“Recuerda los prodigios” (1 Cr 16,12)
Javier Alonso Sch.P
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El libro del Éxodo está lleno de manifestaciones extraordinarias en las cuales Dios manifiesta su poder y su voluntad salvífica en beneficio de su pueblo. Envía diez plagas para ablandar el corazón del faraón, divide en dos partes el mar Rojo para que Israel pueda librarse del que los perseguía, guía a su pueblo por el desierto en una columna de nube y de fuego. Se manifestó poderoso cuando brotó agua de la roca o cuando aparecía diariamente el maná y las codornices. Y, en el monte Sinaí, entregó el decálogo.
Estas manifestaciones son señales de la presencia de Dios que acompaña a su pueblo. Causan asombro, inspiran, mueven al agradecimiento, animan a caminar y llaman al cambio. Con estas señales, Dios muestra cómo ama a su pueblo elegido. Son acontecimientos que educan: “Vosotros (y no sus hijos, que no habéis conocido ni experimentado la lección del Señor) sois los que conocéis hoy su grandeza, el poder de su mano y la fuerza de su brazo; los signos y las obras que realizó en Egipto contra el faraón, rey de Egipto, y contra todo su país” (Dt 11,2-3).
En los momentos en que el pueblo de Israel pierde la perspectiva del camino, es importante hacer memoria de los prodigios que Dios ha hecho: “Recordad las maravillas que él ha hecho, sus prodigios y los juicios de su boca” (1 Cr 16,12). Así como las señales de tráfico orientan en un viaje por carretera, los signos de la presencia de Dios confirman el sentido del camino del pueblo de Israel a través del desierto. Sin estos prodigios, los israelitas no hubieran durado mucho tiempo caminando y, por supuesto, no habrían llegado al final. La visión de la zarza ardiente que no se consume centra la atención de Moisés. Cuando se acerca a contemplar el fenómeno, escucha la voz de Dios que le encarga bajar a Egipto y liberar al pueblo de la esclavitud.
La educación también necesita de señales luminosas que orienten y den valor a todo el proceso. Tienen una fuerza especial y misteriosa que les da fuerza. A través de ellas, se manifiesta de algún modo la bondad, la verdad y la belleza que proceden de Dios. Por tanto, tienen un gran valor educativo cuando están asociadas a estas tres categorías. Si se viven desde la fe, son una puerta abierta al encuentro con Dios.
Los educadores deben ayudar a sus alumnos a descubrir el significado educativo y salvífico de muchas señales que irrumpen de modo espontáneo y misterioso en sus vidas. Son expresiones de que Dios los ama y quiere su felicidad plena. Cuando las señales aparecen sin haberlas planificado, tienen aún más fuerza educativa.
Es una señal de bondad cualquier experiencia que ponga a los alumnos en relación con un amor auténtico: el amor de los padres, la entrega de los maestros, el testimonio de un misionero, el ejemplo de grandes personas y la cercanía de los amigos. Cuando se busca sinceramente la verdad de la naturaleza, de la sociedad y del hombre, se produce un crecimiento personal significativo. Finalmente, se produce desarrollo humano cuando experimentan la belleza contenida en la creación y en el arte que el hombre produce.
La fuerza de los símbolos
Hay que recuperar para la práctica educativa la fuerza de los símbolos que expresan la bondad, la verdad y la belleza. Son muy necesarios para entender y expresar el dinamismo de la vida humana y su relación con Dios. Leonardo Boff, teólogo, filósofo, profesor y escritor brasileño, en su libro Los sacramentos de la vida, afirma: “El hombre es el ser capaz de leer el mensaje del mundo. Nunca es analfabeto. Es siempre el que, en la multiplicidad de lenguajes, puede leer e interpretar. Vivir es leer e interpretar. En lo efímero puede leer lo permanente; en lo temporal, lo eterno; en el mundo, a Dios. Y, entonces, lo efímero se transfigura en señal de la presencia de lo permanente; lo temporal, en símbolo de la realidad de lo eterno; el mundo en el gran sacramento de Dios”.
Educar es ayudar a los alumnos a leer e interpretar las señales que aparecen en el camino de la vida, así como a entender todo el universo simbólico con el que se expresa la cultura en la que está inmerso.
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