SEXTO DOMINGO CICLO A: VIVIR RECONCILIADO – Iñaki Otano

Un día cualquiera nos sentamos ante el televisor para ver una película de acción en la que haya muchos tiros y muchos puñetazos. Distinguimos bien  los “buenos” de los “malos” de la película. Como es natural, nos ponemos del lado de los “buenos”, y casi instintivamente apoyamos que estos zurren bien a sus enemigos, que ya son también nuestros enemigos. Con tal de terminar con los malvados, lo que sea. Nos parece que esa violencia que ejercen los nuestros no es violencia porque es para que venza el bien.

            Pasando de la ficción a la realidad, en este evangelio vemos que Jesús es contrario a toda violencia, porque la violencia produce más violencia, y así se entra en una espiral de muerte difícil de parar. Jesús dice que la violencia está en el corazón, y por eso hay que procurar estar reconciliado de corazón con el hermano, no estar peleado con él. Quien está enemistado con alguien, ya lo ha matado en su corazón. Parece que quisiera borrarlo del mapa con insultos o menosprecio que agravan la violencia.

            Jesús también piensa que la fidelidad que se prometen los esposos en el matrimonio no se limita al cumplimiento de un contrato sino que debe llevar al cultivo del amor. Hay que esforzarse por mantener o recomponer el amor con esos detalles que muestran que se quiere a la persona. La promesa que se hicieron un día los esposos, más que un contrato frío, es un querer ser fiel de corazón al amor primero. En todo caso, los creyentes debemos ayudar a una buena relación y, al mismo tiempo, ser comprensivos y acogedores con los que viven el dolor de una separación, ayudándoles a afrontar la nueva situación.

            La tercera recomendación de Jesús en el evangelio de hoy se refiere a la fidelidad a la palabra dada. No podemos prescindir de las garantías necesarias para que no nos engañen. Pero un buen discípulo de Jesús debe ser siempre de fiar. Jesús lo expresa diciendo: a vosotros os basta decir sí o no. No dejarse engañar, pero proponerse no engañar nunca a nadie. En la vida hay situaciones complejas, que no se resuelven con soluciones simplistas, pero la lealtad es propia de todo cristiano y de toda buena persona.

            Ha empezado Jesús exhortándonos a ser mejores que los letrados y fariseos. Estos eran puntillosos al exigir el cumplimiento externo de la ley hasta extremos absurdos. Seguir la invitación de Jesús significa movernos más por el espíritu que por la exterioridad. Dios conoce nuestro corazón, y eso es lo que está presente ante él.

 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado.

Habéis oído el mandamiento ‘no cometerás adulterio’. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.

Sabéis que se mandó a los antiguos: ‘No jurarás en falso’ y ‘cumplirás tus votos al Señor’. Pues yo os digo que no juréis en absoluto. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno”. (Mt 5, 17-37)