Reflexiones sobre la pandemia desde la no pandemia – @adaaabb @adacrz

“-¿Para olvidar qué? -inquirió el principito ya compadecido.

-Para olvidar que siento vergüenza -confesó el bebedor bajando la cabeza.

-¿Vergüenza de qué? -se informó el principito deseoso de ayudarle.

-¡Vergüenza de beber! -concluyó el bebedor, que se encerró nueva y definitivamente en el silencio.” (de Saint-Exupéry, 2001a, pp. 40–41)

Empiezo a escribirte con esta cita en la cabeza, porque al releer el que probablemente sea el segundo libro más importante de mi vida, fue inevitable pensarla. Al principio no entendía muy bien a qué se refería, después caí en cuenta que me describe a mí.

La cuarentena me ha ido empujando a mis límites hasta tal punto de perder la voluntad, pero hoy tengo el valor de escribirte, habiendo superado mis propios obstáculos, pensando en mí y con la ayuda de personas y libros maravillosos que he podido analizar.

En las últimas puestas del sol que he tenido la oportunidad de apreciar, me he sentido constantemente perdida; encontrando las respuestas a las mayores interrogantes, en ese laberinto tan extraño que forma a la maquinaria de mis pensamientos, esos que a veces son mis mejores amigos pero muchas veces también mis enemigos.

Te voy a contar un poco de mi día a día: al despertar, justo después de abrir los ojos, siento como la maquinaria de mis pensamientos empieza a trabajar arduamente. Me levanto, desayuno y hago cosas de persona normal (aunque creo que cualquier persona puede ser de todo, menos normal). Sin embargo, mientras todo en el disfraz de mi cuerpo parece ir de maravilla, en aquel mecanismo tan complejo y traicionero, sólo hay un objetivo: LA PERFECCIÓN.

Verás, aquella maquinaria es la que le da órdenes a mi cuerpo para que yo pueda hacerlo todo, aunque es tanta la exigencia, que muchas veces confundo a mi propio cuerpo con un disfraz. A mis pensamientos no les gusta ver el cuerpo que les ha sido regalado, a ese mecanismo todo le parece torpe y sin valor. Por supuesto que a mi cuerpo todo eso le afecta… y se pone triste. ¡Y no te imaginas la pesadilla que es tener un cuerpo triste! Los malestares se multiplican al millón, el disfraz se queda sin energía y ya no puede hacer todo lo que la maquinaría le ordena. A veces, mi cuerpecito está tan triste que se enferma… pero no te preocupes, ya estoy acostumbrada a ese malestar.

Seguramente te estarás preguntando, ¿y todo esto qué tiene que ver con un bebedor que bebe? Y como todo buen principito, muy probablemente no hayas olvidado esta pregunta.

Pues yo, al igual que aquel bebedor con el que se encontró el personaje, también siento muchísima vergüenza. Me avergüenza tener un disfraz por cuerpo, un disfraz que a veces no se siente como si fuera mío y al que quiero dejar de pertenecer; me avergüenza aquella maquinaria egoísta y su laberinto. Aunque, gracias a ella, ahora me encuentro escribiendo esto. Pero siento pena al decirte que a veces me quiero deshacer de ella, a toda costa. A veces, pienso en olvidarla, olvidándome que aquella maquinaria es autora y dueña de los pensamientos más horribles pero también de los más bellos.

Aunque no todo es angustia y melancolía en mi ser. A veces, me gusta pensar que soy más bien como un desierto, del cual apenas he explorado unos cuantos kilómetros, pero me faltan miles y miles más. Un desierto en el que las noches pueden ser muy frías y desesperanzadoras, pero donde cada puesta de sol es el espectáculo más maravilloso.

Te contaré el secreto más importante del universo: “Lo que embellece al desierto (…) es el pozo que esconde en alguna parte”: (de Saint-Exupéry, 2001a, p. 70)

Cada día, exploro en las profundidades de mi desierto, en búsqueda del pozo que esconde, quizás algún día de estos lo encuentre y ya nunca más tendré sed. ¿Has intentado imaginar cómo es un desierto?, ¿cómo es el pozo que esconderías?, ¿de qué color sería tu arena?

Muchas veces esas preguntas invaden a la maquinaria de mis pensamientos. Sólo estoy segura de una cosa, la arena de mi desierto será idéntica a la del puerto en el que nací. Probablemente nunca encuentre mi propio pozo, pero eso es lo bello de los misterios. No sabremos cuándo los encontraremos. Lo que me hace más feliz, sin duda, es ayudarle a otras personas en la búsqueda de su propio pozo. No hay regalo más maravilloso, eso te lo aseguro.

Camino con el corazón en la mano recordando la lección más importante de aquel Principito con rizos dorados: “Los ojos son ciegos. Es necesario buscar con el corazón”

Así que Adaliz, pequeña princesita confundida y triste: recuerda que lo más importante para buscar respuestas es tu corazón, no en el laberinto de tus pensamientos.

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