REGALO SIN FECHA DE CADUCIDAD (UN) – Joseph Perich

Joseph Perich

Erase dos niños muy amigos. Se ayudaban y se lo pasaban la mar de bien jugando con sus compañeros.

A uno de ellos le encantaba tocar la armónica. Siempre la tenía en la boca deleitándose con sus melodías favoritas. A donde fuera la llevaba en su bolsillo.

El otro  amigo era muy aficionado al patinaje. Se pasaba muchas tardes patinando de un lugar a otro, dando saltos y haciendo piruetas.

Las veces que los dos coincidían con sus patines y su armónica creaban auténticos espectáculos en la calle. Mientras uno hacía sonar la armónica, el otro patinaba siguiendo el ritmo de la música. La gente se paraba admirada y los aplaudía.

Llegaron las  fiestas de Navidad. Los  dos amigos tenían la costumbre de hacerse un regalo por estas fechas. El de los patines tuvo la idea de regalar una armónica nueva a su amigo. Rompió su hucha, pero se dio cuenta enseguida que no disponía de dinero suficiente para comprarle la mejor. Sin pensarlo dos veces vendió sus patines. Con el dinero que consiguió y el de la hucha pudo comprar la mejor armónica de la tienda.

Cuando llegó el día de los Reyes se encontraron los dos amigos para intercambiar los regalos. Al abrirlos se llevaron una gran sorpresa. Los dos habían hecho lo mismo: vender lo que más les gustaba para poder comprar el mejor regalo para su amigo.

El regalo que recibió el que había vendido sus patines, fue el de unos patines nuevos. Y el regalo que recibió el que había vendido su armónica fue una armónica nueva.

Los dos estallaron en una sonrisa empapada de emotivas lágrimas. Los dos, renunciando a lo que más les gustaba, habían salido ganando.

REFLEXIÓN:

Me vienen cuatro niños de padres gambianos para pedirme, en un catalán académico, caramelos. Sólo me quedan tres y ellos son cuatro. Opto por dárselos al mayor, y éste los distribuye a los más pequeños. Él se queda sin caramelo. Entonces me acuerdo que me queda un «chupa-chups» en un cajón y se lo doy. El más pequeño levanta la voz: «¡Qué morro!» Sin pensárselo dos veces, el niño le da el «chupa-chups» y le coge el pequeño caramelo que aún no ha desenvuelto.

Esta escena, aparentemente intrascendente, me ha impactado. En el clima de desencanto que vive hoy gran parte de la humanidad, encontrarte con chispas motivadoras de esperanza como ésta rehace el estado de ánimo del más escéptico. Si ponemos los ojos en los poderosos «Herodes» de este mundo y nos arrodillamos ante ellos para salir del pozo estamos perdiendo el tiempo. Una vez más hay que reafirmarnos «ingenuamente» que el camino de salida personal, familiar y social es de agacharnos hacia los más pequeños e indefensos para extraer lecciones de vida. Es verdad que son pequeñas chispas luminosas pero que son capaces de crear un mundo fraterno. «El arroyo de Dios desborda de agua preparando los sembrados» (salmo 64).

«Cuando un niño destroza un juguete parece que le está buscando el alma» (Víctor Hugo).

Esta escena, unos días después de Reyes, se debe reproducir en muchas familias que han perdido una oportunidad educativa. Un juguete, por más costoso que sea, nunca podrá llenar el vacío de una presencia paterna-materna gratuita. Quedas alucinado cuando ves a un pequeño «exigiendo» al abuelo, no un regalo, sino dinero. «¿Pasaría esto, por ejemplo, si hubiéramos ayudado a los niños a escribir la carta a los Reyes Magos pidiendo también para el papá, la mamá, la abuela, el abuelo…?»

Ya de mayor, aquel niño «especial» nacido en Belén, sentenció: «Hace más feliz dar que recibir». El niño de «la armónica», el de los «patines» y el del «chupachups» nos lo confirman. ¿Los grandes nos lo hemos acabado de creer?