SENTIDO DE PERTENENCIA – Maria José Rosillo

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Maria José Rosillo

rosillotorralba@gmail.com

La verdad es que hago lo que puedo para sentirme cada día parte integrante y viva de mi Iglesia, pero le pido al Señor que me enseñe el camino, la ruta que he de seguir para no perderme en la impotencia ni el agotamiento. Porque, en ocasiones, reconozco que las fuerzas me vencen. Luchar cada día por defender una fe en un lugar que no deja de sentir desconfianza o recelo hacia mí, hacia todos/as nosotros/as que configuramos esa comunidad arcoíris mundial. A pesar de todas las Fuentes en las que se inspira su dogma; a pesar del Espíritu que la inspira, a pesar de todo eso… el alma se me hiela cuando un joven me recuerda que ha leído estas palabras en su Catecismo y cómo se ha derrumbado por dentro. ¿Qué le digo a este joven? ¿Cómo puedo acompañarle en este proceso de desgarro interior que vuelve a crear un cisma profundo entre su profunda y autentica fe y su profunda y autentica también identidad homosexual?

Dice nuestro Catecismo de la iglesia Católica:

Castidad y homosexualidad

2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19,1-29; Rm 1,24-27; 1 Co 6,10; 1 Tm 1,10), la Tradición ha declarado siempre que «los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados»” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.

2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.

¿Qué hago entonces? ¿Si ni yo misma puedo conjugar ambos mundos? ¿Le digo a este joven que no hable de su homosexualidad con nadie de su comunidad o de su grupo parroquial? ¿O bien le digo que viva su castidad eternamente, aunque su opción no sea la vida religiosa renunciando a una parte fundamental del ser humano? O, por el contrario, ¿le digo que viva su vida como le diga su corazón y mande todo lo demás a…? 

Una persona de fe auténtica no puede vivir al margen de ella cada día y de lo que ella conlleva de compromiso, de servicio, de entrega, y también de comunidad, de compartir, de expresar, de mostrar, de ser de forma auténtica. En estos momentos me siento perdida.

Y para poder acompañar a otras personas, tengo previamente que hacerme muchas preguntas y, por supuesto, respondérmelas. Puedo tener la necesidad vital de considerarme católica, porque es la fe en la que he nacido. La fe en la que permanezco. Y no precisamente porque me hayan obligado a ello. Ni tampoco porque me lo hayan facilitado precisamente. Mis padres en ese sentido eran permisivos y no me imponían ninguna norma de ir a misa o similares. Sin embargo, fui yo quien elegí confirmar mi fe a los 16 años. Fui yo quien quiso seguir dentro de esta comunidad. Fui yo quien incluso se atrevió a elegir la vida religiosa como opción de servicio a la Iglesia y quien poco después tuvo que abandonarla con el alma destrozada precisamente por tratar de vivir mi identidad desde la coherencia de mi fe.

Sin embargo… hay muchas comunidades que aún se dejan fundamentar por estos principios catequéticos que leíamos al principio. Y por mucha apertura de nuestro santo pontífice el papa Francisco, por mucho que utilicemos un lenguaje inclusivo, por mucho que se afanen en parroquias por acoger y congregar a grupos dispersos de personas LGTBI (y, desde luego, no integrados todavía en la comunidad general), hasta que este Catecismo sea superado en estos aspectos, creo que no habrá cambio real de mentalidad. 

Y, a pesar de todo, no quiero irme de ella. Me siento participe de su ministerio. De su servicio al mundo, de su misión salvadora en diálogo con todas las demás confesiones y espiritualidades. Yo no quiero irme a otra Iglesia. Podría elegir alguna otra modalidad más adaptada a los tiempos, que me acogiera con los brazos abiertos y hasta me permitiera ser presbítera u obispa (me hubiera entusiasmado ser pastora de la palabra). Y, sin embargo, sigo aquí. Ahora necesito saber por qué o para qué.