Desgraciadamente hemos reducido la salvación de las almas al ámbito del pecado y al sacramento de la penitencia. Tal vez movidos por un clericalismo, ignorancia, o por una corriente más de tipo herética platónica donde lo importante es el alma que debemos liberar del cuerpo que es su cárcel. Sin embargo, doy gracias a el Espíritu Santo que sigue soplando y dando vida allí donde la muerte está al día. La salvación de las almas va mucho más allá, y alcanza realidades muy cotidianas en donde los seres humanos necesitamos salvación y liberación. Cuantos crucificados piden al psicólogo[1] que les salve del dolor producido por el duelo y luto del amado, que les libere del mal de un miedo no superado o de la impotencia ante realidades tan existenciales. Y digo ante el psicólogo porque desgraciadamente el cura del pueblo solo esta para confesar en horario de oficina y por falta de formación ha reducido la salvación de las almas a un momento escatológico que más que esperanzador se torna desesperante ante la súplica del doliente. La salvación de las almas está más cerca del bar donde dos amigos hacen catarsis tomando una cerveza que del confesionario donde el cura impone cargas absurdas. Está más cerca de la madre que abraza a sus hijos sin decir palabra que en el sermón del cura con palabras incomprensibles. Está más cerca de un niño que ríe lleno de inocencia ante la broma que desborda la lógica hilarante que ante el silencio sacro de una catedral que huele a encierro.
La historia lo ha configurado así. No los culpo. Intuyo que se debe a tres razones: la más grave y escandalosa es el hecho de la mediocridad de los ministros, religiosos y religiosas, mediocridad que engloba desde la falta de valentía de enfrentar las realidades de cruz hasta la falta de formación al respecto, pues ¿quién no prefiere la comodidad? La segunda es la hiperactividad, y no me refiero a la patología sino al hecho que vivimos muy ocupados en no hacer nada y otras muchas acciones que nos impiden hacer lo que realmente es importante -acompañar-, tanta burocracia y papeleo, registros y fotos y poca salvación. Y por último, la tercera causa es el hecho de tener muchas heridas abiertas, sin sanar, sin curar, no podemos dar remedio para el mismo mal que padecemos sin antes no haber curado nuestra herida.
Hoy necesitamos curas, que curen y no solo impongan cargas, necesitamos médicos sanos que no nos contagien sus patologías, tic’s ni vicios y estén dispuestos a entregarse en vida.
Te quiero, y te quiero bien.
[1] No pretendo menospreciar ni mucho menos la psicología.
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