MUERTE AL MENSAJERO – M.ª Ángeles López Romero

Etiquetas:

MUERTE AL MENSAJERO RPJ 562Descarga aquí el artículo en PDF

M.ª Ángeles López Romero

http://@Papasblandiblup

Falleció el mes de agosto de 2022. Cuando lo supe rogué por que encontrara la paz que no había recibido en vida. Emiliano Álvarez había sido víctima de abusos en una institución religiosa siendo muy niño. Yo conocía su testimonio como editora del libro Lobos con piel de pastor, escrito por mi colega y buen amigo Juan Ignacio Cortés. Pero una cosa es leerlo y otra muy distinta escuchar de su boca, puesto en pie al fondo de una sala atestada de gente para la presentación del libro, el daño profundo que aquellos abusos le provocaron a él y a toda su familia. El sufrimiento de esos padres que nunca comprendieron su cambio de conducta producida por el trauma, sus desvíos del camino trazado, el malestar que arrastró hasta el final de sus días.

Emilio fue un hombre valiente que alzó la voz, cuando ya casi no le quedaban fuerzas, para denunciar lo que otros querían enterrar. Por desgracia, murió sin la verdad, justicia y reparación que buscó desesperadamente a lo largo de toda su vida. 

Cuando oigo en los medios de comunicación a esos eclesiásticos (que por suerte son cada vez menos) que echan balones fuera alegando que «no pasa solo en la Iglesia» o desacreditando a las víctimas con endebles y retorcidos argumentos, me pregunto si alguna vez han mirado a los ojos a esos hombres y mujeres que han sufrido el abuso en sus carnes, del tipo que sea. Si han escuchado con los oídos abiertos por la compasión a quienes se han visto violentados, intimidados, amordazados literal o metafóricamente en algún momento de sus vidas por alguien en quien confiaron, a quien creyeron y respetaron. 

Muchos piensan que esto de hablar de los abusos en la Iglesia es una moda a cuyo carro se está subiendo la gente décadas después por el eco mediático y el posible beneficio económico de que por fin se esté poniendo el foco sobre este pasado ignominioso. Y una vez más culpan al «mensajero»: los periodistas y medios de comunicación que están dando voz a las víctimas. He tenido la fortuna de conocer también a algunos de ellos. Y quienes han hecho de la frialdad y el ejercicio de la supervivencia institucional su estilo de vida se sorprenderían al escucharles relatar que van a terapia para poder soportar la dureza de los testimonios que han debido registrar en estos años; que piden a sus superiores «descansar» con otros temas que les alejen por un tiempo de ese sufrimiento humano que va pesando en ellos como esa piedra que Sísifo debía subir una y otra vez por la ladera de una escapada montaña del inframundo. 

Quizás lo que es tendencia es ideologizar los fenómenos humanos para dejar de ver a las víctimas como seres humanos necesitados de escucha, cuidado verdad, reparación y justicia. Porque no puede importarnos de dónde venga el eco de la historia, qué medio la ha convertido en noticia, si hace daño a la institución o perjudica nuestra imagen de marca. Nada de eso importa más que el dolor de ese ser humano violentado. Sea un niño, una mujer, una religiosa, un seminarista. Ojalá comprendamos que no hay mayor lealtad a la Iglesia que romper el silencio que envuelve el abuso, del tipo que sea. Ojalá el papa Francisco consiga convertir sus gestos indiscutibles en este sentido, en tendencia universal y duradera. Y dejemos de matar al mensajero.