«La pandemia nos hará mejores», dijimos emocionados al inicio del confinamiento. «Hemos aprendido la lección», aseguramos cuando llegaba a su término el estado de alarma. «Ahora sabemos lo que hay que hacer», nos contaron los políticos de todo signo y condición.
Pero pasamos de fase, salimos a la calle y la prudencia, el respeto y el sentido común dejaron de ser tendencia. Todo aquello se nos olvidó. Y pensamos que todo había acabado, que los muertos ya estaban enterrados, que el dolor, y el miedo y la incertidumbre eran cosa de ese pasado extraño que estaba aún muy reciente, pero parecía muy muy lejano.
Es verdad que teníamos urgente necesidad de abrazos; que habíamos perdido la primavera y no queríamos renunciar al verano; que somos seres sociales, y los españoles los más sociales de todos.
Los jóvenes se creyeron inmunes a una enfermedad que solo mataba a los viejos, pensaban ellos. Los mayores, que habían sobrevivido a la amenaza y llevar la mascarilla todo el rato era una lata. Muchos católicos, que los templos nos protegerían. La mayoría, que ahora era el turno de la economía, que la salud ya había librado su batalla.
No fueron todos, claro está, pero fueron tendencia.
Y llegaron los rebrotes. Volvió el miedo. Cerraron los negocios que a duras penas habían abierto. La incertidumbre se apoderó de todos nosotros y las cifras macroeconómicas nos helaron el corazón porque sabíamos –sabemos– que si se miran en detalle son en realidad un mosaico compuesto de pequeñas tragedias individuales y colectivas que dejan a los más vulnerables haciendo cola para poder comer o pagar la luz o el alquiler.
No sabemos qué pasará en otoño cuando los resfriados y la gripe común se mezclen con los síntomas del coronavirus. Ni si soportaremos un segundo confinamiento ahora que ya sabemos cómo nos fue en el primero. Pero parece que empezamos a asumir que hay lecciones que conviene aprender y no olvidar. Que solo pensando en plural podremos salvar una crisis cuyas dimensiones exceden las previsiones y nuestra capacidad de encontrar soluciones. Y que esto no es una utopía inalcanzable: nos lo han demostrado los dirigentes europeos llegando a un acuerdo histórico, a la medida de catástrofe sanitaria, económica y social tan inédita como esta.
No podemos saber si los millones de euros puestos sobre la mesa en ese acuerdo serán suficientes para sostener la economía y la vida de los ciudadanos europeos. Pero ojalá esta Europa unida y solidaria no sea flor de un día en el que nos gobernó el miedo, sino el primer paso de un largo camino de equidad y justicia social inspirado por la empatía y la solidaridad.
La pandemia puede hacernos mejores, es verdad. Podemos aprender la lección y saber lo que tenemos que hacer. Pero eso solo pasará si pensamos que cada cifra que vemos en la pantalla del televisor o escuchamos en la radio no es un frío número más, sino un hermano o hermana que puede morir, arrastrar duras secuelas físicas y emocionales o verse al borde del precipicio económico. Y ya no valdrá aquello de «Perdónales, Padre porque no saben lo que hacen». Sabemos de sobra, porque nos lo han contado una y mil veces, que solo con distanciamiento, mascarillas y limpieza de manos superaremos esta guerra que nos ha tocado vivir.
Salud y ánimo a todos.
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RPJ 544 – septiembre 2020 – Saber lo que hacemos – Mª Ángeles López
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