SENTADAS A LOS PIES DEL SEÑOR: JESÚS Y LAS MUJERES
Ángel Fernández Lázaro
angelfernandezlazaro@gmail.com
Pie de foto: Cristo en la casa de Marta y María, Jan Vermeer.
Pie de foto: Cristo en la casa de Marta y María, Henryk Siemiradzki.
El encuentro personal con Jesús es siempre liberador. Desde la experiencia fundamental de saberse amado por Dios, Jesús ofrece a quienes desean encontrarse con él la acogida incondicional, el perdón, la escucha, el cuidado y la amistad que brotan de la fraternidad real. Todo el que quiera puede formar parte de su movimiento, todos estamos llamados a vivir ya el reino de Dios. El encuentro con Jesús nos recuerda que somos queridos por lo que somos: hijos e hijas de Dios, con toda dignidad, sin condiciones.
Esta experiencia resulta especialmente liberadora para quienes viven en los márgenes, aquellos que por sistema quedan fuera de las corrientes históricas dominantes. Entre los grandes colectivos excluidos, en época de Jesús, pero también y todavía ahora, se encuentran las mujeres. La novedad que Jesús supone en la historia de la humanidad afecta integralmente al ser humano y sus relaciones, que quedan transformadas en ese encuentro. La cuestión de la opresión, marginación y silenciamiento de las mujeres no es una excepción.
Por eso, y porque queremos ser Iglesia que tome en serio la palabra comunión, estas líneas son una invitación a acercarnos al modo en que Jesús se relaciona con las mujeres, para que su mirada transforme nuestra propia forma de mirar.
Un poco de contexto: las mujeres en tiempos de Jesús
El Antiguo Testamento ofrece, en general, una imagen de la mujer limitada, silenciada y oprimida, en un estatus inferior al del varón y en dependencia radical con respecto a este. Aunque existen mujeres fuertes y emprendedoras, capaces de tomar decisiones y establecer nuevas formas de relación (Noemí, Rut, Débora, Esther…), estos ejemplos son los menos y, en cualquier caso, no alteran el carácter general patriarcal de los escritos que, por otro lado, es el propio de su tiempo.
Más allá de las particularidades de cada texto, la sociedad judía del Antiguo Testamento es la base de la sociedad en la que vive Jesús. La mujer judía del siglo I hereda esta situación de opresión, dependencia e inferioridad. Confinada al espacio físico de su casa, no tenía apenas derechos en el espacio público: su testimonio no valía frente al de un varón en un juicio, no estaba bien visto hablar con una mujer en la calle y no se podía dirigir la palabra a una mujer casada sino a través del marido. Su marginación se extendía también al ámbito religioso (sujetas a distintas reglas de pureza, solo podían acceder al primer patio del templo y en la sinagoga se separaban de los hombres, siendo distintos incluso los accesos) y a cualquier tipo de aprendizaje, por ejemplo, la instrucción en las Escrituras o la Ley.
En este contexto, el modo en que Jesús se relaciona con las mujeres de su tiempo es novedoso, cuando no abiertamente contracultural. Como en muchas otras cosas, Jesús a menudo rompe los esquemas vigentes y sería lógico pensar que, en más de una ocasión, su forma de relacionarse con ellas pudo ser causa de escándalo para sus coetáneos, para las autoridades religiosas e incluso para sus propios discípulos.
Un ejemplo de relación de Jesús con las mujeres: Marta y María
Numerosos pasajes en los evangelios podrían servir para reflexionar sobre el modo en que Jesús se relaciona con las mujeres de su tiempo. Amigas, discípulas o desconocidas, dentro o fuera del judaísmo, en situación regular o irregular ante la ley… el acercamiento de Jesús hacia ellas es siempre humano, acogedor, digno, respetuoso, no condescendiente.
De todos los ejemplos posibles, nos vamos a centrar en analizar la relación de Jesús con dos mujeres: Marta y María. No es posible reproducir los pasajes evangélicos completos, pero sí al menos mencionarlos para tenerlos en cuenta como marco narrativo. Así, las alusiones a Marta y María se recogen fundamentalmente en el evangelio de Lucas (Lc 10,38–42 donde se narra cómo Jesús entra en casa de ambas y, mientras Marta se ocupa con las tareas de casa, María escucha sentada a sus pies) y en el de Juan (Jn 11,1–58, que narra la reanimación de Lázaro y la profesión de fe de Marta, y Jn 12,1–8, que presenta a Jesús cenando en su casa y siendo ungido por María).
De una lectura sin prejuicios de los tres pasajes, podemos deducir que Marta y María eran amigas de Jesús, ya que en varias ocasiones se nos cuenta que él acude a su casa para visitarlas. Cuando Jesús estaba en las cercanías de Jerusalén, buscaba refugio y descanso en casa de sus amigos Lázaro, Marta y María. Los tres hermanos serían muy queridos para Jesús, por la manera de relacionarse, comunicarse, invitarse a una comida o regalarse un perfume muy caro, de conmoverse ante la muerte de uno de ellos. Pero esta amistad se aprecia con mayor fuerza entre Jesús y las dos mujeres: son ellas quienes toman la iniciativa y se muestran más activas en su encuentro con Jesús, preparando la casa, sirviendo, escuchando o manteniendo la conversación.
Más aún, es posible afirmar que Marta y María no solo eran amigas de Jesús, sino que se contaban entre sus discípulos. La actitud de María en el pasaje de Lucas, escuchando sentada a los pies del Señor, es la propia del discipulado. Es más, en este pasaje ni siquiera se menciona a Lázaro, ni se dice que sea su casa. Deducimos, por tanto, que Jesús entra en casa de sus dos amigas y se pone a enseñar, sin que importe que las que están escuchando sean mujeres. Teniendo en cuenta la situación de las mujeres respecto a la vida social, el discipulado y la enseñanza mencionada arriba, esto es muy relevante.
En la misma línea, el primer pasaje de Juan recoge cómo tras la muerte de Lázaro, es Marta quien confiesa que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios que había de venir, papel que en los evangelios sinópticos se reserva a Pedro. Curiosamente, la profesión de fe de Pedro, que le sitúa como primero entre iguales entre los discípulos, es de sobra conocida, mientras que la de Marta prácticamente permanece olvidada.
Por último, en la segunda escena del evangelio de Juan, Marta y María comparten casa y mesa con Jesús y sus discípulos, siendo partícipes y protagonistas de uno de los signos más empleados por Jesús para explicar el reino de Dios: el banquete, la mesa compartida en torno a la que nos sentamos como hermanos y hermanas. En esta ocasión es María quien se toma la libertad de ungir los pies de Jesús con un perfume, incluso contra el criterio de algún discípulo varón.
Es curioso comprobar que Lázaro aparece en un segundo plano en estas escenas, sin pronunciar palabra. Son Marta y María quienes llevan el peso de la acción, quienes inician el movimiento hacia Jesús: salen al encuentro, invitan, preguntan, piden, sirven, regalan, escuchan. Marta y María son las que empiezan, desencadenan, deciden. Marta y María siguen a Jesús.
Algunas conclusiones
Resumiendo lo anterior, se puede decir que Jesús visita en ocasiones a Marta y María, que viven en Betania, aldea muy cercana a Jerusalén, cuando su actividad profética itinerante le lleva allí. Marta y María tienen una relación de amistad y discipulado con Jesús, equiparable a la que tienen otros discípulos. Jesús habla con ellas, entra en su casa con naturalidad y las admite en sus enseñanzas y en su grupo, algo insólito y contracultural en su contexto histórico y social. El papel de estas mujeres en el movimiento de Jesús no es irrelevante ni secundario para las primeras comunidades, como se deduce de la profesión de fe de Marta, que podemos poner al mismo nivel que la de Pedro.
Muy probablemente, en el movimiento de Jesús había más mujeres como Marta y María, discípulas que acogían sus enseñanzas y asumían papeles relevantes en la comunidad. A contracorriente de la sociedad judía del momento, Jesús las trataba con naturalidad y cercanía, y veía bien este seguimiento, trascendiendo el rol que la sociedad les tenía reservado, rompiendo los esquemas que las mantenían silenciadas, oprimidas y dependientes, e invitándolas a ser parte activa de la dinámica del reino de Dios y de la nueva humanidad que él propone.
De todo lo expuesto se puede concluir que Jesús ofrece un modo de relacionarse con las mujeres de su tiempo inclusivo y liberador, que no solamente permite a las mujeres sentirse acogidas y aceptadas, sino que les ofrece un nuevo horizonte de vida en plenitud, en el que ser ellas mismas y asumir un papel relevante en la comunidad. También en este ámbito el Evangelio puede iluminar nuestro caminar juntos, para que cada vez más seamos esa Iglesia comunión en la que, desde nuestra igual dignidad de hijos e hijas de Dios, podamos vivir nuestras vocaciones al servicio del Reino.
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