Para escribir algo que pueda aportar luz para conocer mejor a los jóvenes a los que deseo lo mejor día a día, releo los apuntes de las charlas del encuentro Reinspírate18, curso de marketing religioso, este año, segunda edición, dedicada a los jóvenes. Fueron dos días de mucha intensidad, de muchos buenos consejos desde la sabiduría de los buenos vendedores y la seguridad de que tenemos el mejor producto, el único que llena de verdad.
Debo reconocer que releer ahora los apuntes me remueve por dentro y me cuestiona nuevamente. Os cuento alguna de las cosas que anoté.
Me quedo en este primer momento con datos aportados por la sociología, de la mano de Juan M. González Anleo. El 43% de los jóvenes parece afirmar en los últimos sondeos que la política no le interesa ni le afecta y el 79% no pertenece a ninguna asociación. Ya viendo esto nos asustamos un poco de una juventud que no se integra en el entramado social, en el tejido colaborativo del día a día de una sociedad viva.
La explicación a esta indiferencia de los jóvenes ante lo que la sociedad les pueda aportar es que tampoco ellos le importan mucho a la sociedad. El informe de Cáritas de Europa nos habla de unos índices graves de exclusión con respecto a los jóvenes, cuyo acceso al mercado laboral es más difícil cada vez, y tendrán que resignarse a vivir con salarios más bajos que sus padres y madres, condiciones más precarias y derechos básicos mermados, como el de la vivienda.
Cáritas Europa ha avisado de la aparición de un nuevo fenómeno de pobreza juvenil, los sinkies (Single Income, No Kids): ingresos únicos y sin hijos. El término, acuñado por la organización, se refiere a las parejas jóvenes sin hijos que trabajan pero que, cuando se combinan sus salarios, apenas ganan el equivalente a un ingreso único decente.
¿Qué hace el joven ante este portazo en las narices dado por un sistema que no termina de entender? Pues refugiarse en la familia y en los amigos, que lo son todo, y el resto del escenario social no le interesa, lo abandona. ¿No queréis un pacto conmigo? Pues yo no me implico con esta sociedad. En la familia, por lo menos, son tenidos en cuenta, y además sus progenitores ya se encargan de que no haya malos rollos regalando libertad y mimos a calderadas. Los jóvenes, por tanto, se independizan cada vez más tarde, como no podía ser menos.
Ellos piensan de sí mismos que son rebeldes, pero ¿lo son en realidad? La gran afición por el consumo no parece permitir esa catalogación.
Ellos hablan de sí mismos como de tolerantes e inclusivos hasta más no poder. La tolerancia se convierte en valor supremo, sin percatarse de que no se puede ser tolerante con lo intolerable, y se desdibujan así los límites que la ética impone a la libertad. Y respecto a la inclusión, se integra todo sin cuestionamiento, ni siquiera verdadero diálogo.
¿Y a quién siguen estos jóvenes? ¿Quién les educa? Se habla de un 21% de adictos a internet, con lo cual podemos deducir que El Rubius y alguna otra influencer convocan más, mucho más, que la Iglesia y su propuesta de bienaventuranza, que parece gustar en estos momentos a otro 21% de la juventud.
Si a esto le sumamos una autoestima que se apoya en likes recibidos y en los lugares fotografiados y compartidos envidiando a los guapos y guapas, y unos temas de conversación que no salen de sí mismos, de sus ligues y complejos… entonces el panorama se pone un poco apocalíptico.
Definitivamente la charla de Juan M. nos dejó un poco arrugados. Se me acaban las líneas y no he pasado del primer ponente.
Pero es que tengo que parar aquí el escrito y poner algo de mi cosecha: ¿no es todo esto suficiente llamada a hacer mucho más de lo que hacemos por salir a su encuentro y acompañarles en sus búsquedas y sus miedos? ¿Podemos seguir siendo parte del sistema que nada les dice, o tendremos que inventar cómo hacernos más visibles y significativos, más atractivos e interpelantes? ¿No están claras sus grandísimas necesidades de ser queridos aceptados y valorados personalizadamente, acogidos y apoyados, acompañados y reconocidos? ¿Y no tenemos los que amamos una mejor respuesta que el youtuber?
El congreso iba de marketing, sí. Solo que aquí no hay un producto que vender. Aquí hay más bien un cliente al que hacer más feliz de lo que él mismo se imagina, y sacarlo de su «zombificación». Si no logramos comunicar con ellos, no solo será por su culpa, ¿no os parece?
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RPJ nº 534 – febrero 2019 – Márketing religioso para jóvenes – Juan Carlos de la Riva
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