QUIERO SER COMO TÚ – Joseph Perich

Joseph Perich

Mi hijo nació hace pocos días… ¡Pero yo tenía que trabajar!

Mi hijo comenzó a andar y a hablar cuando yo no estaba… ¡qué rápido crecía mi hijo! Y me decía:

– ¡Papá, algún día seré como tú!

-¿Cuándo regresas a casa, papá?

-¿Cuándo jugarás conmigo, papá?

– No lo sé, hijo, pero cuando regrese jugaremos juntos; ya lo verás.

Mi hijo cumplió diez años hace pocos días y me dijo:

– ¡Gracias por la pelota, papá! ¿Quieres jugar conmigo?

– Hoy no, hijo. Tengo mucho que hacer.

Se fue sonriendo, siempre en sus labios las palabras “Quiero ser como tú”.

Mi hijo regresó de la universidad el otro día. Todo un hombre.

– Hijo, estoy orgulloso de ti, siéntate y hablemos un poco.

– Hoy no, papá. Estoy muy ocupado. Por favor, préstame el coche para visitar a unos amigos.

Ya me jubilé. Mi hijo vive en otro lugar. Hoy le he llamado:

– ¡Hola, hijo, quiero verte!

– Me encantaría, papá, pero no tengo tiempo. Tú lo sabes: el trabajo, los niños… pero gracias por llamar. ¡Fue increíble oír tu voz!

Al colgar el teléfono, me di cuenta de que mi hijo era como yo.

REFLEXIÓN:

Este verano, tomando el fresco en la calle, caí en la cuenta de que a las once de la noche, corrían los niños por la calle como si fueran las once de la mañana. Entonces el pensamiento me voló hacia Santi, un niño de doce años que vive solo en un apartamento de Blanes. Su madre, que está separada, y una hija de dieciocho años viven a ochenta kilómetros  desde hace tres meses por cuestiones laborales, trabajan sirviendo en un restaurante de temporada. Ahora su contrato se alarga tres meses más. La madre suele ir a ver a Santi cada quince días, para llenarle la nevera, el congelador, la despensa… y su falta de afecto. El teléfono es su medio habitual de comunicación. Santi se cocina, va a comprar y al gimnasio; pronto volverá a la escuela…

Dios me libre de hacer un juicio negativo de esta madre y menos de darle consejos. Tampoco me atrevo a decir que el futuro de Santi será peor que el de los niños de  «familias de bien» de Blanes. Hoy, como todos estaremos de acuerdo y por razones puramente de subsistencia, se viven circunstancias insólitas en las familias que reclaman más gestos solidarios que consideraciones morales o éticas.

Más aún, afortunadamente la experiencia nos dice que no siempre es cierto, ni mucho menos, el popular refrán: «De tal palo, tal astilla». Quisiera creer que es más fiable el proverbio chino: «Cuando sopla el viento del cambio, unos edifican muros y otros construyen molinos».

El lenguaje de la psicología y de la espiritualidad actual utiliza mucho la palabra «resiliencia». En la física esta palabra identifica la calidad de algunos materiales para resistir y recuperarse ante la embestida de una fuerza externa. Aplicándolo al tema que nos ocupa, se trata de convertir los obstáculos en rocas donde apoyarse y seguir creciendo, y no en simples piedras de tropiezo. La «resiliencia» personal consiste en tener la capacidad de afrontar la crisis, reconstruirme y no perder la capacidad de amar, de luchar, de resistir; más bien de potenciar las estrategias interiores para luchar ( cf. José Carlos Bermejo a  LH  núm. 305, pag. 68-77)

Ante la insólita propuesta de «nacer de nuevo» que Jesús propone al fariseo Nicodemo, éste le pregunta: «¿Cómo puede nacer un hombre que ya es viejo?» (Jo.3 0,1-5). Los que sí lo debieron entender, fueron aquellos doce «recogidos» seguidores suyos que, después del «palo» que significó la «cruz» de su maestro, no se rindieron sino que fueron expandiendo su manera de vivir con una fuerza inusitada por todo el arco mediterráneo. ¡Bienaventurada «resiliencia»!

Aquel hijo, que en el cuento se convirtió en la desgraciada copia del padre, respondería al refrán: «De tal palo, tal astilla». Pero a saber si en el caso de Santi, con lo que está viviendo, no estará «construyendo molinos» como sugería el proverbio chino. Quisiera creer que Santi es un niño superdotado en «resiliencia» y que su actual entorno humano le será favorable.