Sagrada Familia C – Los años difíciles del hijo – Iñaki Otano

Los hijos se hacen mayores. En tiempo de Jesús, cumplir los 12 años constituía entrar en la mayoría de edad.

            Entre nosotros, el adolescente parece decir a sus padres: “Dejadme crecer pero no os vayáis muy lejos por si os necesito”. Los padres se desconciertan con las respuestas del hijo: ellos no comprendieron lo que quería decir. El Jesús doceañero reivindica de sus padres autonomía, aunque, al final, baje con ellos a Nazaret.

            El sociólogo Javier Elzo afirma que, de un tiempo a esta parte, hay más casos de agresión de los menores hacia los padres. Pero “la agresión de los padres hacia los hijos es todavía mayor”. Dice asimismo que en la época posterior al nazismo eran los padres prepotentes los que originaban hijos violentos. “Ahora lo que puede suceder es que los padres o madres impotentes para transmitir normas de comportamiento generen a su vez hijos violentos”.

            Entonces, ¿no hay manera de acertar en la educación de los hijos? Hay un camino que va más allá de cualquier receta: el joven necesita un sentido, un por qué, un proyecto ilusionante de vida. Es indispensable una educación en valores más profundos y de densidad más humana que la rentabilidad económica o el prestigio social.  A los padres de Jesús les hace pensar que su hijo privilegie estar en la casa de mi Padre.

            El 23 de julio de 2011 fue encontrada muerta en su casa la cantante británica Amy Winehouse: Tenía 27 años. Lo había tenido todo para triunfar, había ganado cinco premios Grammy, a los trece años ya tenía un grupo musical y actuaba con éxito en público, y, sin embargo, su enemigo era ella misma. Con problemas continuos producidos por la droga, cantaba que no sabía por qué vivía y “a qué estaba jugando” y gritaba que “el amor es un juego en el que siempre se sale perdiendo”.

            La educación tiene que ayudar a un proyecto de vida ilusionante y coherente. Los padres y educadores, aun recibiendo respuestas desconcertantes pero que hacen pensar, pueden iluminar y apoyar que ese proyecto esté lleno de sentido.

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Él les contestó: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”. Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.

Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres. (Lc 2, 41-52)

 

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