Qué humanos son los personajes de este Evangelio de hoy. Una madre ha visto marcharse de casa a sus dos hijos en pos de un supuesto predicador que dicen que igual es el Mesías, dejando a Zebedeo, su padre, sin la mano de obra necesaria para las faenas de la pesca. Qué menos que reclamar algo al agitador de sus hijos, cuya decisión está repercutiendo en toda la familia. Incluso la madre parece admitir que Jesús está montando un Reino, y puede ser interesante apoyar a sus hijos en esa aventura… Quizá la mujer los justificó incluso ante su padre Zebedeo, que estaría «hecho un trueno» (¿será por eso llamado Santiago Hijo del trueno?) al ver que su mujer y sus hijos se iban detrás del primer fanático que pasa por su casa. Los tres personajes han arriesgado algo, fiándose de Jesús. En buena lógica, algo les corresponde. Porque la lógica de todo el mundo, la humana humanísima, suele ser esa, invierto para triunfar, o aquél dicho más vulgar de «Yo te rasco y tú me rascas». Por eso piden sentarse a disfrutar del triunfo de ese supuesto Reino, y ser de los favoritos del jefe.
Además, ¿hay algo más humano que el orgullo de una madre ante el éxito de sus hijos? Efectivamente, querer el éxito es muy humano. Hoy he visto en la tele a dos padres muertos del orgullo en Madrid: su hija ha estado a punto de ganar la medalla de oro de Taekwondo en una primera visita a las Olimpiadas de Tokio, con tan sólo 17 años. ¿Cómo no van a estar orgullosos? Hasta los periodistas que daban la noticia lo estaban, y todos los que han sentido una pizca de orgullo patrio al escuchar el himno en la imposición de la medalla, aunque fuera la de plata. En los medios cristianos el éxito tiene mala prensa, pero… ¿de verdad es tan malo? ¿no es algo humano humanísimo?
Quizá por eso no se enfada Jesús. sino que con mucha paciencia, sobrehumana diría yo, ve el momento oportuno para hablar de dos cosas: de su destino y del ejemplo que ese destino tiene que ser para sus seguidores.
El destino de Jesús aparece vinculado a un cáliz difícil de beber, y todos sabemos a cuál se refiere, porque el cáliz difícil sale de nuevo en Getsemaní. Es el fracaso. Jesús sabe que va a fracasar. Y sin embargo sigue. Quizá no se lo esté diciendo a esa madre con toda la crudeza, porque cuando hablan los apóstoles (que bueno es que hablen por sí mismos, y no por la boca de su madre) se muestran muy dispuestos a beber ese cáliz, del que no saben los detalles.
Y aquí Jesús adivina. Quizá lo de hijo del trueno no fuera por el cabreo de su padre: ese mote que le puso Jesús a Santiago quizá fuera para reconocer en él la impulsividad y la energía, la decisión y la fuerza que tendrían que demostrar, bien lo sabemos, en su predicación postpascual, Sí dieron la vida, y Jesús lo vaticina y reconoce ya desde este día en que Santiago y Andrés se apuntan al bombardero de Jesús, y están firmando unión de destino con él.
Y después viene la enseñanza al resto de los apóstoles. Por cierto, también humanos humanísimos al cabrearse con los dos preferidos. Parece que hubieran esperado por parte de Jesús algo más contundente que eso de «no se me ha dado a mi concederlo». Quizá esperaban más bien el regaño para los dos listillos. Sólo que en ese cabreo de los apóstoles quedan ellos también en evidencia. Si les duele que dos pidan «el mando en plaza» es porque quizá también ellos se sentían con derechos a algún privilegio o poder. Así que la explicación sobre el peligro del poder va para todos.
Y es que seguramente este tema le importaba a Jesús especialmente. Y aunque quizá por eso había elegido como apóstoles a personas del común, con poco poder real, sin embargo su tentación se cuela hasta para las cosas más pequeñas como esa jerarquía de amigos de Jesús.
Sabemos lo mucho que menciona Jesús el tema del dinero, cómo se nos pega. Pero tampoco es pequeño el esfuerzo discursivo que hace Jesús para esta otra tentación del poder. La ocasión la pintan calva, y aprovecha Jesús el enfado y división para hacer su catequesis.
Porque lo primero que hace el poder cuando no está hecho de servicio sino de ego y vanagloria, de soberbia y autoritarismo es eso, dividir. El autoritarismo genera siempre heridas y resquemores difíciles de superar. Cuando alguien se cree más que los demás, cava un foso alrededor de sí, se rompe la convivialidad y se deteriora el proyecto de fraternidad.
A nivel personal, el tema del poder aparece muchas veces ligado con la propia autoestima: quien está pisoteado en su trabajo tiende a ser autoritario en su espacio familiar, incluso déspota; el adolescente tiende a imponerse precisamente porque piensa que es un modo de afirmarse y decir aquí estoy yo; en nuestro ámbito de trabajo tener más poder es símbolo de estatus y de aprecio… Seguro que esta es la dimensión que quedó herida en la discusión entre los apóstoles. ¿Por qué esos dos, y no yo?
Pero Jesús lleva el tema a un nivel internacional, hablando de los Jefes de las naciones. Nos invita a superar el nivel de la alta o baja estima propia, y a situar el tema del poder en relación a los fines que persigue a nivel colectivo. Como el Papa Francisco ya ha dicho mejor que yo algo de esto, cito los números 171 y 172 de la Fratelli Tutti:
171. La distribución fáctica del poder —sea, sobre todo, político, económico, de defensa, tecnológico— entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y—a la vez— grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder».
172. El siglo XXI «es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar».149 Cuando se habla de la posibilidad de alguna forma de autoridad mundial regulada por el derecho150 no necesariamente debe pensarse en una autoridad personal. Sin embargo, al menos debería incluir la gestación de organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales.
Creo que habla claro y directo sobre el verdadero sentido del poder, el servicio al Bien para todos, el sueño de un mundo verdaderamente fraterno. Ojalá cualquier poder que tengamos nunca, tanto a nivel personal como institucional, esté verdaderamente al servicio de ese sueño, que es el sueño de Dios.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?”. Ella contestó: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Pero Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Contestaron: “Lo somos”. Él les dijo: “Mi cáliz lo beberéis, pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre”.
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos”. (Mt 20, 20-28)
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