RECREAR EL COMPROMISO
Silvia Martínez Cano
http://www.silviamartinezcano.es / @silviamcano
Nosotros éramos distintos… esta es un comentario que se escucha con mucha frecuencia a gente de otras generaciones nacidas antes del año 2000. Se refieren mayoritariamente a cuestiones de motivaciones y participación en cuestiones de compromiso con la realidad, ya sean situaciones sociales difíciles o incluso la forma de hacer voluntariado de los jóvenes millennials. Quizá lo que está pasando es que el mundo actual, a pesar de nuestra capacidad de apertura y la atención a la dinamicidad del mismo, va demasiado rápido para todos. Esto no es algo exclusivo del voluntariado. Se advierte en otros muchos aspectos de la sociedad: la ciencia, la ética, las religiones… Sin embargo, en el caso del compromiso solidario el problema es bastante más llamativo por la inadecuación de la mayoría de los procesos de transformación social y por la aceleración del ritmo de los procesos de transformación de la sociedad. Los compromisos que los jóvenes asumen no son menores, pero sí más cortos y más flexibles. Su permanencia en una misma situación es más breve, pero eso no quiere decir que sea menos intensa. La capacidad de transformación personal del compromiso solidario no ha perdido fuerza, pero debemos adecuarlo a la comprensión de hoy.
Es importante hacer un trabajo de diferenciación entre las motivaciones que tiene el compromiso solidario hoy. Las motivaciones que hacen de un joven comprometerse con ciertas acciones, colectivos o lugares suele tener que ver con la realización personal y con el compromiso con el cambio del mundo. Ambas son importantes y se complementan frecuentemente. No existe crecimiento personal si no se desarrolla un esfuerzo por salir de uno mismo y encontrarse con la realidad del otro. De igual manera, no se da una verdadera solidaridad si la persona que la ejerce no se implica personalmente y deja que resuene en su interior la experiencia de compromiso por la vida del otro.
Vamos a analizar esta doble dirección con ayuda de la imagen. En ella podemos encontrar tres personas que se sostienen mutuamente.
Me pregunto: ¿Qué aspectos de la ciudadanía me interpelan y me resuenan interiormente? Analiza algunos de ellos: la justicia, la igualdad, el desarrollo sostenible…
- ¿Me importa que el mundo sea justo? ¿Es posible generar entornos locales justos que impacten en la vida cotidiana de las personas (amigos, familia, barrio, etc.)? ¿De qué manera me implico en ello?
- ¿Soy crítico con los valores de la desigualdad aprendidos? ¿Cómo cuido la igualdad de género en mis entornos cercanos? ¿Me pongo objetivos de coeducación en la vida cotidiana, al hablar con los amigos en términos no machistas, al evitar determinados micromachismos, al estar atento a determinados comportamientos aprendidos?
- ¿De qué manera soy sensible a la sostenibilidad? ¿Busco modificar mis hábitos para asumir un pensamiento ecológico? ¿Soy capaz de dialogar sobre cuestiones ecosociales? ¿Me formo para ello?
Me pregunto: ¿De qué manera me comprometo con los cambios sociales para participar en una solidaridad mayor? Analizamos algunos aspectos: conciencia, tiempo, acciones, etc.
- ¿Me preocupo por la situación sociopolítica? ¿Reviso mis principios de coherencia y los pongo en práctica? ¿Pongo en relación mi vida cotidiana con los principios de justicia, igualdad y sostenibilidad?
- ¿Distribuyo mi tiempo teniendo en cuenta la práctica de la solidaridad? ¿En qué compromisos solidarios me involucro? ¿Están vinculados a mis motivaciones solidarias o a mis propios intereses?
- ¿Qué acciones puntuales están presentes en mi vida que puedan considerarse solidarias? ¿Asumo espacios de utopía en mi vida cotidiana? ¿Dedico tiempo a incorporar pequeñas acciones enfocadas a mejorar la vida de los demás?
Sea como sea el compromiso solidario que me planteo y ejercito en mi vida, lo importante es que esté dentro de proceso personal de encuentro con el otro. Tener un horizonte utópico me hace movilizarme, estar siempre en proceso de conversión, con la mirada puesta en ese horizonte utópico que es la convivencia justa y pacífica de las sociedades. Pablo VI dijo en la encíclica Populorum Progressio (1967):
«La hora de la acción ha sonado ya; la supervivencia de tantos niños inocentes, el acceso a una condición humana de tantas familias desgraciadas, la paz en el mundo, el porvenir de la civilización, están en juego. Todos los hombres y todos los pueblos deben asumir sus responsabilidades» (n.º 80).
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Este reto social sigue existiendo hoy, cincuenta años después. Nos implica a todos, con nuestras propias formas de comprometernos, aprendiendo de la sabiduría de las generaciones del siglo XX y aportando las peculiaridades de las nuevas generaciones como propone Francisco:
«Si caminamos juntos, jóvenes y ancianos, podremos estar bien arraigados en el presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado, para aprender de la historia y para sanar las heridas que a veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas. De ese modo, unidos, podremos aprender unos de otros, calentar los corazones, inspirar nuestras mentes con la luz del Evangelio y dar nueva fuerza a nuestras manos» (Christus Vivit n.º 199).
El compromiso social hace viable todos estos sueños y deseos conjuntos a través de crecer como jóvenes y adultos preocupados por los otros, vinculados entre sí, que se encaminan comprometiéndose hacia un imaginario colectivo, justo y solidario.
TEXTO DESTACADO
No existe crecimiento personal si no se desarrolla un esfuerzo por salir de uno mismo y encontrarse con la realidad del otro
No se da una verdadera solidaridad si la persona que la ejerce no se implica personalmente
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