Joseph Perich
La catequista propuso a los niños de su grupo que inventaran una plegaria. Uno de ellos escribió:
“Señor, tú que eres bueno y proteges a todos los niños y niñas de la tierra, quiero pedirte un favor: ¡Quiero ser un televisor! Así mis padres estarán pendientes de mí como lo están con él… Para que me miren con el mismo interés que mamá mira diariamente la telenovela, que papá sigue las informaciones deportivas o las noticias… Querría saber expresarme como lo hace, mientras cenamos, el presentador del noticiario: cuando él habla, toda la familia se calla y escucha con atención y sin interrumpirlo. Ya querría yo sentir aquella preocupación que pone nerviosos a mis padres, cuando alguna vez la televisión se estropea, y que les hace llamar inmediatamente al técnico. Yo querría ser un “televisor” para ser el mejor amigo de mi padre y de mi madre, y su ídolo preferido. ¡Señor, por favor, transfórmame en un televisor, aunque sea tan solo por una semana!”
Esta plegaria nos recuerda el salmo 22, el Buen Pastor, que podríamos adaptar en los términos que siguen:
El Señor es mi “televisor” (internet…), nada me falta. El me hace recostar en un confortable sofá, él me conduce hacia una vida inútil, pero tranquila. Él divierte mi alma y me hago adicto del morboso mundo de las injusticias. Cuando paso por cañadas oscuras nada temo ya que me pone una venda en los ojos. Preparas una mesa ante mí, y en las comidas te damos la palabra. Todos los días de mi vida me acompañan tu superficialidad y tu vulgaridad. Tú estás cerca de mí incluso junto a mi cama cuando me acuesto. Y habitaré por años sin término a la puerta de la casa del Señor ya que tú me cierras la puerta de la vida cada noche.
REFLEXIÓN:
El inicio de curso da pie a resituar los hábitos y los objetos del hogar (entre ellos el televisor) para crear ese clima en el que sobretodo los pequeños, los ancianos y enfermos sientan el calor humano de la familia. No es lo mismo que los padres vean un programa televisivo con los niños, dialogando con ellos, que discutir quien tiene derecho a manejar el “mando” a su antojo o que cada uno se encierre en su habitación para “engancharse” a internet, “chatear”, tele…
Monseñor Miguel Ángel, en su homilía de despedida de Blanes, relataba irónicamente la escena de una madre atareada en la cocina mientras su marido, sentado en el sofá, contempla extasiado el televisor. Tan solo entrará en la cocina para sacar de la nevera una cerveza y bebérsela de nuevo en solitario en el comedor. Nadie podrá negar que, de darse esta escena, estamos transmitiendo a nuestros hijos un mensaje no-verbal impactante. Don Miguel Ángel daba un paso más, esta escena le recordaba aquella madre atareada en la educación de su hijo: reuniones de padres, diálogo con los maestros, ir a la catequesis familiar… mientras su marido se desentiende. Éste tan solo pondrá los pies en la escuela o en la parroquia el día de la “chocolatada” o el día de la Primera Comunión. El mensaje que estaría dando este padre a su hijo también es evidente. Todas las flores del mañana son las semillas sembradas hoy. Menos mal que Pablo Coello nos recuerda que: “lo que ahoga a alguien no es caerse al río, sino mantenerse sumergido en él”.
No es extraño que ya en tiempos de Jesús sus discípulos discutieran para ver quien se haría con el “mando” (lógicamente no del televisor) sino del grupo. Tuvo que intervenir el Maestro, que tomó en brazos a un niño, lo puso en medio de ellos y lo abrazó… “de los que son como ellos es el reino de Dios” (Mc 10,14).
¡Cuánto podemos aprender de los pequeños y cómo están provocando que saquemos a relucir nuestra dignidad de padres educadores! En el fondo nuestros pequeños pueden convertirse en nuestros “maestros”.