Ser liberado y liberar – Iñaki Otano

Iñaki Otano

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, / porque él me ha ungido. / Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, / para anunciar a los cautivos la libertad, / y a los ciegos, la vista. / Para dar libertad a los oprimidos; / para anunciar a los cautivos la libertad, / y a los ciegos la vista./ Para dar libertad a los oprimidos; / para anunciar el año de gracia del Señor”.

Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. (Lc 4, 14-21).

Reflexión:

Jesús  dice que ha sido enviado para dar la Buena Noticia a los pobres y liberar a todo el que se vea angustiado u oprimido.

          ¿Acaso Jesús va a resolver nuestros problemas económicos, de salud, familiares, psicológicos, etc.? La desilusión puede ser grande si esperamos que Jesús nos dé una fórmula mágica para resolver todos estos problemas que nos oprimen. Sería un error pretender que, porque creemos en Jesús, ya no existan todos los componentes de nuestra vida diaria..

          Entonces, ¿qué es esta liberación que nos ofrece Jesús? Si no nos resuelve nada, ¿son solo palabras sin consecuencias prácticas?

Jesús y su evangelio nos dan claves y fuerza para vivir. No está de más preguntarse: “¿Sabemos los seres humanos de verdad en qué consiste ser humano y en qué consiste nuestra felicidad? ¿Por qué nos equivocamos tantas veces? ¿No necesitaremos un Evangelio que nos ayude a conocernos a nosotros mismos y nuestra vocación humana?” (Felicísimo Martínez)..

La humanidad, cada uno de nosotros, necesita un sentido de la vida. Necesitamos encontrar un sentido al hecho de existir, de trabajar, de luchar, de esforzarnos por un fin.

Jesús nos dice que todos tus esfuerzos por buscar siempre lo mejor tienen un sentido, aunque a veces no obtengan el éxito inmediato deseado.

Para encontrar ese sentido,  para que la lucha diaria signifique una auténtica liberación, y no un peso insoportable, hay que tomar una dirección. El camino no puede ser el de encerrarse obsesivamente en el propio mal, como si este fuese el único en el mundo, sino el de liberar a los otros, llevar la Buena Noticia a los pobres y a cuantos la necesitan; quitar, o al menos aflojar, las muchas cadenas que oprimen a la gente. Uno se libera liberando, encuentra la felicidad esforzándose en hacer felices a los necesitados de liberación y felicidad.

El escritor francés Charles Peguy, socialista crítico, que recibió la influencia de pensadores católicos y se convirtió en 1908, decía: “Cristiano es el que da la mano. El que no da la mano, ese no es cristiano, y poco importa lo que pueda hacer con esa mano”. El trabajo liberador del evangelio se manifiesta  en acciones programadas pero también, y de manera indispensable, en el talante de la relación personal.