SANANDO DESDE LA FE – Juan Emanuel González Romero

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Juan Emanuel González Romero

juanglezrom11@gmail.com

En el entramado del contexto actual en el que nos encontramos ha resaltado, sin lugar a dudas, la importancia de nuestra salud mental y emocional, el cómo gestionamos en nuestra vida esta salud y qué podemos hacer para sentirnos más felices y estables se ha vuelto un tema relevante. Solo hace falta voltear a ver términos como estrés, ansiedad, depresión, trastornos afectivos, suicidio, trastornos mentales, baja tolerancia a la frustración; entre otros, pues comienzan a ocupar un lugar principal en la lista de complicaciones de salud de cualquier ciudad o país y han pasado de estar entre las sombras a volverse punto de referencia de una sanidad generalizada, no porque antes no existieran todos estos términos; sino porque, de un tiempo a la fecha los rangos de edad, los perfiles y las personas que eran vulnerables a experienciar estos términos en carne propia ahora se han masificado al grado de tener cifras preocupantes.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, en el 2019, 970 millones de personas en el mundo padecían algún trastorno mental, lo que es igual a 1 de cada 8 personas, dentro de los cuales destacaban el trastorno de ansiedad y depresión, lamentablemente con la llegada de la COVID- 19 esto solo fue al alza, haciendo que los números se dispararan un 28% más de casos en tan solo un año. Actualmente la cifra ha aumentado a casi un 46% en comparación con el 2019. Y no hace falta ir tan lejos: tú, ¿cómo te has sentido con el estrés y la ansiedad? 

Pues justamente más de 58 millones de niños y adolescentes con un trastorno de ansiedad y más de 23 millones con depresión, fueron algunas de las cifras recabadas y contrastadas con el tiempo; en definitiva, nos hace cuestionarnos el caminar de nuestra realidad mundial y la importancia de todos estos términos, sobre todo, ¿qué tanto hemos volteado a ver nuestra sanidad emocional? ¿Cómo te sientes actualmente con tu afectividad? ¿Hay alguna situación que te hace sentir intranquilo(a), presionado(a)? ¿Será que enfrentas tus miedos, angustias y desconciertos o solo las evades?

¿Cómo te sientes actualmente con tu afectividad?

Sería muy egocéntrico de parte de cualquiera pensar que somos las únicas personas que tenemos conflictos o problemas a un nivel personal, emocional o en cualquier otro ámbito, y es aquí justamente donde pareciera que la salud que tanta falta nos hace y que últimamente estamos careciendo, nos será dada mágicamente por el exceso de información en el que estamos rodeados, la prontitud efímera de resolutivos placebo de consejos de nuestro streamer favorito, o la experiencia lúcida de nuestro influencer de confianza. Pareciera por un momento que, además de ello, nuestros medios de comunicación nos venden sin tanto esfuerzo la idea clara del éxito y la felicidad, una cultura donde se adoctrina al cuerpo y a la imagen perfecta, donde importa más lo que tienes en tu cartera o la casa en la que vives que otros aspectos de la persona que son realmente trascendentales. 

Justo por todo lo que brevemente se ha mencionado es que tenemos adultos debatiendo sus prioridades, adolescentes y jóvenes con tantas dudas y nuestras infancias con un ejemplo no tan prometedor, ¡como si no fuera ya suficiente lo que conlleva su propia edad, no es así? Es aquí donde el tema encuentra una bifurcación que no es muy transitada…

¿Podrá nuestra fe ayudarnos a propiciar que estos términos tan complejos que se presentan en nuestra vida sean más ligeros, nos motiven a la resiliencia y nos aporten un aprendizaje? A primera vista la respuesta pareciera evidente; pero… ¿realmente la sociedad considera que creer nos ha de salvar de los pesares de la cotidianeidad? Y, ¿qué es lo que ocurre realmente dentro de nosotros cuando creemos? 

¿Qué es lo que ocurre realmente dentro de nosotros cuando creemos? 

Evidentemente para la sociedad que nos prefiere adormecidos y enajenados, dependientes del consumo, distantes de aquello que nos vuelve humanos, obsesionados por el tiempo libre y la procrastinación eterna; en donde nada es realmente urgente, donde estamos presos de la negatividad, el conformismo y el placer vacío… ahí, en esa realidad como la que contrasta el papa Francisco en su exhortación apostólica, ahí; en medio de todo, es difícil encontrarnos a nosotros mismos y, por consecuente, es igual de difícil encontrar algo de lo cual poder sujetarnos.

Hablar de fe de manera práctica y sintetizada se define como seguridad, certeza o confianza, palabras a la vista muy sencillas en su lectura, pero complejas cuando las enlazamos a una vivencia diaria. ¿Recuerdas cómo hemos definido nuestro contexto un poco más arriba en este texto? ¿Y cómo ello ha enfermado de a poco a nuestra sociedad? Pues en esa realidad hablar de aspectos que nos den seguridad, que nos propicien más certezas que dudas y además nos brinden confianza para mostrarnos tal cual somos son casi inexistentes… Para ello los seres humanos recurrimos de manera natural a creer, en otras palabras, recurrimos a la fe. 

Una crítica un tanto ácida para el creyente de cualquier religión es que solemos conectar con nuestra fe cada vez que partimos del dolor, la soledad o cualquier ámbito «negativo» que podamos vivir, es por ello que ante una enfermedad creemos y esperamos que todo saldrá bien, ante una situación económica compleja confiamos que todo se solucionará y ante alguna pérdida buscamos seguridad y consuelo. Pero la fe es mucho más que solo los malos momentos, lo cual, por lo regular, son esas mismas dificultades que atravesamos a diario lo que nos hace acordarnos de ella.

Pero, a todo esto, ¿cómo puede sanarme mi fe? Se ha comprobado por diversas investigaciones que muchos de los trastornos y enfermedades que se experimentan a nivel físico con mayor frecuencia en el mundo son reforzadas por el hipotálamo y nuestra amígdala que se encuentran en nuestro cerebro, las cuales son las responsables de desencadenar diferentes conexiones sinápticas que refuerzan las emociones y liberan neurotransmisores como la oxitocina, dopamina, serotonina, entre otras, que regulan nuestro estado de ánimo, nuestras respuestas emocionales y nuestra felicidad o enojo. Por lo que si la persona en cuestión se encuentra viviendo alguna enfermedad particular y su mente no da espacio a creer o a tener fe, ello repercute directamente en la enfermedad limitando a los diferentes sistemas del cuerpo a cumplir con sus funciones, a hacerlo de manera más aletargada o incluso a no generar sus funciones de manera adecuada. Es como si el cerebro apagara ciertas zonas del cuerpo y ello arrastra consigo una serie de consecuencias que solo alimentarán más a la enfermedad que, al sentir el desajuste, se puede esparcir o prolongar. 

Tener fe o, principalmente, tener la certeza, esperanza y seguridad puesta en Dios, genera un proceso de sanación en nuestra persona. Se ha comprobado que aquellas personas que alimentan su fe regularmente, esta propicia un cambio de enfoque a ver todo desde lo positivo; fortalece la resiliencia ante cualquier adversidad; te ayuda a tener relaciones interpersonales e intrapersonales desde la humildad, el amor, la escucha activa y la felicidad; propicia calma en contexto altos de estrés o ansiedad y regula tus emociones desde el entender, aceptar y crecer. Todo ello hace que nuestro cerebro funcione completamente diferente a lo que ya te he explicado, las mismas zonas del hipotálamo y la amígdala, entre otras zonas, son estimuladas y fortalecidas, segregando cuatro veces más neurotransmisores que cuando vienen desde lo negativo. Estos neurotransmisores van acompañados a su vez de otras sustancias que hacen que nuestra plasticidad cerebral no se vuelva rígida dejando espacio al cambio y sumando en los procesos de sanación física. Si la química de tu cerebro se encuentra diferente, el cuerpo se configura a lo que recibe y físicamente se ve ayudado para disminuir muchos de los términos antes mencionados. Suena bien cuando lo leemos de esta manera y pareciera muy sencillo, pero ¿cómo puedo acrecentar mi fe? ¿Qué aspectos fortalecen mi fe? ¿Cómo puedo conectar con mi fe? 

¿Qué aspectos fortalecen mi fe? ¿Cómo puedo conectar con mi fe? 

Aceptar nuestra naturaleza humana implica aceptar y reconocer todas nuestras limitantes intrínsecas como es la muerte, por ejemplo, implica reconocer que somos finitos y que hay muchas cosas que desconocemos; sin embargo, intentamos responder. La religión católica, al igual que muchas otras, buscan fundamentar y dar solidez a nuestra esperanza. Ello implica tener claridad en lo que somos y por lo tanto en lo que creemos. Para los que somos seguidores de Jesús y de la santa Iglesia católica nos hemos comprometido a la esperanza de la Resurrección, a mirar con ojos de alegría el final de nuestras vidas y entregar en vida nuestras acciones, pues el regalo de la vida multiplica y transforma.

Cuando nosotros decidimos confirmar nuestra fe en Jesús y seguirle implica el compromiso de un apostolado como estilo de vida, anunciar el Evangelio en los contextos en los que me desenvuelvo y denunciar las injusticias y aspectos negativos que vayan contra la construcción de un amor en fraternidad, igualdad y paz. Con esto dicho vemos con claridad que la fe es un salto al vacío pero con la certeza de que la caída será el más bello de los paisajes, porque hay seguridad en el camino, porque hay calma entre la tormenta, porque incluso en medio de todo lo bueno siempre seguirán las persecuciones. 

Algunas acciones que pueden acrecentar, fortalecer y conectar con tu fe son:

  • Hacer oración, tener un dialogo constante con Jesús o con quién conforma tu creencia te dará vitalidad y entendimiento.
  • Realizar algún proceso de acción desde un voluntariado o apostolado, servir es una de las maneras más hermosas de conectar con tu fe y fortalecerla. 
  • Iluminar todas tus acciones con la humildad; mantenernos sencillos de corazón nos integra como humanos y nos permite recordar lo finitos que somos. 
  • Leer el Evangelio o los fundamentos de tu fe para acrecentar el conocimiento de lo que crees y valoras. 
  • Alzar la voz como un recordatorio constante del compromiso que se ha realizado con tu religión como parte de una fe que hace y no solo dice. 
  • Propiciar espacios personales de calma y reflexión; los espacios de silencio y meditación nos ayudan a encontrarnos en profundidad. 
  • Redactar lo mejor y peor del día en un diario personal, ayudará a acrecentar nuestra reflexión, nuestros juicios y parámetros en virtud de lo humano. 
  • Encontrar a Dios en todo momento, aprender a verle en las desgracias, en los malos momentos y en todo cuanta duela; ello nos permite valorar, aceptar y crecer desde el amor.

Y tal cual como ha escrito el papa Francisco en Christus Vivit 119:

«Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, con ese mismo poder de su entrega total sigue salvándonos y rescatándonos hoy. Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate salvar, porque “quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento”. Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que “Él perdona setenta veces siete”. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. Nosotros “somos salvados por Jesús, porque nos ama y no puede con su genio. Podemos hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva. Porque solo lo que se ama puede ser salvado. Solamente lo que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que todas nuestras fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. Pero es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir esta historia de amor”». 

«Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2,20)