Radicalidad y utopía en el ser cristiano – Ana Gamarra Rondinel

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Cuando nos definimos cristianos nos reconocemos seguidores de Jesús (de su persona, de su mensaje, de su proyecto). Hacerse discípulo de Jesús supone una manera radical de estructurar nuestra vida según los principios que enarboló, no solo significa asumir su sentido de vida sino también proclamar el Reino de Dios hoy, en nuestro presente. En ese sentido, como discípulos de Jesús, asumimos una militancia (un estilo de vida) y un compromiso (una acción) a favor de los más débiles. Esto es vivir a la luz del Evangelio o la vida cristiana, lo que resulta totalmente incompatible con la inercia. Todo lo contrario, el cristiano se encuentra en constante búsqueda por comprender su fe, pero no de manera aislada o individual sino en medio del mundo, interpelado por los acontecimientos actuales que lo rodean (sean políticos, sociales o económicos). Por ello, en palaras de Luis Crespo, «el quehacer teológico no es ahistórico», aunque existe actualmente el grave problema del divorcio entre fe y vida.

El cristiano, entendido así, está llamado a ser agente de cambio, a no ser un mero observador neutro sino a estar presente en la historia con un compromiso radical y utópico orientado a anunciar el Reino de Dios que no es más que la construcción de una sociedad sin desigualdades sociales donde los hombres y las mujeres sean libres y protagonistas de su propia historia.

Es necesario enfatizar en el concepto de radicalidad y utopía en el ser cristiano porque muchas veces se nos ha catalogado erróneamente como utópicos. El teólogo Gustavo Gutiérrez hace referencia a dos cosas relacionadas con la utopía. En primer lugar, la utopía supone la denuncia al orden existente debido a las deficiencias de este que dan lugar a su rechazo. De ahí que la utopía es revolucionaria. En segundo lugar, la utopía supone el anuncio de una nueva sociedad que todavía no es, pero que será. De ahí que la utopía es un proyecto hacia el futuro. Y en ese sentido, la utopía encarna un factor dinámico y movilizador. En consecuencia, la utopía necesariamente conduce a un compromiso (una praxis transformadora) a favor de una nueva sociedad, lo que a su vez conduce a una acción política que supone y exige un conocimiento auténtico de la realidad. Entonces, la utopía lejos de hacer del luchador político y del cristiano un soñador, radicaliza su compromiso y lo ayuda a ser más coherente.

Dicho esto, el compromiso del cristiano es radical y utópico, pero esa utopía no implica un rechazo al orden actual, sino que también supone una propuesta. Para ello, podemos empezar preguntándonos: ¿cómo ponemos nuestra carrera, nuestros estudios, al servicio de los demás?, ¿participo en algún espacio colectivo (sindicatos, partidos políticos, ONG, asociaciones, etc.)?, ¿cómo creo que estoy transformando mi realidad?, ¿estoy atento a lo que ocurre a mi alrededor (a nivel político, económico, social)?, ¿tengo una opinión crítica sobre los hechos que ocurren en mi país (ciudad, barrio, universidad, etc.)? Finalmente, recordemos que el discipulado es un continuo proceso de búsqueda, de conversión, de confrontación (hasta con uno mismo). Este camino no es fácil y nos obliga a ser asertivos al no tener respuestas predeterminadas. En ese sentido, resulta crucial el rol de los grupos de vida que acompañan los procesos de búsqueda del discípulo y lo interpelan a la luz de la fe.

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