Saberse pecador es un buen arranque; DOMINGO 30 C – Juan Carlos de la Riva

Este domingo el Evangelio es perfectamente diáfano y directo.

Hice este verano algunas lecturas de psicología transpersonal, y de su propuesta de evolución de la conciencia. Es un tema que me ha preocupado desde siempre: cómo hacer que la persona avance en lo espiritual.

El caso es que esta escuela de pensamiento de gama “integral” pues habla de que la conciencia individual, igual que las civilizaciones, van pasando por diferentes estadios de conciencia, marcados por diferentes leyes de funcionamiento en cuanto a qué motiva a ser y hacer.

Así hablan de unos estadios pre-personales. El más básico es el que se rige por la ley placer-displacer, y que nos iguala a los animales. Bueno es lo que gusta, y malo lo que disgusta. Es un nivel importante para cubrir las necesidades más básicas, pero quien se queda ahí. La religiosidad que aparece ligada a este estadio de conciencia individual y de civilización es muy naturalista y busca en la divinidad sobre todo la protección, y la madre nutricia que todos anhelamos en este nivel de placer-displacer. El concepto de pecado y pecador casi ni existen aquí.

El segundo estadio, también pre-personal, está condicionado por la ley del ganar-perder, buscando siempre destacar y quedar por encima de los demás. Es competitivo y basa su autoestima en la comparación con el otro. La vida para ellos es una carreta en la que tengo que ganar éxitos. Me recuerdan a los pequeños premios y reconocimientos que todos buscamos en el trabajo, a veces a costa de las buenas relaciones. Su religiosidad es la de los méritos morales, que terminan exhibiéndose como trofeos. El llevar este punto hasta el extremo termina en morales fundamentalistas que buscan perfecciones inalcanzables y una religiosidad de premio y castigo. El concepto de pecado es exclusivamente moralista, y divide a la gente en puros e impuros. Aquí tenemos a nuestro fariseo de la lectura, pagado ya por sus méritos, y capaz sólo de hablar consigo mismo

Los transpersonales no hablan de persona o nivel personal hasta que se fragua un yo como sujeto autónomo capaz de entrar en relación con el tú a nivel de iguales, trabajando en complementariedad, buscando la simbiosis para una mejor autorrealización mutua. Aquí entraría una religiosidad más de proyecto, de identidad, de valores que me hacen ser quien soy… A estos les gustará más ese Jesús de Nazareth al que se le puede seguir como modelo de persona, y no en función de los méritos.

Pero después vendrán los niveles transpersonales, donde se da la entrega de la vida hacia los demás en condiciones de gratuidad, y donde también se acepta la propia fragilidad como parte del proceso de crecimiento continuo, para el que siempre estaremos necesitados de salir de nosotros mismos y trascendernos hacia los demás. El pecado aquí adquiere los tonos que tiene en este evangelio.

No, el publicano no es un pringado que se deja llevar por su debilidad, como quiere ver el fariseo. El publicano en cambio se sabe frágil, poca cosa, no tiene miedo de mirar cara a cara su debilidad, para desde ella saberse querido y salvado y por tanto animado a seguir caminando en su entrega a los demás.

Sólo quien se sabe incapaz de llevar a término la aventura de su ideal más elevada, podrá sentir que una mano amiga le acompaña y empuja hacia adelante. Sólo quien pida ayuda como un pobre pide pan, recibirá toda la ayuda. Sólo quien descansa su incapacidad y su pecado en la cruz que Jesús carga con él, sabrá que es por Gracia y no por mérito que a veces suena la música de Dios en nuestra acción.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».