Hace unos meses, el equipo del Ministerio de Transformación mantuvimos un encuentro con Alfonso Dubois, quien además de alguien bien conocido y querido es un experto en el tema de la pobreza. Alfonso es profesor de Economía Aplicada de la UPV/EHU y miembro del Instituto HEGOA. Realizó su tesis doctoral sobre el concepto de pobreza en relación con el bienestar. En su larga trayectoria ha trabajado en temas de desarrollo en varios países de América Latina y ha formado parte de las directivas de las Coordinadoras de ONGD del Estado y del País Vasco, así como del Comité de Enlace ONGD-CE.
A continuación os ofrecemos algunas conclusiones de nuestro diálogo con Alfonso Dubois, a quien pedimos que nos acompañara en una reflexión sobre la pobreza en nuestra sociedad y el mundo actual.
¿Cómo definirías la pobreza?
Lo más importante, el gran problema, es cuando ponemos la etiqueta de pobres. Hay que identificar cuándo y por qué llamamos pobres. Cuando decimos que vamos a luchar contra la pobreza hay que saber de qué estamos hablando. La calificación de la pobreza puede ocultar la realidad de los problemas. El concepto de pobreza ha estado siempre en la historia, no hay una sola cultura que no haya tenido el concepto de pobreza pero era muy distinto a qué se consideraba pobre en un momento o en otro. En esa enorme diversidad siempre han funcionado ciertos estereotipos y una cierta visión. Normalmente estoy diciendo algo malo y generalmente con una connotación de criminalidad. También una tendencia al encerramiento, los encerramos, apartamos, de formas muy sofisticadas o de formas muy evidentes. Cuando empieza a extenderse la pobreza en el siglo XV o XVI, ya entonces se preguntaban qué hacer con la pobreza y les encerraban en edificios. ¿Hoy de qué manera también encerramos? Hay múltiples formas: centros de internamiento, campos de refugiados… Es la fuerza del enfrentamiento a una realidad, una vez que los consideramos pobres.
La definición de pobreza responde a los valores que cada sociedad considera importantes. La pobreza es aquello que una sociedad no puede soportar, lo que es “insoportable”, hay que evitarlo. De alguna manera la pobreza marca un referente del orden social que yo quiero establecer en mi sociedad. Dime a quién llamas pobre y tendré un referente de cuáles son tus objetivos y tus ideales de justicia y de orden social. La evolución en la definición de lo que se considera pobre es una forma de saber si vamos evolucionando en nuestro concepto de una sociedad más justa y más ambiciosa. En los últimos años hemos tendido a ser menos exigentes en la definición de pobreza. Jugamos de una forma tremenda con el umbral cuando establecemos valores como 1 dólar/día para definir pobreza o no. Hoy en día el tema de la pobreza exige un replanteamiento muy serio, tanto a nivel de nuestra sociedad local como más global.
Los colectivos de pobreza están cambiando ¿cómo evoluciona el concepto de pobre?
Otra idea es que hay una tendencia a pensar que la pobreza es siempre lo mismo, pero es uno de los temas que más variación tiene. Varían las formas de pobreza, aparecen nuevas y necesitamos nuevas palabras para las nuevas situaciones.
Ahora mismo el sector de la población más pobre son los niños y jóvenes menores de 17 años. ¿Cómo es posible hoy en día? Nos tenemos que preguntar cómo en una sociedad como la nuestra en un periodo relativamente corto de tiempo nos encontremos con esta realidad, que el porcentaje de población vulnerable por encima de la media sean menores de 17 años.
Los fenómenos de desigualdades son cambiantes y vivos. Usamos demasiado rápido la palabra pobreza y se nos oculta lo que está pasando en nuestra sociedad hoy. Ante nuevas circunstancias hablamos de nuevas formas de carencias (pobreza energética, etc.).
Hoy uno de los grandes problemas que tenemos es la falta de movilidad social. Se corre el peligro de que quien nace en un grupo pobre se queda siempre ahí. Hay que romper una visión estereotipada y facilona de la pobreza. Hay una referencia histórica de que siempre ha habido pobres, pero también hay una realidad social muy distinta de quiénes son las figuras sociales en quienes se manifiesta.
Hoy en día se considera que un 25 % de personas de la Unión Europea están en situación de pobreza. La pobreza implica que la persona se va quedando atrás de la sociedad. Alguien puede ser pobre aunque tenga comida y techo, si no puede seguir el ritmo de esa sociedad. Por ello, la pobreza hay que medirla siempre con varias dimensiones.
Claramente en el caso europeo la pobreza se intenta definir de una manera relativa. Aquellas personas cuya renta está al 50 o el 60 % de lo que es la mediana. Si no llegas a eso, algo te está llevando hacia atrás, no estás disfrutando de los avances de esa sociedad. Hoy en día se considera un bien básico indicativo de la pobreza el móvil, porque es fundamental para conseguir trabajo. Y si no tienes trabajo hoy en día no participas en la sociedad. En la ciudad los datos de pobreza son mayores. La ciudad tiene muchas más posibilidades pero quien está en pobreza se encuentra peor que en un entorno más rural.
Pobreza y desigualdad están íntimamente vinculados. ¿Qué medidas nos pueden ayudar a eliminar la desigualdad?
La desigualdad no solo es mala porque discrimina, sino que en sí misma produce sistemáticamente pobreza. Si hay un sistema universal de salud y la mayoría de la población lo utiliza, es una garantía de que ese sistema universal de salud va a funcionar bien, pero si una parte de la población empieza a pagarse su sistema privado de salud, el sistema público empezará a fallar. Así disminuirán los niveles de salud de la población. Serán más pobres porque tendrán peor servicio sanitario. Y ocurre lo mismo con la educación.
La desigualdad de los países explica cómo tienen indicadores mucho más negativos en cuestiones básicas de bienestar social. Las sociedades más desiguales tienen más presos, más problemas de obesidad, de salud mental, etc.
Pero las desigualdades no vienen solo desde la crisis, sino que ya estaban mucho antes. Vienen de un modelo que fue eliminando las imposiciones progresivas de impuestos a las rentas altas, de un modelo que ha hecho que las tasas salariales no tengan que ver con la productividad. La productividad ha ido aumentando y las tasas salariales no han ido creciendo conforme a esto. Cada vez va más renta al capital y menos al trabajo. Y todo esto viene de antes.
La política de recortes no ha sido una política de simplemente adecuación contable o fiscal, sino que ha sido la ocasión para cambiar el modelo. La crisis ha sido un momento idóneo para que se ponga en práctica lo que ya se estaba intentando antes. Todas estas medidas ya forman parte del modelo y aunque salgamos de la crisis, los mecanismos seguirán igual.
Hoy lamentablemente más que hablar de desigualdad, la realidad nos obliga a hablar de expulsiones. La expulsión se produce a muchos niveles y hay que encontrar nuevas palabras para expresar lo que está ocurriendo. Y las expulsiones no son casuales, surgen por la puesta en marcha de determinados procesos. Hay que ver hasta qué punto hemos puesto en marcha mecanismos que además parecen aceptados, pero que sus resultados son de expulsión. Son perversas las legitimaciones de ciertos procesos.
Siempre ha habido expulsiones, pero estamos viviendo un momento en que la intensidad y la rapidez de las expulsiones es mucho mayor. Tenemos sociedades vulnerables y siempre está afectado el más débil.
¿Cómo vincular pobreza y trabajo?
En relación al trabajo: la sociedad no es capaz de generar en este momento con las condiciones actuales los empleos que se necesitan para que haya una sociedad estable con el concepto general de trabajo que tenemos. Entender eso es fundamental.
Aparecen nuevas dinámicas en el trabajo asalariado: menos del 45 por ciento de los trabajadores asalariados tienen un empleo a tiempo completo y permanente, y la tendencia parece ser hacia la baja.
En todo el mundo, cerca de 6 de cada 10 trabajadores asalariados están ocupados en formas de empleo a tiempo parcial o temporal. Las mujeres constituyen una parte desproporcionadamente alta de las personas ocupadas en modalidades de empleo asalariado temporal o a tiempo parcial.
Si hay algún problema que atenaza a las personas de nuestras sociedades es el temor a la pérdida de empleo y la convicción de las enormes dificultades existentes para encontrarlo en caso de que se produzca esa eventualidad. Más aún, hay conciencia de que algo ha cambiado y que las cosas ya no van a ser como antes, lo que produce una gran incertidumbre al no saber muy bien qué camino hay que tomar. La frase de “menos mal que tengo trabajo” o “contento de que por lo menos tengo trabajo” se repite cuando se pregunta a alguien por su situación, aunque luego, al explicitar las condiciones económicas y laborales bajo las que se ha conseguido, aparezcan la precariedad y la baja remuneración como dos características. El miedo a encontrarse sin trabajo y tener que enfrentar un horizonte de angustia para hacer frente a las necesidades más perentorias sirve para anestesiar el hecho de encontrarse con un trabajo precario y que apenas permite satisfacer los mínimos dignos de una persona. Más aún, en muchos casos tener un trabajo no significa dejar de ser pobre: los pobres también trabajan o los trabajadores también son pobres. Ya en 2006 la OIT señalaba que, como resultado de los cambios sociales y económicos sin precedentes que están afectando a todos los sectores de la actividad económica y a todos los países, el futuro del trabajo suscita hoy un sentimiento generalizado de incertidumbre.
Es importante repensar qué es el trabajo, entendido no solo como empleo asalariado, sino el sentido de las personas trabajando. Una sociedad funciona porque todos trabajan, todos aportamos algo. Hay una tremenda traición al concepto de sociedad cuando falta el trabajo. En el concepto de persona es fundamental entenderlo como ser activo, como agente. Una persona es pobre cuando no puede actuar. A una persona que le limitas la posibilidad de ser ella misma, es pobre. Si realmente una persona no puede actuar en una sociedad con los otros en la creación de algo, es el fracaso de los elementos más básicos. Pero aceptamos con facilidad de pueda haber un 25 % de paro y no se les ofrece otra opción. Pobre es quien en la sociedad no tiene ninguna función. Se te coartan las posibilidades de ser ciudadano, de ser persona. Y si esto no nos preocupa, rompemos una visión colectiva básica de la sociedad.
¿Cómo influye la tecnologización de la sociedad en todo esto?
Por otro lado con los avances tecnológicos, se están haciendo aplicaciones que no necesitan de las personas. No es solo que evitas el esfuerzo físico, que eso podría ser bueno, sino que está creando una forma de producir y de decidir que cada vez necesita menos de las personas. Se está gestando una red de procesos automatizados en los que la presencia humana se convierte en prescindible. No es tanto que ahorramos, sino que ya no necesitamos de las personas.
El gran interrogante que surge de todo esto: ¿cómo repartir la riqueza en un sistema de producción cada vez más tecnificado en el que los procesos de gestión se controlan por un grupo cada vez más reducido de personas? Esta pregunta exige de manera urgente una respuesta articulada, no desde el razonamiento económico, sino desde la política.
¿Qué papel cumple la cooperación internacional y solidaridad en la lucha contra la pobreza?
En cuanto a las relaciones internacionales, la ayuda al desarrollo se ha estancado. Los flujos privados tienen mucho más peso que los flujos públicos. Lo que está claro es que el esquema anterior de “vamos a ayudar a los países pobres ya no funciona”. Hay que tener una lectura distinta con una visión más global e integrada de todos en un mundo más compartido. También es verdad que la visión tradicional de países pobres y países ricos no es del todo exacta hoy. Hay más número de pobres en los países de renta mediana que en los países de renta pobre. Tenemos nortes en el sur y sures en el norte. Junto a eso, es cierto que todavía estamos teniendo unos baremos para medir la pobreza en el mundo que no han cambiado mucho en los últimos 40 años. Seguimos sin una redefinición del concepto de pobreza.
Hay que recuperar un concepto de solidaridad local mucho más profundo para poder tener un concepto de solidaridad global nuevo y distinto. Se ha debilitado el sentido más global de solidaridad por varias razones, pero sobre todo porque hemos debilitado nuestro sentido de solidaridad hacia dentro. No es una casualidad que los países que han sido más solidarios hacia fuera han sido los países que han sido también los más solidarios hacia dentro. Es muy peligroso el argumento tradicional de preocuparte solo de los de dentro y olvidarte de los de fuera. Eso nunca puede funcionar. En Europa se está volviendo a conceptos más nacionalistas o localistas. Eso es absolutamente negativo, aunque si no partimos de una rehabilitación de nuestras realidades locales difícilmente vamos a poder construir una sociedad global, pero tenemos que profundizar en qué es vivir nuestra comunidad seriamente con un grado de solidaridad y de responsabilidad.
Y estamos viviendo con un discurso de futuro falso. Quienes están en el poder dicen que vamos a volver a lo de antes, y no es verdad. No hay que ser catastrofista ni apocalíptico, pero tenemos que entender que más allá de la crisis hay algo importante que ha cambiado en el mundo y tenemos que saber decir qué ha cambiado y actuar conforme a las nuevas referencias.
¿Entonces hay que reinventar la solidaridad para la transformación social?
Tenemos que pensar cómo cambiar nuestra forma de acercarnos al mundo. La realidad del mundo hoy es mucho más dinámica. Estamos en una sociedad absolutamente novedosa, que no es analfabeta. Hemos dado mucha importancia a los resultados e igual es más importante poner en marcha procesos, formas de funcionar y de relacionarnos. El reto del conocimiento es tan importante como el reto ético. Podemos caer en ser buenos, pero si no acertamos no vale para nada. Podríamos ser más pragmáticos pero manteniendo la misma radicalidad y exigencia.
Pero aunque haya consenso en la necesidad de proceder a una revisión, los diagnósticos que se hacen de la situación son muy diversos y, por lo tanto, las exigencias y consecuencias de esa revisión varían de forma importante. La cuestión central es definir la naturaleza del cambio social que afrontamos. Se extienden los diagnósticos que consideran imprescindible una revisión profunda, sobre lodo de las ideas necesarias para entender lo que está pasando. Algunos lo caracterizan como de crisis civilizatoria, que sitúa la génesis de la crisis en una serie de valores civilizatorios. En esta línea Zizek considera como premisa básica que el sistema capitalista global se está aproximando a un apocalíptico punto cero. Para Mason es el momento de ser utópico. Pronostica que el capitalismo no será suprimido mediante técnicas de marcha forzada sino por la creación de algo más dinámico de lo que existe, al principio, casi invisible dentro del antiguo sistema, pero que se abrirá camino al remodelar la economía alrededor de nuevos valores y comportamientos. Foster (2014) utiliza el término “crisis epocal” para referirse a la convergencia de unas contradicciones económicas y ecológicas tales que han minado las condiciones materiales de la sociedad en su totalidad, lo que plantea la cuestión de una transición histórica a un nuevo modo de producción.
En resumen, puede afirmarse que se ha abierto el debate, como no se había producido en las últimas décadas, sobre el futuro deseable y posible que se propone tanto para las sociedades locales como para la sociedad global. No se trata de una discusión meramente teórica, sino que es una exigencia para dar respuesta a los nuevos desafíos.
Entendemos que para ser consecuentes con los retos que se presentan, cualquiera que sea la radicalidad de la respuesta, tiene que abordar las siguientes cuatro dimensiones:
Dimensión normativa: hay que preguntarse por el futuro deseable y posible, y definir las prioridades en los objetivos a conseguir para las personas y la sociedad ante las nuevas realidades.
Dimensión de la naturaleza: estrechamente relacionada con la anterior, exige el replanteamiento de la relación entre los seres humanos y la naturaleza, lo que lleva no solo a reconsiderar los contenidos del bienestar, sino las formas de producción.
Dimensión cognitiva: hay que plantear qué nuevas categorías, herramientas teóricas y políticas se necesitan para construir ese futuro, que se presenta complejo e incierto.
Dimensión global/local: por una parte, la dimensión planetaria de los desafíos exigen un tratamiento global y, por otra parte, hay que pensar en una nueva articulación de los diferentes niveles de acción política dando un mayor protagonismo al local.
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