Fernando Negro
La felicidad es, lo repetimos, una manera de ser, no una forma de vivir fingidamente. Por eso si seguimos usando máscaras, pretendiendo ser lo que no somos, aparentando que somos fuertes cuando en realidad somos vulnerables y frágiles, jamás nos conectaremos con la fuerza interior que es el detonante de la felicidad.
Hoy ha venido a hablar conmigo una mujer ecuatoriana de unos 42 años de edad. Se llama Gloria. Tiene un hijo adolescente de 21 años de edad que se acaba de liar son una mujer casada un poquito mayor que él. El drama de Gloria es que cuando ella trata de convencer a su hijo de que esa relación está abocada al fracaso, tanto su hijo como el esposo de Gloria le recuerdan a ella sus errores de juventud, cuando ella misma estaba envuelta en otra relación semejante de la que nació un hijo menor.
Gloria ha encontrado la verdad acerca de sí misma, confiesa que ella también está en la cadena de la incongruencia. Pero hace años que intenta redimirse, y lo demuestra con la vida nueva que ahora vive.
Gloria ha venido para que le diera algunos consejos acerca de cómo tratar a su hijo, pero en realidad hemos acabado concluyendo que es ella la que necesita ayuda. Así que la sesión ha consistido en hacerle comprender que ella no se define por el pasado, por la definición que otros tienen acerca de ella, ni por la culpa maligna que la llena de vergüenza.
Gloria ha comprendido que debe liberarse de la fuerza negativa que otros han ido depositando desde su infancia, con unos padres intolerantes y alguna experiencia de abuso sexual por parte de algunos familiares.
Le he dado a leer el texto del evangelio de Juna, capítulo 4, en el que una mujer samaritana de mala vida se encuentra con Jesús, junto al pozo, al mediodía. En el hermoso diálogo entre ambos, Jesús va operando en ella una auténtica “cirugía espiritual” por medio de la cual ella se da cuenta que es conocida de arriba abajo, mientras Jesús la ama incondicionalmente. “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho”, les dice a sus convecinos.
Esa mujer encontró su fuerza en la debilidad, la felicidad escondida en un rincón del corazón. Por la felicidad es una forma pasiva de vivir que consiste en soltar las amarras de nuestras pretensiones, apegos, obsesiones y adicciones, y ser lo que de verdad somos para, desde ahí, ser lo que de verdad podemos ser.
La vida está llena de personas que estaban caminando como vagabundos, hasta que, en un proceso de transformación interior, llegan a ser peregrinos que han encontrado la dirección de su destino final que es la felicidad para la que fueron creados.
Hay sin embargo otros que, con sus reacciones guiadas por pensamientos negativos a irreales, deciden seguir la ruta equivocada que les lleva a la insatisfacción permanente. Se inventan mapas existenciales que no les pertenecen.
Algunos ejemplos de estos mapas irreales son los siguientes: cuando antes de que algo suceda juego a que efectivamente va a pasar tal y como yo lo he programado mentalmente; cuando me dejo llevar de sentimientos de venganza, odio o antipatía acerca de otras personas a quienes, haga lo que hagan, yo las miro con ojos enemistados; cuando decido pertinazmente oponerme a las oportunidades que la vida me depara, simplemente porque yo tenía otros planes, etc.
«Porque yo sé los planes que tengo para vosotros–declara el SEÑOR– «planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza.” (Jer 29, 11)