Dicen que los medios tecnológicos actuales nos están cambiando la manera de acceder a los mensajes, y también la manera de interpretarlos, valorarlos y asimilarlos. Así, por ejemplo, tanta pantalla nos acostumbra a lo visual, de manera que lo que no esté grabado quizá no haya existido y, sobre todo, no se ha compartido, y además, si no lo veo, no lo creo, y si no sale en la foto, no es.
No, no quiero descartar la imagen, al estilo del judaísmo antiguo o del islam. Me encantó escuchar de boca del delegado de pastoral juvenil de Sevilla su propuesta de evangelizar a través del maravilloso barroco andaluz, y cómo estaba teniendo éxito entre los jóvenes viernes tras viernes. Pero ¿se puede poner el Evangelio en un meme de Facebook o en un tweet de solo 280 caracteres? ¿Cabe Dios en el Instagram de nuestros jóvenes?
Creo que hay que hacer un esfuerzo por educar el oído. A Dios no se le ve, pero sí se le escucha, y por tanto se le evoca, su voz resuena en el interior de cada uno, llama, propone, advierte, declara su amor con mil nuevas palabras. ¿Habrá perdido esto su vigencia? ¿Será que ya no escuchamos y solo vemos? Jesús dijo muchas veces que el que tenga oídos que oiga… ¿Y si los vamos perdiendo poco a poco?
En esta revista nos preguntamos eso: cuál es el mensaje teológico que podemos proponer a los oídos juveniles. Creemos que deben ser mensajes básicos, claros. La Iglesia ha sido sabia en esto desde el principio, resumiendo su propuesta en un kerigma muy básico y transformador, que habla de un Amor inmenso y creador, de una respuesta nuestra que no siempre es la correcta, de un Jesús que nos busca para no equivocar caminos, y de una Iglesia que lo sigue anunciando como clave para ser humano coherente con la huella de Dios.
Y es una escucha bidireccional, que Dios es también experto en escuchas, como se lo hizo saber a Moisés, y que aprende a escuchar quien se ha sentido escuchado, y que por ahí va la Iglesia cuando nos propone que escuchemos a los jóvenes. También de eso hablamos en este número.
La mirada también, pero con otro sentido: mirad cómo se aman, mirad aquella viuda, mirad al traspasado… Una mirada de asombro ante quien pone en imágenes bien reales aquello que antes ha escuchado. También los ojos. Todo.
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