Fernando Negro
En la conversación telefónica me decías que has pasado la mañana reflexionando y meditando, aunque al final me has dicho que no sabías si de verdad fue meditación lo que hiciste o no.
Lo primero que se me ocurre es decirte que la oración es esencial para en el camino de la felicidad. Orar es abrirse a la luz de un Dios que, por definición es felicidad. Orar no es una moda; tampoco es un ritual cosmético que ¨queda muy muy bien¨. Orar es conectarnos con el Misterio que nos revela el misterio que somos tú y yo.
Para no perderme en mis explicaciones, vamos a explorar cómo nos ensenaron a orar Santa Teresa de Ávila y San Ignacio de Loyola. Ambos proponen que lo primero que hay que hacer es esto:
- “Me pongo en compañía de Dios”: La oración no es un estudio, sino una “relación” con Alguien. Cuando se recibe la visita de un amigo, nos presentamos tal como somos delante de él (“estar en la presencia de Dios” de san Ignacio de Loyola)
Se trata de tener una actitud de confianza absoluta: creer que es Dios mismo quien me busca y desea encontrarme y que yo le encuentre. Él quiere que yo le conozca. Esto exige de nosotros ciertas rupturas, desprendernos de nuestras preocupaciones, del activismo. Hay quien dice que “trabajar es orar”. Es cierto, pero sólo parcialmente. Si no cortamos de vez en cuando con nuestras ocupaciones y preocupaciones ordinarias, no aprenderemos a orar para que nuestra vida sea una auténtica oración. Importa que descubramos la “gratuidad” de nuestro encuentro con Dios. Cada vez que dejamos algo para estar con Él, le demostramos que Él nos interesa por Él mismo, y no por lo que le pedimos.
También el cuerpo participa de este encuentro con el Señor: podemos arrodillarnos en la capilla o en la habitación para expresarle nuestros sentimientos de contrición, adoración, arrepentimiento, etc. Pero el valor no está en arrodillarse, sino en que la postura del cuerpo, sea la que sea, nos ayude a encontrar al Señor. Podemos pasear mientras rezamos, con la condición de que esto no nos distraiga.
¿Hace falta estar concentrado para orar? La respuesta es que ante todo he de orar de manera que la oración sea momento de búsqueda y encuentro con el Señor. Estar concentrado no significa estar relajado, sino estar atento, y no replegado en mí misma.
- “Yo lo miro y le escucho”: tomo la Palabra de Dios y trato de recoger todo lo que Él me da en ella (“el cuerpo de la oración de san Ignacio de Loyola.”)
Esto implica que no hemos de minusvalorar el poder de la imaginación en la oración. Por ejemplo si mi meditación gira sobre la samaritana, yo puedo “ver” como en un film toda la trama del encuentro de Jesús con aquella mujer que llega al pozo y ve a Jesús cansado al medio día… Dejarse “tocar” por lo que el Espíritu sugiera en el yo interior.
Se trata de reflexionar, de juzgar, de hacer uso de nuestra inteligencia. Se trata también de ser conscientes de nuestros sentimientos para expresarlos: admiración, gozo, sorpresa, fatiga, ausencia, alegría, soledad, etc. Es importante saber reconocer los sentimientos, agradables o desagradables. Es toda la persona la que se siente tocada desde dentro: imaginación, memoria, inteligencia, afectividad, emociones, etc.
- “Él me sugerirá cómo responderle”: Incluso cuando no sabemos cómo orar Él nos da su Espíritu Santo, de manera que las palabras que pone en nuestra boca sean de su agrado (“el coloquio” de San Ignacio)
Podemos orar –por ejemplo- así: “Pon en mis labios, Señor, las palabras que te agraden”. Hemos de aprender a expresar nuestras dificultades, alegrías y esperanzas, etc., en nuestra oración diaria.
Para acabar, importa que en la “didáctica de la oración”, tengamos en cuenta esto:
– Elegir cuándo vamos a orar cada día
– Elegir el lugar donde vamos a orar
– Elegir cuánto tiempo vamos a orar (no más de una hora cada período)
– Elegir cómo vamos a orar (preferiblemente con textos de la Biblia)