- Gratis lo recibisteis, dadlo gratis. (Mt. 10. 8)
Somos consecuencia de un sinfín de azares que nos llevaron a ser nosotras, aquí, ahora, en las familias en las que crecimos, con las personas con las que compartimos camino, con los medios que se pusieron a nuestro alcance… El azar ha sido generoso con nosotras. ¿Y si hubiéramos nacido varios miles de kilómetros al sur? Sin merecerlo, partimos con ventaja en este viaje. Seamos conscientes de ello, para aprender a mirar el mundo desde la perspectiva de aquellas personas que, también sin merecerlo, partieron con terrible desventaja. Y que esa mirada nos haga actuar, no por generosidad, sino por justicia.
- Vosotros sois la luz del mundo. No se enciende un candil para meterlo debajo de un perol. (Mt. 5, 14) Hemos sido encendidas por Dios. Brillan nuestros dones y capacidades, brillan las fortalezas que nos proporcionó ese azar generoso… Brillan como una vela a veces temblorosa, o como una llama grande. Es una luz hermosa, somos llamadas a ponerla al servicio del mundo.
- Los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él. (Lc. 10, 1) Cada martes trato de llevar esa luz al despacho de la acogida de Cáritas en San Francisco. Junto a mi compañero, recibimos a las personas que acuden en busca de consejo, ayuda económica o escucha. Formamos parte de un equipo amplio que atiende de lunes a jueves, recibiendo a más de cien personas al mes, en el centro de Hargindegi de Cáritas. Varias personas de la comunidad de San Francisco asumimos esta tarea tras una reflexión que nos llevó a responder como comunidad ante la necesidad de voluntariado. Todas somos corresponsables, y nos apoyamos y animamos en esta labor.
- Al verla, se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. (Lc. 7, 13)
En las entrevistas tratamos de generar un ambiente en el que las personas se sientan cómodas para expresar sus preocupaciones y temores. Nos citamos cada mes durante varios meses, estrechando la relación, dejando que se abran a nosotras, intentando ayudarles a encontrar recursos apropiados para sus necesidades, afrontar retos, o simplemente soñar. Y así, en estas conversaciones, se producen encuentros transformadores y sanadores… para ellas, pero también para nosotros.
Se genera un clima de compasión, de sentir con quien tenemos delante y hacer nuestros sus sufrimientos. No siempre es fácil. En ocasiones encontramos trabas culturales o de idioma que suponen una barrera para que la persona se muestre confiada a nosotros. Pero otras veces podemos contribuir a aliviar un poco la angustia que traen, dejando que se desahoguen y ofreciéndoles una sonrisa amable y un gesto cariñoso.
- ¿Cuándo te vimos con hambre o con sed, o extranjero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos? (Mt. 25, 37).
Mirar a estas personas me transforma la mirada. Recuerdo los ojos azules de Ahmed, que rompieron a llorar cuando nos dijo avergonzado que dormía en la calle, y le calaban las zapatillas. Apenas era un niño.
Escucharles me ayuda a silenciar los mensajes de individualismo que la sociedad nos envía.
Recuerdo la voz triste de Gladis diciendo resignada que nació para ser pobre, impactándome como una bofetada. Estrechar sus manos me conecta con otros mundos. Recuerdo las manos negras y enormes de Camara. Unas manos fuertes y jóvenes, deseando trabajar y recogiendo frustradas el cheque de la ayuda.
Sentirles duele. Yasmin abrazada al cuello de su madre, ajena a las preocupaciones de las que ella le protege. Omar con su analítica devastadora, una relación rota y la absoluta imposibilidad de volver a casa. Jennifer tan niña y tan perdida. Ibrahim tan pobre que no tiene apellido. Rachida tan enferma. Víctor tan culto, tan trabajador, tan íntegro, que necesita nuestro asilo.
Son el rostro crucificado de Jesús.
- Derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío. (Lc. 1, 51).
Es difícil a veces mantener la esperanza en estos encuentros. Pero de vez en cuando llegan las buenas noticias: el papel que faltaba para la ayuda, el contrato, una reconfortante llamada de teléfono a la familia, unas horas más en otra casa, un título, una habitación mejor… Pequeñas luces que iluminan nuestro despacho: abrazos, felicitaciones, risas…
Y como música de fondo, el cántico revolucionario de una joven de Nazaret, que no dudó en que la justicia se abriría paso porque esa es la voluntad de Dios. Como ella, accedamos a ser el medio a través del cual la buena noticia llegue a todas las personas, especialmente a quienes más sufren.