Iñaki Otano
Domingo 16 del tiempo ordinario (A)
En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la gente: ”El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?’. Él les dijo: ‘Un enemigo lo ha hecho’. Los criados le preguntaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’. Pero él les respondió: ‘No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero’” (Mt 13, 24-30).
Reflexión:
De nuevo una parábola referente a la simiente y la siembra. Está sacada de lo que aquellos campesinos conocen bien. Las parábolas son formas sencillas y cercanas de expresar verdades que nos ayuden a vivir.
Esta parábola del trigo y la cizaña nos invita, en primer lugar, a mirar dentro de nosotros. Podemos creernos la personificación del trigo mientras que otros serían la cizaña.
Pero el bien y el mal crecen también dentro de nosotros, y lo primero que se nos pide es paciencia con nuestros propios defectos. Hay males en nosotros que no podemos controlar: algunos dependen de nuestro pasado, de nuestra educación, de las experiencias tenidas, de nuestro carácter. Hay que saber convivir con lo que hay de sombra en nosotros, no dejarnos llevar por la impaciencia.
Pero hay aspectos en nosotros contra los que podemos luchar: no nos tenemos que abandonar y debemos luchar contra ese mal, pero sin impacientarnos ni desesperarnos porque no consigamos superar en un día un defecto nuestro.
Al mismo tiempo, cuando Jesús no quiere arrancar de golpe e indiscriminadamente la cizaña nos está señalando el peligro de la intolerancia y nos previene del riesgo de querer destruir al que hace el mal arrasando también lo que hay en él de bien.
La intolerancia se puede expresar de distintas maneras: negándome a dialogar con la persona que piensa distinto de mí; viendo en el otro todo mal, sin reconocer lo que hay en él de bueno; imponiendo mi parecer a la fuerza porque pienso que el otro no tiene derecho ni a expresar su opinión.
En muchas ocasiones en la vida las cosas no son blanco o negro: ni yo tengo toda la razón y perfección ni el otro es un irracional, personificación del mal. Hay que ser respetuoso con las ideas que no coinciden con las mías y defender la propia postura sin dogmatismos, sin querer hacer creer que yo tengo la razón porque sí.
En la convivencia social habrá que aplicar la ley para que la sociedad no sea ingobernable, pero siempre tratando de corregir a la persona, no de eliminarla. Eso es lo que dice Jesús: al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega.