Serie Camino a la Felicidad – Fernando Negro

Fernando Negro

 

Aprender a perdonar es un arte que comienza por el perdón de uno mismo. Esta actitud esencial requiere a su vez una gran humildad, según el concepto teresiano de la misma: ´humildad es caminar en la verdad´.  Cuando acepto quién soy sin reservas, se origina en mi interior un mar de paz y de consuelo que me enseña a saberme amado aún a pesar de mí mismo. Como consecuencia nace la capacidad de conectarme con los demás desde la compasión y la misericordia.

Dios no compite contra nosotros, sino que es nuestro más ferviente aliado. Él nos mira y, al mirarnos, nos ama inmensamente, y nos va moldeando a su imagen. Así lo expresa Juan de la Cruz: “La mirada de Dios limpia, aumenta la gracia, enriquece e ilumina. La mirada de Dios es como el sol que con su calor seca, calienta embellece y hace resplandecer. Cuando Dios ha causado en el alma estos bienes, ya no se acuerda más de su pecado y fealdad. “No se le tendrán en cuenta los delitos que cometió” (Ez. 18,22) Dios no echa en cara el pecado una vez perdonado; ni deja de hacer más regalos.”[1]

Esto nos recuerda igualmente  un bello texto de San Gregorio de Nisa: “Si os esmeráis con una actividad diligente en limpiar vuestro corazón de la suciedad con que lo habéis embadurnado y ensombrecido, volverá a resplandecer en vosotros la hermosura divina. Cuando un hierro está ennegrecido, si con un pedernal se le quita la herrumbre, enseguida vuelve a reflejar los resplandores del sol; de manera semejante, la parte interior del hombre, lo que el Señor llama el corazón, cuando ha sido limpiado de las manchas de herrumbre contraídas por su reprobable abandono, recupera la semejanza con su forma original y primitiva y así, por esta semejanza con la bondad divina, se hace él mismo enteramente bueno. Por tanto el que se ve a sí mismo, ve en sí mismo aquello que desea, y de este modo es dichoso el limpio de corazón… Si retornáis a la dignidad y belleza de la imagen que fue creada en vosotros desde el principio, hallaréis aquello que buscáis dentro de vosotros mismos.”[2]

Piensa en todo esto. Seguro que te ayudará en tu crecimiento personal hacia la libertad de la que nace el amor. Además te propongo estos dos textos con sello del pensamiento oriental indio:

Una reflexión: ¨El pequeño espacio dentro del corazón es tan grande como el inmenso universo. Allí están los cielos y la tierra, el sol, la luna y las estrellas; allí están el fuego, el relámpago y el viento; y todo lo que ahora es y todo lo que no es; pues el universo entero está en Dios y Dios habita en nuestro corazón.¨[3]

Una parábola: “Las calamidades pueden ser causa de crecimiento y de iluminación.” El maestro lo explicó del siguiente modo: ´Había un pájaro que se refugiaba a diario en las ramas secas de un árbol que se alzaba en medio de una inmensa llanura desértica. Un día, una ráfaga de viento arrancó de raíz el árbol, obligando al pobre pájaro a volar cien millas en busca de un nuevo refugio… Hasta que al fin llegó a  un bosque de árboles cargados de frutas.´ Concluyó el Maestro: ´Si el árbol seco se hubiera mantenido en pie, nada hubiera inducido al pájaro a renunciar a su seguridad y echarse a volar.´”   (Tony de Mello, SJ)´

La felicidad la encontramos, pues está esperándonos ahí dentro, cuando nos tenemos en la espesura de nuestro ser real. Pero, como el pájaro de la parábola, hemos de aprender a emigrar, es decir a desconectarnos saludablemente, para la emocionalidad de las situaciones, personas, experiencias, lugares, acontecimientos, etc., deje de ser el capataz que ordena y dirige mi vida en el presente.

[1] San Juan de la Cruz, ¨Cántico Espiritual¨, anotación a la canción 33 que dice: que dice: “Cuando tú me mirabas, tu gracia en mi tus ojos imprimían; por eso me adamabas, y en ellos merecían los míos adorar lo que en ti vían”

[2] Gregorio de Nisa, Homilía 6 sobre las Bienaventuranzas.

[3] Chandogya Upanashad, 8,1