Fernando Negro
La belleza es una experiencia que desata una emoción profunda que suscita a la vez anhelos por la verdad y la bondad. Estos tres elementos, belleza, verdad y bondad, a pesar de tener contenidos semánticos diversos se conectan entre sí por obra y gracia de los efectos que producen en la persona.
La belleza, para ser tal, ha de pasar de lo puramente estético a lo realmente ético. Es ahí donde se conecta con la bondad. Las palabras griegas “kalós” y “agathós” pueden al mismo tiempo significar belleza y bondad.
Mientras escribo esta reflexión, leo en una internet un artículo cuyo encabezamiento dice textualmente: “el desnudo en las mujeres no las convierte en iconos de belleza”. Y es verdad, porque lo que realmente hace a una persona icono y estandarte de belleza es su conexión con la bondad interior que la habita.
Cuando el escritor ruso Fyodor Dostoievski (18821-1881) escribía que “la belleza cambiará al mundo”, no se quedaba en la superficie de una belleza de apariencia pasajera. Se refería a la belleza que se conecta con la bondad. “¿Qué belleza cambiará al mundo? La respuesta la encontramos en las personas que a lo largo de la historia de la humanidad han sabido darlo todo por un ideal, aun con el riesgo de sacrificarlo todo, incluso su propia vida.
¿Cómo opera a nivel práctico la belleza? La respuesta es sencilla y contundente: compartiendo la pena de los de los débiles, acompañándoles en su camino hacia la esperanza.
El fallecido cardenal Carlo María Martini, SJ (1927-2012) que casi fue elegido Papa en el cónclave que eligió a Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, escribía en una carta pastoral: “Estoy convencido de que el «hermoso testimonio» (cf. l Tim 6,13) de Aquel que dio la vida por amor a cada uno de nosotros, reflejado en las páginas de la Escritura, asimilado en la lectio divina y encarnado en la vida de tantos testigos de nuestro tiempo -desde el padre Kolbe a Gianna Beretta Molla, a Teresa de Calcuta…-, es hoy capaz de vencer los condicionamientos de nuestro tiempo y de entusiasmar por la verdadera Belleza de Dios.” (año 1999-2000)
Concluimos que “la belleza que cambia al mundo es la belleza de quien comparte la pena.” Es la belleza que por medio de Mahatma Gandhi, por su persistencia en la verdad, trajo la independencia definitiva de la India; es la belleza que a través de la persistencia no violenta de Nelson Mandela, adelantó la caída del apartheid en Sudáfrica; es la belleza que, por medio de Teresa de Calcuta, se conectó con la miseria humana para que en su fango nazca la esperanza y la conciencia de saberse y sentirse amados…
Belleza y bondad, para que se sostengan en su esencia, necesitan del fundamento de la verdad. Porque la belleza no es una ilusión, sino la esencia misma de la vida. Por eso la verdad nos saca de las ilusiones vanas y nos lleva al mundo de la realidad donde podemos hacer de este mundo un sitio mejor que cuando vinimos a vivir en él.
Este modo de entender la belleza conectada con la bondad y la verdad no es patrimonio de unos pocos, sino llamada profunda, vocación diría yo, de todo aquel que de verdad se propone tener vida en abundancia.
Desde este punto de vista concluimos que la belleza no es sólo una resonancia interna de lo que vemos externamente, sino creación y tarea que, desde dentro, toca los márgenes de la realidad para embellecerla.
Para concluir podemos decir que Aquel que llevó a su plenitud semejante proyecto fue y sigue siendo Jesús de Nazaret. Su presencia física por 33 años entre nosotros marcó y sigue marcando una diferencia esencial en todo lo que es tocado por la fuerza de su Espíritu. Juan de la Cruz, el místico y poeta del siglo XVI español lo deja hermosamente reflejado en la estrofa 5 de su “Cántico Espiritual”:
“Mil gracias derramando/ pasó por estos Sotos con presura,/Y, yéndolos mirando,/ con sola su figura/ vestidos los dejó de su hermosura.”