Fernando Negro
Llevamos dentro de la mente un casete que nos recuerda los errores del pasado y nos llena de un remordimiento que ser repite hasta el infinito. Así avanza nuestra vida buscando la paz que parece no llegar. Hay quien se goza en vernos condenados, pero la verdad es que, para siempre, la culpa ha sido abatida por medio del perdón. ¨Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme al mal, sino conforme al Espíritu.¨[1]
Ésta es la maravilla de nuestra fe: Cristo ha perdonado para siempre nuestra deuda. ¨De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas. Y todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación.¨[2] Esto es maravilloso, pues Cristo nos da la libertad por medio de la cual vencemos al enemigo número uno de nuestra felicidad: la culpa. Por eso ¨Cuando alguno se vuelve al Señor, el velo es quitado. Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad.¨[3]
Alguien ha escrito lo siguiente: ¨Es el acusador quien intenta volcar otra carga de culpabilidad sobre mí, intentando hacerme sentir mal. Pero yo sé lo que hace. No tengo que escuchar sus mentiras. Creo lo que Dios dice sobre mí. Soy perdonado, soy redimido. Mi pasado es borrado y mi futuro es brillante.¨[4]
Efectivamente, hemos de quitar las voces negativas acusadoras que buscan encarcelarnos en un pasado que ha sido para siempre liberado y sanado. Por eso, te repito lo que Jesús decía constantemente a quienes se asociaban con Él: ¨No tengas miedo, no temas.¨ No se trata de olvidar, sino de sanar. La sanación llega por el perdón incondicional que Dios nos ha dado para siempre a través de su Hijo Jesús Resucitado.
Culpabilidad y condenación no vienen de Dios. La razón es que no te ayudan a ser mejor persona, a sacar el manantial de confianza, de belleza y de bondad que habita dentro. Ni la culpabilidad ni la condenación, ya sea la que tú te montas o la que otros te infligen persistentemente, te pertenecen; son moradores ajenos o parásitos que han trepado por alguna rendija de tu ser, y hay que echarlos fuera.
Para desalojar a esos inquilinos no bien venidos, la mejor arma es la de la oración de abandono en el Dios que nunca te dejará, pues ha hecho una alianza eterna contigo de jamás dejarte, incluso si tú le dejas. Compruébalo con esta hermosa cita del profeta Isaías:
¨Ahora, así dice Yahveh tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. «No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahveh tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. Pues eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo. No temas, que yo estoy contigo.¨[5]
Éste es el Dios en quien crees, no en el del miedo y el terror. Es verdad que ha podido existir un mal período en la historia de tu vida, pero no puedes permitir que ese pedazo de tu vida arruine el sueño que Dios tiene preparado para ti. El estado normal de una persona que se sabe amada por Dios no puede ser el del resentimiento, la depresión, la tristeza o la desesperación. Naciste para VIVIR, y tu vida tiene un propósito que, una vez descubierto, alimentará tu pasión por la VIDA en plenitud.
[1] Romanos 8, 1
[2] 2 Corintios 5, 17-18
[3] 2 Corintios 3, 16-17
[4] Joel Osteen, ¨Cada Día es Viernes. Cómo ser Feliz 7 Días por Semana¨. Faith Words, New York, 2010, p. 114
[5] Isaías 43, 1-5