mi vida amorosa. ¿Acaso hay algo más íntimo que la relación del ser humano con Dios?» (Diario, 3-IV-1942).
En definitiva, ni tú ni yo estamos llamados a ser santos arcángeles. Ellos no tienen pene ni vagina, ni testículos ni ovarios. A nosotros sí nos toca desarrollar nuestro proyecto vital de discípulos de Jesús contando con el don precioso de la sexualidad. Y como todo «don», hay tarea y responsabilidad de por medio. ¡Pero merece muchísimo acoger tal regalo! Entre otras cosas porque la alternativa sería vivir castrados, amargados y dejando en la trastienda asuntos que tarde o temprano saldrán. Y me temo que se manifestarán de una manera inadecuada, inmadura y generando mal rollo, a nosotros mismos y a los demás.
- Hechos del mismo barro
Si todos somos seres sexuados, se supone que existe una serie de factores que nos vendrán bien a todos para crecer espiritualmente teniendo en cuenta nuestra dimensión corpórea y afectivo-sexual. Así es. Si me lo permites, te indico algunas que considero más relevantes:
- Escuchar el propio cuerpo
Desconocer qué alimentos te sientan bien; qué deporte te favorece más o a qué hora has de practicarlo y con cuánta frecuencia; lo que produce el azúcar, el alcohol u otras sustancias en tu organismo; el número de horas que necesitas dormir; qué tipo de higiene has de cuidar un poco más; qué partes del cuerpo se «quejan» en momento de estrés o de «movidas» afectivas… te convierten en un peligro público. Así es. Con tal desconocimiento es posible que te estés dañando a ti mismo a nivel fisiológico, psíquico, emocional y espiritual, y muy posiblemente también estés generando «víctimas» cerca de ti. ¿Por qué? Porque como dicen en mi pueblo, vas como «vaca sin cencerro». Sin tener en cuenta el cuerpo es imposible crecer en el ámbito afectivo-sexual y, por tanto, a nivel espiritual.
Ejercicios vinculados al focousing, al mindfulness, al zen u otras prácticas de tradición oriental pueden favorecer la toma de contacto con el propio cuerpo. Pero también la propia tradición judeocristiana cuenta con la danza contemplativa, las posturas orantes de santo Domingo u otros modos que tienen en cuenta al cuerpo a la hora de conectar con el buen Dios. Así, por ejemplo, Etty Hillesum halló en el arrodillarse en una alfombra oscura de su cuarto de baño, la postura corporal que le conectaba y le hizo comprender que su interior estaba habitado por Dios.
«Ayer por la noche, antes de acostarme, me encontré de pronto de rodillas en medio de esta gran habitación, entre las sillas de metal, encima de una alfombra de color claro. Fue un gesto espontáneo. Forzada a ir al suelo por algo más fuerte que yo. Hace un tiempo me dije a mí misma: estoy aprendiendo a arrodillarme. Todavía me avergüenzo demasiado de ese gesto, que es tan íntimo como los gestos del amor de los que no se puede hablar a menos que uno sea poeta» (Diario, 14-XII-1941).
Esto mismo lo experimentó Etty Hillesum hasta el punto de buscar una palabra en alemán que expresara la escucha profunda de toda la realidad. También del cuerpo. Y tal escucha sería un trampolín hacia Dios.
«Sin duda es bueno que hayas hecho que mi cuerpo se detuviera, Dios mío. He de recuperarme por completo para poder hacer todo lo que he de hacer. O tal vez esa sea también una idea convencional. ¿Acaso el espíritu no puede trabajar y ser fructífero, aunque el cuerpo esté enfermo? Y amar y escucharse atentamente a sí mismo y a otros, y escuchar las conexiones de esta vida y de uno mismo. Lo que los alemanes llaman: “Hineinhorchen”, me gustaría encontrar una palabra adecuada en holandés. En realidad, mi vida es un continuo “hineinhorchen”, un escucharse a sí mismo y a otros, a Dios. Y cuando digo: “me escucho” en realidad es Dios dentro de mí el que escucha. Es lo esencial y lo más profundo de mí que escucha a lo esencial y lo más profundo en el otro. Dios a Dios» (Diario, 17-IX–1942).
- Silencio y palabra para cuidar el corazón
El mundo afectivo en todas las épocas de la vida es intenso y caótico. En la adolescencia, más. Pero el caos está llamado —fíjate en el primer capítulo del Génesis— a convertirse en armonía gracias al Espíritu. Cada uno puede facilitar este proceso de moldeado de la arcilla caótica que es el propio corazón e ir poco a poco favoreciendo la recreación de la obra de arte de nuestra existencia. Para ello…
- Silencio… y así poder acoger las resonancias interiores. Muchas heridas del corazón requieren silencio, pero muchas reconciliaciones y proyectos maravillosos también. Acoger lo que Dios nos regala requiere estar en su presencia amorosa.
- Palabra… que nace del silencio. No palabrería. Palabra auténtica, clara, precisa… que surge de un corazón sanado, fortalecido e iluminado por el silencio habitado. La palabra que se pronuncia o que se escribe en un cuaderno de notas personales tiene el don de hacerse más consciente y, por tanto, nos hace más responsables de aquello que expresa.
Acoger lo que Dios nos regala requiere estar en su presencia amorosa
Etty Hillesum es, de hecho, el claro de ejemplo de que poner por escrito sus vivencias íntimas dinamizó su vida espiritual. Once cuadernos escritos entre 1941 y 1943 fueron testigos de su crecimiento a nivel afectivo y espiritual. A veces reclama simplemente un verso: «Dame un pequeño verso al día, Dios mío, y si no puedo escribirlo porque no tengo papel ni luz, se lo recitaré en voz baja a tu gran cielo por la noche. Pero dame un pequeño poema de vez en cuando».
- El acompañamiento psicoespiritual
Se me hace difícil comprender que una persona que desee participar en una competición deportiva no cuente con una persona experimentada con quien compartir sus avances, sus sueños, dificultades, intuiciones; una persona que conozca la técnica y el esfuerzo que se ha de invertir; una persona que disfrute de lo mucho que te da el atletismo, pero que también sabe de primera mano las renuncias que conlleva. Un atleta sin entrenador al cual no solo le preocupen las marcas conseguidas sino también cómo va el mundo emocional y social que rodea al deportista nos parecería algo extraño. Pues bien, ¿cómo es posible que no nos escandalicemos cuando la inmensa mayoría de los cristianos de a pie no tienen un coach espiritual con quien poder compartir las insinuaciones del Espíritu y, además, los laberintos del corazón (y de las hormonas)?
En la segunda entrada de su diario —que escribió gracias a la propuesta de su mentor, amigo y amante Julius Spier— habla de este discípulo de C.G. Jung de esta manera:
«Ahí estaba yo, con mi “atasco espiritual”. Y él iba a poner orden en aquel caos interior, iba ponerse al frente de aquellas fuerzas contradictorias que operaban en mi interior. Me tomó una mano y me dijo: “Mira, así tienes que vivir”. Durante toda la vida he deseado que alguien me tomara de la mano y se ocupara de mí; puede que parezca una persona valiente que sabe valerse por sí misma, pero me gustaría tanto abandonarme al cuidado de otro. Y ahora ese desconocido, ese señor S. de rostro complicado, ha conseguido cosas portentosas conmigo en tan solo una semana: gimnasia, ejercicios de respiración, palabras iluminadoras y liberadoras sobre mis depresiones, sobre mi actitud para con los demás, etc. Y de pronto he empezado a vivir de otro modo, más libre y “fluido”, la sensación de “atasco” ha desaparecido, en mi alma hay un poco de paz y orden, por el momento ese efecto se debe a la influencia de su personalidad mágica, pero en el futuro se asentará en mi psique y se convertirá en un proceso consciente» (9-III-1941).
- «Amigos fuertes de Dios»
Con esta expresión santa Teresa de Ávila nos invita a vincularnos con intimidad y libertad a otras personas que desean, como nosotros, caminar con radicalidad (desde la raíz) tras las huellas de Jesús.
Por tanto, se hace necesario aprender a relacionarnos desde el corazón, superando la fácil y estéril superficialidad, para poder avanzar en el itinerario de discipulado. Sin otros es todo mucho más complicado.
Sin otros es todo mucho más complicado
Quienes leemos estas líneas sabemos, no obstante, que como en la parábola de los dos erizos, se hace necesario hallar la distancia adecuada para que en la relación íntima se produzca el calor del Espíritu, pero no nos pinchemos por una cercanía inconveniente. Ensayo y error. A veces el corazón dolerá, pero la alternativa es vivir fríos en la intemperie, paralizados y acorazados. En definitiva, la alternativa es no avanzar en la capacidad de amar más y mejor, es decir, de detenernos en nuestra sexualidad y nuestra espiritualidad.
Y si el Señor ha puesto en tu vida una persona con la que compartir proyecto de vida y también cama, y por tanto, intimidad corporal, sexual y genital, ¡agradece inmensamente tal gracia! Y como ese vínculo es tan extraordinario, el mimo ha de ser, igualmente, fuera de lo común. Ojalá esa persona sea la primera que puedas considerar «amiga fuerte de Dios», con quien «hacer espaldas» en estos «tiempos recios», que diría Teresa, la de Ávila.
Nuestra amiga Etty, cuando habla de cómo es posible que un hombre y una mujer puedan ayudarse a crecer, toma una cita de su referente literario por excelencia, el poeta Rilke:
«Y puede que los sexos estén más emparentados de lo que hemos creído, y a lo mejor en eso consistirá la gran renovación del mundo, en que el hombre y la mujer, liberados de cualquier sentimiento erróneo o reticencia, se buscarán el uno al otro no como opuestos, sino como hermano y hermana, como semejantes, para así reunirse en tanto seres humanos, para sobrellevar juntos, simple, seria y pacientemente, la difícil cuestión de la sexualidad que se les ha encomendado» (Diario, 20-II-1942).
- Iguales y diferentes
Somos seres humanos. Es cierto. Pero cada cual tiene sus propias particularidades. No somos iguales en género ni en edad. No todos hemos tenido la misma educación religiosa ni moral. Cada cual ha tenido sus experiencias fundantes y también sus heridas afectivas. Nuestro ocio nos configura más de lo que pensamos y cada cual ha invertido su tiempo en hobbies diferentes. En definitiva, nuestra personalidad se ha ido modelando —a partir de una genética heredada— gracias a las condiciones externas en las que hemos ido creciendo y a las circunstancias sociales que nos ha tocado vivir. Por tanto, ¿cómo hallar el propio camino de madurez afectivo-sexual y espiritual?
- Tanto en cuanto
¿Es bueno rezar el rosario? Tanto en cuanto. ¿Y hacer oración contemplativa? Tanto en cuanto. ¿Y el ayuno? Tanto en cuanto. ¿Y salir de fiesta y bailar hasta las tres de la madrugada? Tanto en cuanto. ¡Tanto en cuanto, ¿qué?! Tanto en cuanto te ayude a conectar con Dios, que es Presencia y Misterio. Es preciso caer en la cuenta de que no hay recetas universalmente válidas y que, por tanto, lo que a otras personas les puede venir estupendamente, a ti, a lo mejor, no tanto.
Es preciso caer en la cuenta de que no hay recetas universalmente válidas
Por consiguiente, tú eres el primer responsable —con la luz el Espíritu— de ir construyendo tu propia identidad a partir de pequeñas e importantes decisiones que ponen en juego tu corazón. Los hebreos tenían claro que en el corazón (leb) cada uno se ponía delante de Dios y de su propia verdad y, allí, en lo profundo, se tomaban las decisiones de amor. Y es que nuestra capacidad de amar es única. Ya dice Juan en su primera carta que «aquel que dice que ama a Dios, pero odia a su hermano es un mentiroso» (1 Jn 4,20).
- Ir más allá de la letra.
Las normas morales de la Iglesia, también en el campo de la sexualidad, son sabias si sabemos ir al fondo de las orientaciones. Conocer y reflexionar la enseñanza de la Iglesia (muchas veces solo la conocemos de oídas y con ciertos reduccionismos) es una buena forma de ir moldeando nuestra conciencia. Sin embargo, nadie te quitará nunca la responsabilidad de decidir en conciencia de cómo has de actuar en cualquier ámbito. Tampoco en el terreno sexual. No eches balones fuera. Decide por ti mismo aterrizando la orientación de la Iglesia a tu realidad personal. Dejar que otros piensen por ti es demasiado fácil. Toma las riendas en tus manos. Y si te equivocas, Jesús te levantará. Y si aciertas, ¡a celebrarlo! Así, Etty escribe en su diario unas palabras que tienen como trasfondo las sabias palabras de la primera carta de San Pablo a los Corintios:
«Los que tienen amor lo tienen todo, y sin amor nada tiene valor. Que cada uno guarde lo que reconoce como la verdad, por amor y sabiendo que donde no hay amor la verdad es letra muerta y no sirve de nada» (Diario, 30-X-1941).
Decide por ti mismo aterrizando la orientación de la Iglesia a tu realidad personal
- Y ante todo el amor
Va siendo el momento de despedirnos. Jesús en la despedida durante la última cena fue al grano. No había mucho tiempo y era necesario poner sobre la mesa los asuntos esenciales. Y puso el amor. El evangelista Juan sitúa el discurso sobre la unidad entre los discípulos y la unidad de estos con Jesús en la última cena (Jn 15). Y este mismo evangelista, dos capítulos antes, no presenta el pan y el vino como signo de su presencia en la comunidad eclesial sino el lavatorio de pies.
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Jesús toca, lava, seca los pies sucios de sus seguidores. Los pies que hacen posible el seguimiento y la misión. No hay más requisitos para sus seguidores: abajarse, arrodillarse y lavar los pies ajenos, como un esclavo para con su señor. Y no hay medias tintas: si no lavas los pies a los demás, no eres de los suyos. Y si esos pies están mugrientos porque son los de alguno de los millones de desheredados y crucificados de nuestra tierra, el abajamiento debería ser mayo aún.
Si ante los demás no nos descalzamos como Moisés ante la zarza ardiente, si los demás no son para nosotros tierra sagrada, es complicado que comprendamos que sexualidad y espiritualidad van de la mano. ¿Te imaginas que alguien desnude su corazón en intimidad y no encuentre una acogida sumamente respetuosa y cálida? ¿Te imaginas que alguien desnude su cuerpo y no halle unos brazos acogedores que cuiden la sacralidad del mismo? ¿Te imaginas que se te regale la certeza de la presencia de Dios a tu lado y no agradezcas, cuides y desees vivir de la inmensa dulzura del Amor con mayúsculas?
«El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Se hizo carne, carne, carne… Sí, carne. Por amor. A ti, a mí, a toda la humanidad.
Dejamos que Etty Hillesum termine este encuentro compartiéndonos cómo a veces lo que ella llama «espiritualización» es lo que le permite poner orden en sus deseos físicos y en su tendencia seductora. Es precisamente el avance en su espiritualidad lo que le permite tomar conciencia de que en el fondo lo que importa es amar. Así lo expresa ella:
«En realidad, el sexo no es tan importante para mí, aunque a veces pueda dar la impresión de que sí lo es. ¿Acaso no es engañar a los hombres, atraerlos dándoles esa impresión para luego no poder ofrecerles lo que quieren? En realidad, no soy el prototipo de mujer, al menos no sexualmente. No soy una auténtica “fémina” y eso me provoca a veces un complejo de inferioridad. Mis inclinaciones puramente físicas se ven cortadas y debilitadas de infinitas maneras por un proceso de espiritualización. Es como si a veces me avergonzara de esa espiritualización. Lo que sí es verdaderamente primordial en mí, es mi humanidad, siento un amor y una compasión elemental por las personas, por todos los seres humanos» (Diario, 6-X–1941).