Quinto domingo del tiempo ordinario (A)
Iñaki Otano
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto del monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. (Mt 5, 13-16)
Un cristiano del siglo II, en que los cristianos eran una minoría, explicaba qué era un cristiano: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el país ni por la lengua ni por el modo de vestir. No viven en ciudades reservadas para ello solos, no hablan un dialecto especial, su tipo de vida no tiene nada de particular… Siguen las costumbres locales en su modo de vivir y, al mismo tiempo, testimonian las leyes extraordinarias y realmente paradójicas de su república espiritual… En una palabra, lo que el alma es en el cuerpo, los cristianos lo son en el mundo” (Carta a Diogneto).
Jesús nos dice que sus discípulos somos la sal de la tierra y la luz del mundo. Para ser sal y luz no hace falta aparecer todos los días en los periódicos o en la televisión, ser elocuente, tener grandes ideas para expresarlas públicamente. También y sobre todo se es sal y luz en la aparente normalidad, que no es pasividad.
Respecto a la imagen de la sal, si la comida está sosa decimos: “¡Falta sal!”; y si hay demasiada, decimos: “Te pasaste con la sal”; pero cuando hay justo la pizca correcta, ya no hablamos de la sal, decimos: “¡Qué sopa tan rica!”; es el gusto de la comida lo que sobresale, no el de la sal. Marc Hayet, antiguo Prior general de los Hermanitos de Jesús, subraya que ese es el sentido de la imagen de la sal en el evangelio: “A veces nos preguntamos con ansiedad cómo darle un gusto cristiano al mundo de hoy. No sé si es la pregunta correcta: el mundo tiene gusto, Dios se lo ha puesto. Nuestro papel como cristianos es estar presentes en el mundo para que ese intercambio misterioso se produzca y el gusto divino del mundo pueda expresarse. No nuestro gusto…”
Tampoco la imagen de la luz nos obliga a ser brillantes o seres superiores. En un gran concierto nocturno celebrado en el estadio brasileño de Maracaná se produjo una estampa inolvidable: apagadas todas las luces, en oscuridad plena, se invitó a cada espectador a encender una cerilla. Una sola no hacía nada, pero unida a las otras innumerables pequeñas luces, producía la iluminación. Muchas veces no se nos pide ser lumbreras sino aportar la pequeña luz de nuestra buena voluntad, de nuestras buenas obras para que, unida a las otras luces, nuestra luz brille.
Ser sal o luz no es cuestión de “todo o nada”. De la oscuridad plena a la luz plena hay una gama. Lo mismo en la sal: de lo completamente insípido al sabor perfecto hay grados. Por eso, aunque nuestra ejemplaridad no sea sobresaliente, no debemos renunciar a hacer en torno nuestro el mundo un poco más humano, más feliz. Así será también más evangélico