La palabra “gracias”, tal como suena, es puro aprendizaje y rutina. En ciertas ocasiones decimos “gracias”, sin más. Pero pienso que la gratitud, tiene algo que, por mucho que se repita de viva voz, no se aprende. El agradecimiento, cuando aparece con toda su fuerza, es pura conmoción del alma ante lo recibido, frente a lo que nos sentimos en deuda, con la vida llena por algo que nos colma y ha sido inexigible. Lo que aconteció, con su frutal impacto, despierta el agradecimiento como en otras ocasiones surge el miedo y el dolor.
La gracia, decimos sin saber bien qué decimos, es lo recibido de Dios. La gracia es don de Dios permanente, Dios que se nos regala. Lo escribimos, pensamos y repetimos, sin reparar. Hasta que algo en el espíritu se abre a esta verdad y nos desborda, casi hasta desbaratarnos por dentro. Entonces sí aparece la palabra “gracias” en nuestro auxilio y dicha, como si fuera la primera vez que la decimos en serio, nos cuesta pronunciarla.
Gracias por el perdón, gracias por acogerme como soy, gracias por llamarme y contar conmigo, gracias por los hermanos y los amigos, gracias por la vida, gracias por la libertad y su responsabilidad, gracias por mirarme, por estar siempre ahí, por ser tan poderoso como para levantarme cuando estoy caído y empujarme cuando estaba acomodado, gracias por incomodarme y mostrarme mis dones, gracias por derrumbarme y dejarme ver con amor mi pequeñez…
Gracias por amarme. Todo se resume en esto. En gracias por el amor que me das, en el que Te das. Gracias. Es aquí, en cualquiera de estas rendijas de la experiencia más concreta y finita cuando lo infinito e imposible se deja ver un instante y recorre el fácil camino que lleva al corazón y lo hiere para siempre. Desde el primer momento del primer gracias serio, todo es gracia, en todo se percibe a Dios, en todo se deja escuchar el Evangelio, en todo se vislumbra una brisa suave para pocos perceptible como es el Espíritu. Gracias.
Agradecer no es algo que se aprende, como se aprende la palabra “gracias”. Sin embargo, tiene un sabor singular, una sabiduría honda e inmensa inexplicable.