SENTIR (Y CRITICAR) CON LA IGLESIA – Jorge A. Sierra (La Salle)

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Jorge A. Sierra (La Salle)

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Al final de los Ejercicios Espirituales, Ignacio de Loyola propone unas «reglas» para desarrollar una actitud sincera respecto a la Iglesia, invitándonos a considerar respetuosamente todo tipo de prácticas y a aceptar totalmente lo que la Iglesia enseña. Han sido una inspiración para miles de creyentes a lo largo de la Historia, pero ¿tienen algún sentido para los jóvenes de hoy, con frecuencia tan críticos?

Cuando hablo con jóvenes y hay opción de compartir libremente, suele surgir el tema de la libertad. También entre los pastoralistas cuarentones, que a veces también luchan por conseguir su propia autonomía. Ignacio es un buen conocedor del «alma» de las personas y es consciente de la aparente oposición entre la libertad espiritual, que los Ejercicios nos ayudan a alcanzar, y la obediencia debida a la Iglesia, pero no ve que el obstáculo para reconciliarlos sea insuperable, porque «entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas» [365].

¿En qué se puede concretar hoy esta «reconciliación»? Con la debida adaptación a los tiempos y al desarrollo de la tradición, los Ejercicios nos invitan a proponer a los jóvenes un verdadero amor por la comunidad que formamos —pequeña, imperfecta, a veces desesperante, pero Iglesia, al fin y al cabo—. Ante esta Iglesia criticada y ciertamente criticable, podemos ayudarnos unos a otros a descubrir lo bueno sin ocultar lo malo, a buscar una mayor perfección (en sentido etimológico, de ir a lo más pleno) y a reconocer que hay mucho que alabar y que es motivo de alegría, si abrimos nuestros ojos a la realidad pascual, a todo el misterio de nuestra madre, la Iglesia.

Hay mucho que alabar y que es motivo de alegría

Me decía un compañero pastoralista que no estamos trabajando en la pastoral juvenil por una verdadera inclusión en la Iglesia cuando te dicen «[Nuestro fundador] sí… Jesús menos, la Iglesia, nada» (me temo que entre los corchetes podemos poner a muchos de nuestros fundadores o «héroes» de cada familia…). Ignacio, en cuatro de sus reglas para sentir con la Iglesia nos habla de que construimos Iglesia cuando nos ayudamos a vivir nuestra relación con el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, unas veces en armonía, otras en desacuerdo. No es siempre fácil mantener el equilibrio, pero lo realmente incompatible serán las posiciones unilaterales. 

Estamos llamados a respetar la conciencia de los demás, llamados a vivir en un mundo religioso pluralista. Pero para Ignacio, una auténtica actitud hacia la Iglesia militante requiere de nosotros que no solo alabemos a Dios por lo que hace en su Iglesia, sino que, según lo pida la ocasión, hablemos como miembros de esa Iglesia. Como dice san Pablo (2Co 3,5), sin el Espíritu nuestra palabra es vana e inútil, pero sin nuestra palabra el Espíritu no tiene voz.

No se trata de ignorar las situaciones de crisis en la Iglesia, y así indica Ignacio que «puede hacer provecho en hablar de las malas costumbres a las mismas personas que pueden remediarlas» [362]. Ignacio defiende en varias ocasiones que si nuestro amor a Cristo, —inseparable del amor y solidaridad con la Iglesia su Esposa— nos mueve, después de la oración y discernimiento, a criticar, el resultado siempre será constructivo.

Las recomendaciones de Ignacio son de todo actuales: «gran prudencia es necesaria en nuestra manera de hablar y de enseñar estas materias», presentando puntos de vista equilibrados, y no sacando de contexto la enseñanza de la Iglesia [366]. ¿Hemos caído en algún momento en la tentación, como agentes de pastoral de «destruir» creencias incompletas, pero sin construir nada? Cada vez estoy más convencido de que esto solo consigue debilitarnos: a nosotros mismos y a los propios jóvenes, a los que queremos ayudar a pensar por sí mismos, pero al mismo tiempo no les damos todas las herramientas.

Quizás, por esta razón, al final de los Ejercicios, Ignacio dice que «sobre todo se ha de estimar el mucho servir a Dios nuestro Señor por puro amor» [370], vivido con el Hijo de Dios en la espiritualidad encarnada del siervo que reconoce sus pecados y, a pesar de ellos, sabe que está llamado a ser hijo con el Hijo. Esta vivencia del Espíritu nos ayuda a mantener en equilibrio realidades contradictorias como temor y amor, justo y pecador, hijo y siervo, las luces y sombras de la Iglesia.

Es necesario criticar a la Iglesia. Lo van a hacer desde fuera, pero la que verdaderamente importa es la crítica interna, de los que sí queremos estar dentro y trabajando en y con ella. ¡Siempre debemos recordar que la Iglesia es una obra humana! Pero eso sí, todavía más importante es que está habitada por el Espíritu, porque es algo querido por el Dios de Jesús. Los Ejercicios nos invitan a continuar nuestro camino de discernimiento dando a Dios toda nuestra libertad, memoria, entendimiento y voluntad, y queremos que Él «disponga de todo lo que tengo según su voluntad». Aceptamos buscar «en todo acertar» [365,1] en el servicio de la verdadera esposa de Cristo, Señor nuestro, nuestra Santa Madre la Iglesia, en el único y mismo espíritu de amor.

¿Podemos ayudarnos todos, agentes de pastoral, jóvenes y menos jóvenes, a criticar para construir Iglesia juntos? Creo que sí, pero habrá que poner antes el «sentir con» que el «criticar con», sabiendo que, como nuestras propias familias, el Pueblo de Dios no es perfecto… aún.

¡Siempre debemos recordar que la Iglesia es una obra humana!