El final feliz del famoso cuento de “La Bella y la Bestia” no podía ser de otro modo. El miedo que la joven Bella sentía por la Bestia se va transformando en confianza durante el tiempo que está secuestrada en el castillo encantado. En el desenlace final de la historia, un beso de amor puro de Bella rompe el hechizo que había transformado al príncipe en una bestia y toda su servidumbre en muebles animados.
En la película de la factoría Disney, cunado la servidumbre descubre que el hechizo puede deshacerse por la llegada de Bella, entona y baila una preciosa canción: “ser humano otra vez”. Han pasado mucho tiempo como muebles viejos e inservibles y desean mirarse a los ojos y abrazarse de nuevo, ser ellos mismos. Quieren recuperar su verdadera apariencia y no ser “un trasto más sin valor”. Desean ser “humanos de nuevo”. El embrujo los tenía sumidos en el olvido y habían perdido su valor.
Recordemos el origen del cuento. Una poderosa hechicera bajo la apariencia de una anciana pobre, pidió refugio en el castillo de un joven y apuesto príncipe a cambio de una rosa. El príncipe repugnado por su apariencia, rechazó el regalo y la echó de su castillo. La anciana le advirtió que no se dejara llevar por las apariencias, puesto que la verdadera belleza está en el interior.
Como le príncipe insistía en su rechazo al regalo, queda convertido en una enorme y temible bestia. Sólo acabaría el hechizo si el príncipe aprendía a amar y a la vez conseguía que una mujer lo amara antes de que la rosa perdiera su último pétalo; si no, estaría condenado a ser una bestia para siempre.
Hay muchos entre nosotros que están como “hechizados”, viven aislados y amargados como la bestia del cuento. No disfrutan de la relación con las personas, rechazan a los pobres, son soberbios y altivos. Su ego está alimentado por el dinero, la apariencia y el poder. Hay otros “hechizados” que están fuera de la realidad, instalados en el presente, sin un proyecto de vida, en un vacío existencial y sin nadie a quien amar.
No estamos en la época de hechiceros, de hadas madrinas ni de castillos encantados. Son personajes que pertenecen al mundo de la ficción. Pero como todo buen cuento de hadas, algo de verdad se oculta en su apariencia fantástica. Lo que sí es cierto es que, en nuestra sociedad tan desarrollada, hay dinamismos muy poderosos y malévolos que nos mantienen embrujados y nos impiden conocer lo más noble de nuestra humanidad. Y detrás de estos dinamismos perversos, está la codicia de los poderosos.
Un amor auténtico es capaz de romper la maldición que convierte a las personas en bestias. Un amor auténtico devuelve la alegría a los servidores del príncipe. Un amor auténtico hace posible que la Bella y Bestia se convierta en los reyes que heredaron el reino para vivir felices para siempre.
El amor auténtico es la bendición de Dios que rompe el “hechizo del pecado” para siempre, dándonos una nueva humanidad: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor” (Ef 1, 3-4)