RECREAR LA DIVERSIDAD
Silvia Martínez Cano
http://www.silviamartinezcano.es
Todas las personas somos diferentes por muchos factores: edad, sexo, características fisiológicas, orientación sexual, personalidad, aficiones, nivel de vida, creencias…
Nuestra genética es distinta, nuestras condiciones ambientales (familia, barrio, país, geografía) son variadas y las experiencias que vivimos en ellas también lo son. Las diferencias genéticas que se aprecian entre los individuos son solo una fracción muy pequeña de la complejidad total e integral de la persona. Aunque hay una genética común a todas las razas, naciones y culturas (e incluso esto con matices, pues unos tenemos genes de Neanderthales y otros no) la gran influencia del lugar que se habita hace a las personas adaptarse a la geografía, el clima o los fenómenos naturales cambiando también sus hábitos y pensamientos. De esta manera las culturas tienen gran parte de su sustrato social enraizado en el lugar donde nacieron. El medio social es determinante en la adaptación y crecimiento de las personas, en cómo se organizan las familias o el grupo humano en el que se nace, o cómo ese grupo humano se relaciona con otros a través de la economía o la política. La forma de creer, la espiritualidad y la religión también son fundamentales en la manera de comprendernos y comprenderse a uno mismo.
La adaptación al medio social y la relación con los otros se puede vivir de muchas formas, tantas como personas, pues también somos diferentes en cómo percibimos y observamos el mundo y cómo, en consecuencia, nos expresamos hacia él. Es lo que llamamos comúnmente personalidad. Un mismo acontecimiento puede ser vivido por dos personas de manera totalmente opuesta. Nuestras sensibilidades y nuestra forma de acoger lo vivido es diferente. No hay pautas comunes en esta interacción, pues nuestros mecanismos y estrategias internas de asimilación y comunicación son diferentes. Ni siquiera por el hecho de tener el mismo sexo, dos varones o dos mujeres piensan igual. Ni siquiera por el hecho de haber nacido en el mismo lugar dos personas piensan y sienten igual, ni siquiera dos gemelos monocigóticos que comparten los mismos genes tendrán las mismas experiencias, pues la combinación de todos los factores que acompañan su biología cambiará su modo de comprender la realidad. Todos somos singulares. Esta variabilidad de factores nos hace ser seres distintos, singulares y únicos, difícilmente repetibles en nuestra experiencia y conocimiento de nosotros mismos y del mundo. Este es el fenómeno de la diversidad.
Podemos entender como diversidad a la combinación de todos estos factores y a la condición de diferencia que nos distancia del otro. Nos distancia porque la diferencia nos confirma que en muchos momentos no nos sentimos identificados con la otra persona que tenemos enfrente. A veces no comprendemos al otro, su pensamiento, su forma de sentir y actuar y nos cuesta ponernos en su lugar para comprender porqué es como es. El otro es alguien ajeno, un extraño.
Por otro lado, la diversidad existente entre los seres humanos es una fuente de enriquecimiento personal y social. La diferencia nos atrae, pues es una novedad, nos llena de curiosidad sobre lo que no es propio nuestro y nos invita a salir de nosotros mismo. Nuestra necesidad compartida (esto sí es propio de todo ser humano) de comunicarnos nos dirige necesariamente hacia el otro, hacia el que puede relacionarse conmigo y puede interactuar, hablar, sentir, amar, crear y, frecuentemente, destruir.
Los cristianos consideramos la diversidad como un don de Dios. Si nos fijamos en Jesús, podemos descubrir que a lo largo de su vida se encontró con los diferentes como opción preferencial de su proyecto: las mujeres, los extranjeros, los pecadores, los fariseos, los paganos, los griegos, los analfabetos y los que conocían la ley. No hacía distinción de sexo, edad, geografía, raza o clase social. Lo que les ofrecía era un salto hacia lo que hoy llamamos diversidad, la acogida del diferente como clave de la riqueza de sus vidas. Cuando los cristianos aceptamos la diversidad estamos aceptando la base antropológica de nuestra comunidad. Esto conlleva el esfuerzo de establecer relaciones cooperativas y solidarias que nos acerquen. Las relaciones tendrán como consecuencia, divergencias, desencuentros y conflictos, pero también descubrimientos, alianzas y cuidados. Al acercarnos no se trata de que nos convenzamos unos a otros para ser iguales, sino que aceptemos que amamos la diferencia del otro, porque esta hace crecer nuestra singularidad por contraste. No tiene mérito amar a quien ya se ama, decía Jesús, sino descubrir la riqueza del amor en el diferente que me hace a mí más grande.
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Ahora te propongo un ejercicio visual a través de la contemplación de la imagen:
- A través de la observación de la imagen, localiza en ti tus singularidades, aquellas rarezas que te hacen diferente y especial. Estás en un pulmón de la vida de Dios. Valóralas desde dos caras de una misma moneda: toda peculiaridad aleja de los otros y acerca a la vez. Reflexiona sobre esto.
- Piensa después en algunas personas que consideras muy diferentes a ti, que a veces no comprendes, te ponen nervioso o te dejan perplejo. Están en el otro pulmón de la vida de Dios. Realiza el mismo ejercicio reflexivo.
- Piensa cómo llevas a estas personas diferentes en tu interior, quiénes son tus pulmones y de qué manera, cuáles son tu disponibilidad o tus recelos al comunicarte con ellas y las posibilidades de enriquecerse junto a ellas. ¿Qué pasaría si no estuvieran?, ¿puedes prescindir de su diferencia?, ¿qué te aportan con su presencia?
Da gracias a Dios por ellas y su diferencia.
TEXTO DESTACADO
La diversidad existente entre los seres humanos es una fuente de enriquecimiento personal y social
Los cristianos consideramos la diversidad como un don de Dios
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