Cualquiera que lea estas palabras llegará a ellas, posiblemente, con el convencimiento ya interiorizado de que seguir a Jesús de Nazaret es más fácil en compañía de una comunidad de referencia (parroquia, grupo, movimiento, etc.). ¡Qué difícil me resulta a mí sostener una fe madura sin la interpelación de otras personas! Aceptado esto, es natural que surjan grupos naturales en los que nos sintamos a gusto.
Cuando pienso en comunidad de referencia, repaso en mi memoria todo tipo de grupos eclesiales: grandes o chicos, internacionales o locales, muy centrados en un enfoque o de una enorme pluralidad interna, estables o efímeros… Esta diversidad de carismas a veces es aceptada como «todo vale». Pero siento que admitir esto de forma acrítica es un riesgo de traición al Evangelio: hay formas de compartir la fe que pueden empobrecer la propia fe. Me refiero, por ejemplo, aquellas formas autorreferenciales, que todo lo miden por su propia experiencia interna.
Cualquiera que haga pastoral juvenil identificará en su memoria, sin dificultad, comunidades cuya mayor relación social consiste en participar en encuentros eclesiales. Habrá casos estridentes y otros más sutiles, pero, en el fondo, hay mucho de esto en todas nuestras diócesis. Así, participamos cómodamente en los consejos pastorales, en los sínodos y en las vicarías; pero poco o nunca en plataformas vecinales o de participación ciudadana, consejos de la juventud, redes de voluntariado o del tercer sector… Con la extraordinaria diversidad asociativa de la Iglesia, ¡qué poco se nota fuera de ella!
¿Qué aporta la socialización comunitaria? Además de lo que le aporta a la persona individual, a nuestras organizaciones eclesiales se le abrirán un sinfín de posibilidades de tipo logístico, que no es lo más importante, pero sí extraordinariamente útil. Esto se concreta en nuevos recursos para proyectos pastorales de más alcance, nuevas técnicas organizativas que ahorran disgustos, nuevos contactos a los que pedir ayuda, etc. Pero, además, ofrecerá un enorme beneficio espiritual a aquellas comunidades que sepan socializar fuera de la Iglesia, sin la prepotencia de quien sale ungido como revelador de la (su) verdad a los ignorantes, sino con la humildad de quien sale a la búsqueda de un Maestro que también nos espera en rincones inesperados (Emaús). Como el Erasmus, aprende nuevos lenguajes, se siente minoría y extranjero, añora el afecto de los suyos, descubre nuevos «sabores», sufre y disfruta con nueva intensidad.
La presencia de Cáritas en las grandes redes del tercer sector, por ejemplo, no persigue evangelizar a otras entidades sociales, sino crear sinergias que acojan–construyan el Reino de Dios, aunque solo ella (Cáritas) entienda este lenguaje. Sin buscarlo, en muchos casos, Cáritas prestigia la fe en Jesús de Nazaret en entornos descreídos e inicialmente hostiles, o simplemente no cristianos. La misma capacidad tienen la JEC, la JOC, y otras comunidades cristianas juveniles, en los consejos de la juventud: no pretenden lograr nuevos bautizados, pero enriquecen la experiencia humana y trascendental de sus propios creyentes. Trabajan por el Reino con quienes no entienden esta expresión, pero sí la de construir un mundo mejor. Luego, sin buscarlo, estos movimientos juveniles cristianos dan un testimonio transformador que «toca» a muchas personas alejadas, sin estridencias, sin sacar su fe a procesionar en espacios poco procesionales.
Claro que esto requiere una opción estructural y esforzada (porque es exigente). No basta con enviar un par de personitas de nuestra organización, una o dos veces al año, a explorar la terra ignota. Deberán ser enviadas como parte misma de la comunidad que sale con ellas, toda junta, y acompaña en procesos de largo recorrido.
En nuestras manos está convertir nuestras organizaciones cristianas en espacios autorreferenciales o en verdaderos puntos de conexión con una sociedad magnífica, allá afuera de nuestra Iglesia, en la que también encontraremos a Cristo en el extraño. Y quizá, de paso y sin buscarlo, otros vean en algo de la acción de nuestras manos, las del Padre.
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RPJ nº 534 – febrero 2019 – Salir para encontrarnos – Enrique Hernández Diez, JEC
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