¿QUIÉN SOY? SENTIDO E IDENTIDAD EN LOS JÓVENES – Juan Jesús Gutierro Carrasco

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Juan Jesús Gutierro Carrasco

jgutierro@comillas.edu

Si hablamos de la cuestión de la identidad saldrán a nuestro encuentro cantidad de términos: subjetividad, libertad, sentimientos, y con estos, puede ser que indefinición, complejidad, ansiedad, fragilidad… Abordar la difícil cuestión de la identidad en los jóvenes como reto para la pastoral juvenil puede ser una oportunidad para diagnosticar sus dificultades y para encontrar una vía a explorar. Para lo primero, ayudado de datos sociológicos, haremos un diagnóstico de, a nuestro juicio, los cuatro elementos que marcan hoy la identidad de nuestros jóvenes; para lo segundo, iremos a la raíz antropológica de la cuestión, sirviéndonos para ello de la filosofía, especialmente de la aristotélica.

Mucho se ha escrito en los últimos tiempos sobre las diferencias entre generaciones, particularmente entre la llamada «Generación z» (ya incluso la «Generación alfa») y la de sus abuelos: diferencias en lenguaje, en la comprensión de la política, en la sexualidad, en el trabajo, ¿Pero realmente existen tales diferencias? ¿O quizá son las mismas que han existido siempre entre generaciones pero amplificadas por una sociedad mediática y subjetivista?

Podríamos, en primer lugar, plantearnos: ¿de qué jóvenes hablamos? ¿Acaso es lo mismo una chica de 17 años de un pueblo de Castilla y León que uno de su misma edad en Barcelona? ¿Tiene las mismas inquietudes un joven en Madrid a los 22 que uno en Cariñena? Estas diferencias son mayores si consideramos variables como renta económica, clase social, estudios, religión, y un largo etcétera. Bien saben los sociólogos la dificultad de sus estudios, pues el ser humano es complejo, cada uno diferente, singular e irrepetible.

La identidad no es un concepto estático; es algo que se construye y reconstruye a lo largo de la vida

Quizá este pudiera ser el punto de partida de estas páginas, pues no se pretende abordar sociológicamente la construcción de la identidad personal, sino desde la filosofía, es decir, acudir a la raíz profunda de lo que la identidad del ser humano quiere significar. La identidad no es un concepto estático; es algo que se construye y reconstruye a lo largo de la vida, especialmente durante la juventud, un periodo lleno de exploración y cambio.

Cuando hablamos de identidad, inevitablemente estamos hablando de un proceso de construcción que se da en interacción con el mundo que nos rodea. No somos seres aislados; nos formamos en relación con nuestra familia, amigos, la comunidad y la cultura en la que estamos inmersos. Sin embargo, en la sociedad contemporánea, esta construcción se ve constantemente influenciada y a veces distorsionada por las redes sociales y los medios de comunicación, que pueden imponer modelos y expectativas irreales. El filósofo Zygmunt Bauman describió esta condición como «modernidad líquida»» donde las identidades son fluidas y cambiantes, lo que puede generar una sensación de inestabilidad e inseguridad en los jóvenes.

El diagnóstico

No se pretende partir de una visión catastrofista de nuestra realidad, a la vez que tampoco diluir la dureza de la misma. Abordaremos, en el diagnóstico, de manera implícita, cuatro puntos principales: la denominada «generación de cristal» y la posible patologización del malestar, la futurofobia y el problema de la soledad. Comencemos con la afirmación del Documento final del Sínodo sobre los jóvenes:

«Contrariamente a un estereotipo generalizado, el mundo juvenil también está profundamente marcado por la enfermedad y el dolor. En muchos países crecen, sobre todo entre los jóvenes, las formas de malestar psicológico, depresión, enfermedad mental y desórdenes alimentarios, vinculados a experiencias de infelicidad profunda o a la incapacidad de encontrar su lugar en la sociedad; por último, no hay que olvidar el trágico fenómeno de los suicidios» (nº 43).

Quizá parezca que a esta afirmación le encaja el término «generación de cristal», el cual se ha popularizado para describir a una juventud percibida como frágil, hiperconsciente de su vulnerabilidad, y excesivamente reactiva a las adversidades. Esta percepción, sin embargo, debe ser matizada. Es cierto que muchos jóvenes hoy en día muestran una sensibilidad mayor hacia el sufrimiento, ya sea propio o ajeno, pero esto no necesariamente indica fragilidad. Más bien, podría interpretarse como una forma de consciencia ampliada, un reflejo de una sociedad que ha abierto sus ojos a las múltiples injusticias y desigualdades que antes eran ignoradas o minimizadas.

Reflejo de una sociedad que ha abierto sus ojos a las múltiples injusticias y desigualdades

Ahora bien, el problema radica cuando esta mayor consciencia conduce a una patologización del malestar. Como numerosos médicos, sociólogos y psicólogos han insistido, no todo malestar debe ser considerado una enfermedad. Vivir implica experimentar una amplia gama de emociones, y no todas ellas son patológicas. El dolor, la tristeza, la frustración, la incertidumbre son parte inherente del crecimiento personal y de la construcción de la identidad. Sin embargo, en una sociedad que tiende a medicalizar cualquier forma de malestar, es fácil caer en la trampa de creer que cualquier desajuste emocional es necesariamente un problema médico que debe ser resuelto con fármacos. El riesgo aquí es que, al intentar protegerse de cualquier tipo de dolor, terminen por evitar las experiencias que son esenciales para su crecimiento personal y social.

Otro factor que alimenta esta situación es la angustia ante el futuro, una constante que se ha exacerbado en las últimas décadas debido a la incertidumbre económica, el cambio climático, las crisis políticas y sociales, entre otros factores. La futurofobia, o el miedo al futuro, es un fenómeno creciente que afecta a una gran parte de la juventud. Esta ansiedad no solo se debe a preocupaciones legítimas sobre el estado del mundo, sino también a una presión social constante por tener éxito, definir su identidad y asegurar un lugar en un mundo cada vez más competitivo. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), casi el 40% de los jóvenes experimenta ansiedad, muchas veces vinculada a la incertidumbre sobre su futuro.

La soledad es otro de los grandes males que aqueja a la juventud actual. A pesar de estar más conectados que nunca a través de las redes sociales, muchos jóvenes se sienten profundamente solos. Las cifras arrojadas por el Estudio sobre Juventud y Soledad no deseada en España presentado en febrero de 2024 sostienen que el 25,5% de los jóvenes españoles de entre 16 y 29 años se sienten solos actualmente y que el 69% de las personas de este mismo rango de edad se sienten solas ahora o se han sentido solas en algún momento de su vida. Se produce así una paradoja entre la hiperconectividad virtual y la desconexión emocional real, un problema que no puede ser ignorado. La falta de relaciones significativas y el sentimiento de aislamiento pueden tener graves consecuencias para la salud mental y el bienestar general.

Sentido

¿Quién soy? Esta es la pregunta que durante siglos ha acompañado al ser humano. Irremediablemente quién soy va acompañada de dónde vengo, a dónde voy, cuál es el sentido de mi vida. 

Quién soy va acompañada de dónde vengo, a dónde voy, cuál es el sentido de mi vida

Las grandes preguntas, para algunos consideradas inútiles, han vertebrado, y a veces quebrado, al ser humano. Si tuviéramos que intentar definirnos, ver qué es aquello que nos hace singulares, aquello en que quizá resida nuestra originalidad podríamos caer en la cuenta de que hay muchos rasgos físicos y espirituales que desbordan la lógica materialista: la risa, el llanto, una mirada, el amor, una amistad… ¡Cuántas veces te desarma una mirada! ¡Cuántas te emociona un abrazo amigo! ¡Cuántas desbordas de impotencia en un llanto!

Es lo singular del ser humano, su misma identidad, su subjetividad, lo más profundo de su mismo ser. Pero esto que soy no es solo un sentimiento, no es solo cómo me siento, pues las emociones, pasiones, la afectividad en general, son variables, efímeras. Quién soy va más allá de lo que siento, pero también de lo que conceptualizo. No soy solo como me siento, pero tampoco como me pienso, sino que soy, en palabras de Eduardo Galeano, un ser sentipensante:

«Me gusta la gente sentipensante, que no separa la razón del corazón. Que siente y piensa a la vez. Sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón».

Sin embargo, vivimos en un momento de exaltación de lo que siento, donde el núcleo de nuestra identidad vendría dado por la espontaneidad del sentimiento. Como afirma Ramón Rodríguez: 

«La subjetivación del sentimiento se torna insensiblemente en la sentimentalización del sujeto: este es lo que son sus sentimientos, que son los verdaderos constituyentes de su persona. Paradójicamente, los sentimientos, que son por esencia efímeros y cambiantes, funcionan tácitamente como el núcleo duro de la identidad personal, ellos asumen y resumen lo que la persona es».

Los sentimientos surgen de la valoración de la realidad, pues las emociones perciben el mundo desde el sujeto y vinculado con lo que consideramos importante para nuestro bienestar. Escribe Martha Nussbaum: 

«En pocas palabras, las valoraciones asociadas con las emociones son evaluaciones desde mi perspectiva, no desde un punto de vista imparcial; encierran una referencia ineliminable al yo». 

El sentimiento es aquello que nos afecta, lo que nos interesa, lo que las cosas son para mí. Más que autores, muchas veces somos víctimas o beneficiarios, e incluso en muchas ocasiones no sirve un acto de la voluntad para modificar un afecto.

Ahora bien, necesitamos vivir sentimentalmente, pero necesitamos también vivir por encima de los sentimientos y de acuerdo no solo a valores sentidos sino también pensados. Cuando una persona es virtuosa, los valores pensados son realmente sentidos. No se trata solo de vivir conforme a lo que se siente, sino que lo que se siente se oriente al bien, a la verdad, a la belleza. ¿Pero cómo querer aquello que es difícil, arduo de conseguir si me traerá dificultades, o me llevará la contraria?

Para Aristóteles la clave es ser magnánimo, el del alma grande, el que busca la grandeza y no se queda en las pequeñas cosas, el que tiene la valentía para emprender la obra y la constancia para mantenerla, de ahí la importancia de la educación en la virtud.

He aquí lo difícil, la construcción de la virtud

He aquí lo difícil, la construcción de la virtud, para lo cual juega un papel fundamental la voluntad y la libertad. Virtud es el hábito para realizar una vida plena y buena. Nos sonarán las virtudes de la justicia, la prudencia, la templanza y la fortaleza, pero esto choca tanto con mis pretensiones de éxito, de reconocimiento, de triunfo… que lo difícil es armonizarla con la libertad. Ahora bien, libertad no es hacer todo lo que quiero, sino que aquello que quiero hacer sea bueno y poderlo poner en práctica. Como ha definido con acierto García Cuadrado: «libertad significa autoposesión de la propia existencia, capacidad de elegir qué tipo de persona quiero ser, […] capacidad de amar lo mejor». Para ello necesito valores, referentes, ideales. Decía Viktor Frankl que quien tiene un porqué por el que luchar es capaz de soportar cualquier cómo. Una vida virtuosa se logra si sabes a dónde dirigirla, si logras reconocer que solo no eres capaz. Es a lo que vamos a denominar sentido.

Una vida virtuosa se logra si sabes a dónde dirigirla

Escribía Olegario González de Cardedal que: 

«Sentido es lo que crea el ámbito necesario para respirar con holgura, para existir sin sobresalto, para avanzar confiados hacia el futuro, para asumir la vida en propia mano, para confiar en que el empeño de nuestros días no será vano ni nuestro amor cenizas».

En medio de la confusión, la ansiedad, y la soledad, encontrar un sentido, una razón de ser, puede ser el ancla que los jóvenes necesitan para navegar las aguas turbulentas de la modernidad porque les permite responder a la pregunta de ¿quién soy? Este sentido no tiene que ser necesariamente algo grandioso o trascendental; puede ser tan simple como un propósito diario, una pasión o un compromiso con algo o alguien. Lo importante es que ese sentido sea auténtico y esté alineado con los valores y deseos más profundos de cada individuo.

La importancia de encontrar un sentido está estrechamente relacionada con la noción de vocación personal, entendida como la identificación de aquello que confiere significado profundo a nuestras acciones y decisiones. Esta búsqueda de sentido es lo que nos impulsa a levantarnos cada día, lo que nos proporciona una brújula interna en un mundo que a menudo parece caótico e inestable. Todo proyecto de vida está anclado en una opción fundamental, que se concreta en una decisión sobre uno mismo y sobre la propia vida. Según R. Lucas: «La opción fundamental es la elección por la que cada hombre decide explícita o implícitamente, la dirección global de su vida, el tipo de hombre que desea ser».

Para los jóvenes el camino hacia la vocación y el sentido de la vida puede ser confuso, especialmente en un entorno que a menudo enfatiza el éxito material y la fama por encima del desarrollo interno. Sin embargo, es crucial recordar que el sentido no se encuentra necesariamente en lo que otros consideran valioso, sino en lo que uno mismo percibe como significativo. Esto requiere coraje para explorar, para fracasar, y para seguir adelante en la búsqueda de aquello que realmente importa, de aquello que permite avanzar confiado, que permite asumir la propia vida.

«¿Cómo podemos despertar la grandeza y la valentía de elecciones de gran calado, de impulsos del corazón para afrontar desafíos educativos y afectivos? La palabra la he dado muchas veces, ¡arriesga! Arriesga. Quien no arriesga no camina. ¿Y si me equivoco? ¡Bendito sea el Señor! Más te equivocarás si te quedas quieto», Francisco.

En conclusión, más que etiquetar a las nuevas generaciones como frágiles o perdidas, debemos reconocer la complejidad de su realidad y la necesidad de un acompañamiento que no solo apunte a mitigar el malestar, sino que también les ayude a encontrar su propio sentido en el caos de la vida moderna. La pregunta «¿quién soy?» sigue siendo tan relevante hoy como lo ha sido siempre, y es a través de la búsqueda de su respuesta como los jóvenes podrán construir una identidad sólida y significativa.

«La vida de los jóvenes, como la de todos, está marcada también por heridas. Son las heridas de las derrotas de la propia historia, de los deseos frustrados, de las discriminaciones e injusticias sufridas, del no haberse sentido amados o reconocidos. Son heridas del cuerpo y de la mente. Cristo, que ha aceptado pasar por la pasión y la muerte, se hace prójimo mediante su cruz de todos los jóvenes que sufren. Por otro lado, están las heridas morales, el peso de los propios errores, los sentimientos de culpa por haberse equivocado. Reconciliarse con las propias heridas es hoy más que nunca condición necesaria para una vida buena. La Iglesia está llamada a sostener a todos los jóvenes en sus pruebas y a promover acciones pastorales adecuadas» (Documento final del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, n.º 83).

Aquí queda el reto pastoral abierto, ¿cómo podemos como Iglesia ayudar a la pregunta y respuesta del quién soy en nuestros jóvenes? ¿Cómo hacerles descubrir el Sentido para tener una vida plena y significativa?

Para amplia

  • García Barnés, H., Futurofobia, Plaza&Janés, 2022.
  • García Cuadrado, J.A., Antropología filosófica, Eunsa, 2019.
  • Gesché, A., El sentido, Sígueme, 2004.
  • Haidt, J., La generación ansiosa, Deusto, 2024.
  • Han, Byung-Chul, La sociedad paliativa, Herder, 2021.
  • Serrano, B., El descontento, Temas de hoy, 2023.