Serie Camino a la Felicidad – Fernando Negro

Fernando Negro

Recuerda que el día que pierdas la capacidad de soñar, perderás la capacidad de amar. Ama quien percibe desde el interior que todo puede cambiar, quien imagina, sin perder contacto con la realidad, que hay una manera nueva de pensar y de actuar todavía no explorada, que hay una nueva manera de conectarse con los demás. Sueña quien ama; y quien ama, sueña.

Sin embargo al que se sueña se le tacha enseguida de iluso e iluminado. Nada más lejos de la realidad. Los grandes soñadores de la humanidad vivieron bien pegaditos al suelo de las persecuciones, las maledicencias, la cárcel, la soledad y el rechazo. Pensemos por ejemplo en Martin Luther King o en Monseñor Oscar Romero.

Ambos pasaron por noches oscuras, en medio de los escombros de la cárcel y el rechazo. Pero seguían soñando, elaborando en sus mentes la obra de arte de sí mismos y de la sociedad y la Iglesia que el Espíritu les iba mostrando como en un sueño. Ambos pagaron un precio, el del martirio. Pero murieron de pie, como los árboles. Pedro Casaldáliga (1928- ), Obispo emérito español, en tierras brasileñas, amenazado de muerte en diversas ocasiones por su defensa de lo más pobres, poeta y profeta, hablaba de la posibilidad de su martirio en este bello poema que puede darnos la energía que necesitamos para soñar y para amar.

Yo moriré de pie, como los árboles:
Me matarán de pie.
El sol como testigo mayor,
pondrá su lacre
sobre mi cuerpo doblemente ungido,
y
 los ríos y el mar
se harán camino de todos mis deseos
,
mientras la selva amada
sacudirá sus cúpulas de júbilo.

Yo diré a mis palabras:
No mentía gritándoos.
Dios dirá a mis amigos:
Certifico que vivió con vosotros
esperando este día.

De golpe, con la muerte,
se hará verdad mi vida.
¡Por fin habré amado!

Para aprender a sonar hay que liberarse primero de las ataduras del pasado, es decir, hay que desatar los nudos que nos oprimen y no nos dejan ser la persona que podemos ser. En nuestro libro acerca de ¨La Oración Sin Protocolos¨, escribí una parábola que cuadra muy bien aquí. Léela y deja que su enseñanza te rete a ser la persona que de verdad eres: buena, verdadera, bella, llena de vida, sencilla y espontánea, FELIZ.

HISTORIA DE LA MARIPOSA QUE CREÍA SER UNA ARAÑA:

Es la historia de una mariposa, cuyo nombre puede ser el tuyo o el mío. Como todas las mariposas, nació de un huevecillo diminuto, casi invisible. Llegada la primavera, de allí salió aquel gusano muy débil y delicado. Como todos los gusanos, comenzó a comer hojas de un árbol muy especial. Cuando ya estaba rellenito y sentía el deseo de comenzar a crear el capullo que todos los gusanos hacen antes de convertirse –como por arte de magia- en mariposa, se dio un paseo por los rincones de unas paredes de piedra en cuyos recovecos había muchas telas de araña.

Encontró un hueco que le gustó y, aprovechando el telar de una tela de araña, se dijo: ‘Aquí construiré mi capullo’. Dicho y hecho. El gusano, cuyo nombre puede ser el tuyo o el mío, tejió un capullo bien adherido a la tela de araña. Pasó el tiempo que la naturaleza fija para que el gusano se convierta en larva dentro del capullo, y un buen día salió la mariposa.

Al verla salir del capullo, las demás arañas aplaudieron llenas de alegría por tener una hermanita más, aunque se daban cuenta de que aquella araña era diferente: una araña con alas,  con un abdomen prominente, con antenas sobre la cabeza… Sin embargo la aceptaron en la manada arácnida, pues trataban de convencerse de que era parte de una nueva especie de araña. Convencieron también a la mariposa de que era efectivamente una araña y de que le estaba prohibido usar las alas para salir de aquel agujero. Después de todo no era más que una araña.

“Soy una araña, y aunque tengo alas, no debo volar. Las arañas permanecemos ocultas todo el día, enredadas en la tela de araña. Éste es nuestro hogar” –se repetía una y mil veces, hasta que se convenció totalmente de que era una araña.

Pasaron los días y sentía ganas de volar, pero… le estaba prohibido. “¡Las arañas no pueden ni deben volar!” Una cosa era cierta: nuestra amiga ‘marip-aña’ –la llamamos así no  sabía quién era ciertamente- no era feliz. Aunque todos en la manada de arácnidos tenían muchos detalles con ella y querían que se sintiera bien, ella anhelaba salir de ese agujero oscuro y no sabía cómo.

Un día soleado, salió al balcón  del agujero cuidando de que sus patitas no se enredaran con la tela de araña y de que sus alas no se lastimaran  al roce de las piedras que concebían el agujero lúgubre en el que habitaba. ¿Qué ocurrió? Pues que divisó un ser parecido a ella, con unas bellas alas, con un abdomen abultado, llevando granitos de polen amarillo adheridos a sus patitas. Sintió un fuerte impulso de salir afuera para unirse a la danza volante a la que aquella mariposa le invitaba, pero el resto de la manada arácnida, al ver que deseaba ponerse a volar, comenzaron a gritarle: – “¡No lo hagas, por Dios! ¡Eres sólo una araña! Recuerda que tienes prohibido volar. Ese animalito que has visto volando es solo una mariposa que no sabe nada de la vida dura y cruda que nosotras las arañas tenemos en nuestros agujeros. Así que, ahora mismo, ¡métete dentro, y olvídate de tonterías. Sé lo que siempre has sido, y olvídate de soñar despierta!”

La “marip-aña”, efectivamente, obedeció, aunque sentía una gran frustración. Mientras tanto la memoria de la mariposa que había visto volar, trabajaba dentro de sí misma y la seguía invitando a hacer lo mismo, volar.

Nuestra amiga “marip-aña” pasó la noche en vela. Se decía: – “No puede ser que, siendo una araña, me guste volar. En realidad sé que puedo volar, quiero volar. Pero temo a lo que mis hermanas arañas puedan pensar de mí. Si lo volviera intentar, quizás querrán anestesiarme para que no lo intente más.

Cansada de tanto discurrir, se puso a dormir, y tuvo un sueño maravilloso. Soñaba que era una mariposa que podía volar, una mariposa que se elevaba con sus alas y divisaba el mundo desde la altura, sin las fronteras frías y oscuras de la caverna donde vivía. Soñó que se juntaba con aquella hermosa mariposa que había sobrevolado su tela el día anterior,  y que, juntas, descubrían la belleza de los jardines y prados, absorbiendo el néctar de las flores, impregnándose del polen que los estambres derrochaban a caudales.

Al amanecer, nuestra “marip-aña”, retando a las leyes establecidas por la manada de arañas, se acercó al borde del agujero, desplegó sus alas y, ante la mirada absorta de las arañas que le gritaban y la condenaban por subvertir las normas sagradas, se convirtió definitivamente en lo que realmente era: ¡una mariposa!