RECREAR LA COMUNIDAD
Silvia Martínez Cano
http://www.silviamartinezcano.es / @silviamcano
Aunque estemos en un momento de crisis (por la pandemia u otros acontecimientos eco–sociales), podemos decir que estamos viviendo un tiempo de oportunidad —kairós— que está por definir, pues las crisis lo que generan es movimiento y creatividad para dar espacios a nuevas formas de ver y enfrentar la realidad. En general, pero en concreto en la Iglesia católica, la crisis ha propiciado debates internos sobre la visión de la Iglesia en este mundo y la presencia de los cristianos en ella. Lo que intuimos es que, si no cuidamos nuestra forma de ser comunidad, dando ejemplo desde el interior de nuestros espacios, es muy difícil que podamos establecer un diálogo creativo con el mundo. Para ello, debemos contar con todos los miembros de la Iglesia desde una participación igualitaria, poniendo en común los dones que Dios nos da. A este nuevo proceso de «encuentro doméstico» entre los miembros de la Iglesia se le llama sinodalidad. La sinodalidad se desarrolla a través de poner los medios para potenciar la presencia activa de cristianas y cristianos laicos en la organización y liderazgos de sus comunidades. Esta acción está presente en el documento Christifideles Laici (1988), que expresa el deseo de abordar las problemáticas de las mujeres y los hombres en la organización eclesial:
«Entre estos problemas se deben recordar los relativos a los ministerios y servicios eclesiales confiados o por confiar a los fieles laicos, la difusión y el desarrollo de nuevos “movimientos” junto a otras formas de agregación de los laicos, el puesto y el papel de la mujer tanto en la Iglesia como en la sociedad» (CL 2).
¿Por qué es importante esta cuestión de la sinodalidad? Porque nos descubre la pluralidad religiosa católica y nos insta a hacer realidad la familia de los hijos e hijas de Dios. Sin embargo, nos cuesta esta sinodalidad porque no estamos acostumbrados a aceptar que existen en diferentes geografías del mapa católico. Para recuperar esta mirada te propongo una imagen que recrea la imagen paulina del cuerpo de Cristo. Es una imagen clásica, que permite entendernos como un cuerpo orgánico, siempre en crecimiento, siempre en movimiento, siempre en diálogo. La organicidad de la sinodalidad no se yuxtapone, sino que se desarrolla en conjunto, en mutua interdependencia, según las relaciones de amor propias del Reino de Dios.
En la imagen vemos una serie de siluetas en movimiento. Quizá puedas ir identificando cada una de ellas con personas que forman tu comunidad. Te puedes preguntar qué papel tienen en esa comunidad, que aportan y que reciben de otros. Cada persona tiene sus propios dones. ¿Podrías identificar esos dones? ¿Crees que están equilibrados en la comunidad? Quizá no todos tienen el suficiente espacio donde expresarse y aportan tanto como quisieran. Analiza estos desequilibrios y localiza aquellas cuestiones que quedan veladas en el «cuerpo» de tu comunidad y aquellas que tienen demasiado espacio y quizá deberían dejar espacio a otras.
Ahora nos detenemos en el movimiento. Las figuras, ¿hacia dónde se mueven? Y tu comunidad, ¿hacia dónde se mueve? ¿Cuáles son sus prioridades y objetivos? La familia cristiana se articula desde un espíritu y una cultura del encuentro en torno a la mesa de Jesús. Por eso las actitudes de escucha, diálogo y cooperación son fundamentales para que la comunidad cristiana esté viva y crezca. Localiza cuáles son los diálogos que articulan tu comunidad y aquellos que no existen y tendrían que hacerse más presentes. ¿Qué relaciones deben crecer para recrear espacios y procesos de participación corresponsable? ¿Qué dinámicas internas deben decrecer para que exista una corresponsabilidad que equilibre el cuerpo de la comunidad?
Observa de nuevo la imagen, no en todas sus partes el cuerpo está completamente definido y el protagonismo es compartido entre figuras. La Iglesia busca hoy ser «más relacional», potenciar la vida de cada uno. La relacionalidad favorece una consciencia mayor de la diferencia del otro y eso nos obliga a todos, con cierto gusto, a formarnos para conocernos mejor y ejercitar juntos, con un mismo lenguaje, el trabajo en equipo y el liderazgo compartido (Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, Documento final n.º 124).
Por último, la figura de Cristo no está del todo delimitada. La sinodalidad nos invita a mantener relaciones abiertas entre la comunidad cristiana y las sociedades. Esas relaciones se deben mostrar en un primer momento en la propia comunidad cristiana. Las relaciones internas deben ser abiertas, plurales, propositivas, donde sea posible la participación de todos sus miembros, de tal manera que la lógica de la corresponsabilidad despliegue sinergias misioneras hacia el entorno social (Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Documento final n.º 129–132). Solo en la dinámica de la sinodalidad es posible que el kairós que hoy nos brinda Dios dé frutos.
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