SALTOS DE NIVEL – Juan Carlos de la Riva

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Juan Carlos de la Riva

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«La pastoral juvenil necesita adquirir otra flexibilidad, y convocar a los jóvenes a eventos, a acontecimientos que cada tanto les ofrezcan un lugar donde no solo reciban una formación, sino que también les permitan compartir la vida, celebrar, cantar, escuchar testimonios reales y experimentar el encuentro comunitario con el Dios vivo» ChV 204.

«Calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana. Como decía Romano Guardini: “en la experiencia de un gran amor […] todo cuanto acontece se convierte en un episodio dentro de su ámbito”[112] ChV 202.

Nuestra pastoral juvenil no puede ser un programa académico formativo. Es cierto que apostamos por una pastoral de procesos, donde reunión tras reunión y actividad tras actividad el grupo acompaña a cada persona. Pero vemos también imprescindibles algunas experiencias fundantes que hagan que la persona dé un salto en su vivencia, en su comprensión, en su motivación y en su compromiso. Son momentos de crisis positiva donde se cuestiona lo que se vive y se abre un nuevo horizonte. Puede ser una peregrinación, un campo de voluntariado entre los más pobres, un retiro espiritual profundo, una Pascua juvenil, una JMJ, un encuentro diocesano o del propio movimiento, un espacio de desierto… Todos esos momentos, si están bien acompañados en el antes, durante y después, pueden ser ocasión de conversión o de discernimiento vocacional.

Esta revista va de eso, de cómo aderezar nuestros procesos con las experiencias que hagan que la persona salte a un nivel mayor de sensibilidad cristiana, de emoción de fe, de claridad de proyecto y de radicalidad en la opción. Porque estas experiencias afectan a todas las dimensiones de la persona.

Comienzan transformando la base más sensorial: olores, sabores, música, paisaje, arquitectura, contacto con personas… los sentidos se reeducan, el y la joven salen de la pantalla que esclaviza la vista y se despiertan el resto de los sentidos para contactar con una realidad que se deja sentir, y con una experiencia de Dios que entra también por los sentidos. Las pantallas nos alejan del contacto, pero las experiencias fundantes nos obligan a tocar y contactar ¡Quién no va a recordar la lluvia y el frio de aquella vigilia de oración en la JMJ de Madrid! ¡Cómo olvidar el sabor de una comida compartida con los más pobres y cómo así se tocaba algo del cielo en la tierra! ¡Cómo quitarse de la cabeza aquella canción! ¡Cómo desviar la mirada de esas realidades de pobreza y miseria! ¡O cuánto aprendizaje me dejó aquel esfuerzo físico de la marcha en grupo por las montañas o en el Camino de Santiago!

Después se reeduca la afectividad: aparecen nuevas relaciones que sacan al joven de sus atascos emocionales, se viven momentos de encuentro desde lo profundo que nos une, y no desde la individualidad competitiva que nos separa. El joven queda vinculado desde el amor y no desde la necesidad de ser aceptado o reconocido. Aparecen nuevas emociones desde lo profundo: la compasión verdadera, la amistad social, la cooperación, la autenticidad, la cercanía, la alegría verdadera. Y también, cómo no, una experiencia afectiva de la fe, un encuentro con Jesús emotivo y transformador, un enamorarse del amor. ¡Cuántas Pascuas juveniles no cambiaron nuestras vidas! ¡Cuántas amistades verdaderas no nacieron en estos momentos donde las personas nos relacionábamos desde lo profundo!

También se aclara la conciencia de los valores y la comprensión del perder para ganar. Aparecen nuevos criterios desde los que interpretar la realidad de un modo crítico. Aparece la necesidad de cuestionarse el cómo vivo y si me creo los valores que digo vivir, para comenzar a ver la necesidad de un proyecto de vida que dé verdadero sentido. Se ilumina la utopía, se frecuenta el futuro, se vive ya lo que se quiere para toda la humanidad. Los valores dejan de ser una ética farragosa y una ley impuesta desde fuera, y se convierten en algo encarnado que va forjando mi identidad más profunda.

Y, por último, se toman decisiones: lo vivido es real, no invención. Se han activado todas las funciones de mi yo, y soy más libre para tomar decisiones. La fe no se vive entonces como ideología sino como estilo de vida asumido en libertad. Ahora soy parte de un nosotros en el que puedo encontrarme a mí mismo cuanto más salgo de mí mismo y de mi interés. Descubro que la clave de la vida es la entrega, en clave no moralista sino existencial. Que vivo la vida como regalo, como don y, por tanto, también yo la puedo regalar. Que vivo la fragilidad de un modo liberador y no como obsesión perfeccionista. Que veo a Dios en todas las cosas.

Todo un proceso de descubrimientos: se necesita toda una batería de experiencias significativas, provocadoras, cuestionantes, atrayentes, para que el y la joven vayan haciendo camino de salida de sí y de entrega confiada a un Dios que estaba ahí desde el principio, aunque aún no había sido descubierto.

Son experiencias que podemos construir en red, aprovechando estructuras, carismas, realidades de trabajo, espiritualidades… Cada vez más necesitamos ese catálogo de experiencias que sumen, saliendo de nuestro propio agujerito pastoral, a vivir con otros la alegría del Evangelio.

Espero que disfrutes de las propuestas de este número y te inspiren en tu día a día pastoral.

Aparecen nuevos criterios desde los que interpretar la realidad de un modo crítico

Aparecen nuevas emociones desde lo profundo.