«El Señor le dijo: “Sal fuera y quédate de pie ante mí, sobre la montaña”. En aquel momento pasó el Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto; pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras el terremoto hubo un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Pero después del fuego se oyó una brisa suave y delicada» (1 Re 19, 11-12)
Elegí este texto del primer libro de los Reyes, en el marco de la historia de Elías, para comenzar el taller que impartí en la última edición de la Escuela de Pastoral Juvenil que se celebró en el colegio de los Salesianos de Atocha, en Madrid, el último fin de semana de septiembre. Lo elegí porque, bajo mi punto de vista, sintetiza con gran belleza y plasticidad la manera en la que Dios debe hacerse presente, y de hecho lo hace, en las redes sociales.
La primera idea que centró el taller y, en el fondo, la que le daba un sustento importante, es la que recoge el mandato del Señor a Elías: «Sal fuera». Un mandato que nos recuerda a palabras similares que, a lo largo de la Biblia, recogen el envío que el Señor nos hace a cada uno de nosotros. Salir fuera. Abandonar la zona de confort, con la confianza de que Aquel que nos envía sabe por qué lo hace y conoce a quién ha elegido. Asumir riesgos, afrontar dudas, someternos a situaciones desconocidas, a personas que nos plantean nuevos retos… Salir fuera. Si eso lo unimos a la idea que el gigante Google nos deja como resumen de 2016 (podéis ver el vídeo aquí: https://youtu.be/KIViy7L_lo8), Love is out there (El amor está ahí afuera), pues parece que uno tiene que plantearse muy en serio su presencia en el mundo digital.
Y digo mundo porque como ya hemos dicho muchas veces, internet y las redes sociales no son herramientas que se usan, sino que son lugares donde se está, donde se vive, donde se comparte. Detrás de cada perfil hay hombres y mujeres reales, que sienten, que sufren, que tienen sueños, y decepciones, y dudas, y creencias, y que buscan, también ahí, su felicidad.
La segunda idea es una propuesta de estilo que nos debe ayudar a discernir como un gran principio, cómo estar en las redes: como brisa suave. Eso es estar «como Dios estaría», «al estilo de Dios», que suele, en la mayoría de los casos, presentarse a nosotros sigiloso, respetuoso, lleno de matices, colores, caricias… y, ante todo, tremendamente cuidadoso de no vulnerar nuestra libertad. Dios sabe que los fuertes vientos, los terremotos poderosos, los fuegos crepitantes, asustan más que seducen. Y Dios es un experto en la escucha, en la ternura, en la seducción. Así debemos ser nosotros también en la red. Expertos en escucha, expertos en ternura. Seductores por el respeto más que por el engaño. Capaces de ofrecer matices, de encender luces, de abrir puertas, de tender puentes. Sensibles a los que menos voz tienen. Profetas de perdón y de amor en medio de alaridos, quejas, insultos… Corazones que se dejan tocar por los desgarros, que saben hacerse cargo del hermano.
El taller fue fenomenal. Aprendimos lo importante de mirar al de enfrente antes de hablar. Descubrimos que nuestro mensaje, nuestra palabra, está condicionada, al menos en la forma de plantearla, por el receptor al que va dirigida. Entendimos que hay una misión que abordar, una luz que encender y que el miedo a mantenernos seguros en el anonimato, no puede ser el patrón de nuestra barca.
Si el Señor va en la barca, nada tenemos que temer. Seamos valientes. Pongamos nuestros dones al servicio. Abramos puertas y ventanas para que otros se acerquen a nuestras instituciones, a nuestras obras, a nuestras familias, a nuestros matrimonios, a nuestros proyectos, a la verdad de cada uno de nosotros. Seguramente es una verdad limitada, pobre, débil; pero puesta a los pies del Señor, con humildad y confianza, se torna en poderoso testimonio de la acción de Dios en nuestras vidas, en el mundo.
Sal fuera. Como brisa suave.
Un abrazo fraterno.
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