Pedro Aguado
Padre General de la Orden de las Escuelas Pías
pedroaguado@escolapiosemaus.org
Cuando el Papa Francisco lanzó su convocatoria sobre el Pacto Educativo Global utilizó el verbo reconstruir. El mensaje es fuerte. Reconstruimos algo porque está quebrado, porque está roto, porque está frágil. Y lo hacemos porque es imprescindible, porque es necesario. Destaco esta palabra (reconstruir) porque no voy a dedicar este breve artículo a describir la propuesta o a desarrollar sus áreas fundamentales. Todo eso es ya conocido, y basta con acudir a la amplia documentación que ya está publicada para encontrar toda la información que se desee.
Me gustaría simplemente lanzar cuatro propuestas que puedan ayudar a los lectores de RPJ a situarse en dinámica de «reconstrucción del pacto», de compromiso con la propuesta de Francisco.
Creer en los jóvenes. La convicción más clara que tengo sobre la educación es que es el único dinamismo capaz de cambiar el mundo. Solo la educación puede provocar una transformación progresiva, duradera y capaz de infinito, de estar siempre en proceso, de no creer que ya hemos llegado a la meta. Recibí esta convicción del fundador de la educación popular cristiana, san José de Calasanz. Y no tengo dudas de esto. Pero para que sea real, hay una segunda convicción que hay que cuidar y por la que hay que apostar: creer en los jóvenes, creer en que son capaces de protagonizar ese cambio. La auténtica educación consiste en preparar a los jóvenes para construir un mundo que todavía no existe. Sin confianza en ellos y ellas no es posible embarcarse en esa tarea.
Colaborar. La propuesta de reconstrucción del Pacto Educativo pasa necesariamente por la apuesta por la colaboración, por la red, por el trabajo conjunto con personas, grupos, instituciones, comunidades, confesiones religiosas, asociaciones… con cuantos crean en el mismo proyecto, aunque lleguen a él desde puntos de partida diferentes. Por eso hablamos de reconstruir. No pensamos en un «pacto entre amigos», sino en un «pacto entre hermanos», en la línea propuesta por Francisco en Fratelli Tutti. Solo así sea posible y real.
Llamar a ser educadores. No solo son (somos) educadores los maestros y maestras, los que están en el aula con los niños. Todos lo somos, porque todos somos capaces de transmitir valores, de acompañar, de escuchar, de hacer el camino con los jóvenes. Pero para eso necesitamos asumir dos convicciones importantes, y os quiero invitar a hacerlo. En primer lugar, hemos de crecer en la conciencia de que todo lo que hacemos y vivimos influye en quienes vienen detrás de nosotros, y les ayuda o les desanima. Asumir que somos responsables del mundo que tenemos es una exigencia imprescindible. Solo así podemos ser educadores. Y, en segundo lugar, hemos de trabajar para que crezca el número y la calidad de las personas que desean dedicar su vida a la educación, una de las tareas más sublimes a las que nos podemos entregar, y quizá menos valoradas. Necesitamos auténticos educadores. Debemos proponernos trabajar por ello.
El Evangelio como motor de cambio. Escribo desde la fe en Jesús de Nazaret, y desde la Orden de las Escuelas Pías, mi familia. Y sé que la mayor parte de las personas que lean este breve escrito comparten esa misma fe, esa misma pasión por la propuesta del Evangelio. La fe en Jesús, si es auténtica, provoca el compromiso por un mundo diferente. No hemos recibido un espíritu de conformismo, sino un anhelo imparable de Reino. Lo que Jesús proclamó es el Reino de Dios, y nos dijo que ya está entre nosotros. La reconstrucción del Pacto Educativo Global es un instrumento del Reino. Lo necesitamos. Trabajar por ello es una formidable manera de ser consecuentes con nuestra diaria oración: «venga a nosotros tu Reino».
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