QUIÉN LO IMPIDE: LA ADOLESCENCIA SEGÚN JONÁS TRUEBA Descarga aquí el artículo en PDF
Fernando Donaire Martín, OCD
Si tienes quince años
y pretendes escapar
con eso basta y sobra para hacerlo.
Rafael Berrio
El joven cineasta madrileño Jonás Trueba, hijo del también director Fernando Trueba y sobrino de David Trueba, forma parte de una de las estirpes más importantes del cine español. Este mes de septiembre estrena película, Volveréis, una celebración de la ruptura de la pareja hecha con humor y con buena dosis de ironía y mala leche que ya gustó en la Quincena de realizadores del pasado Festival de Cannes y que abre la reentré del nuevo curso cinematográfico. Sin embargo, no nos centraremos en esta nueva propuesta sino en el acercamiento que hace Jonás a los jóvenes en su película Quién lo impide, la mejor radiografía de la juventud española hecha en cine, entre la ficción y el documental.
Que cinco años no es nada
La propuesta juvenil de Trueba dura casi cuatro horas y se tardó cinco años en rodar. A medias entre ficción y realidad, a caballo entre el tiempo y la actualidad, desde que se estrenó hace ahora tres años parece que ha pasado un siglo por los cambios que los jóvenes experimentan al hilo de la complejidad del propio sistema en el que vivimos, este realismo capitalista que nos engulle. Pero a pesar del tiempo y de la velocidad, aún podemos reconocer en la cinta muchos de los principios y coordenadas que nos preguntamos en este número de nuestra revista: la construcción de la identidad de los jóvenes, sus dificultades, necesidades, referentes, espacios o llamada a la trascendencia. Todos estos temas aparecen de una manera u otra en esta cinta con vocación de testimonio y con las claves del peculiar cine del más joven de los Trueba.
La insoportable levedad de ser adolescente
Eso es lo que busca el director: hacer una instantánea, lo suficientemente preparada, del paso de la adolescencia de un grupo de chicos de hoy a través de la radiografía de la honestidad y los miedos que albergan en sus vidas y que se procesan a través de una ficción guiada que no adulterada ni forzada.
Ser adolescente es casi un oxímoron donde se mezcla la intensidad y la levedad. Recuerdo siempre a una compañera profesora que cuando me veía hablando con mis alumnos y escuchaba sus conversaciones suspiraba por volver a ese tiempo en el que nada importa demasiado y todo importa mucho. Esa contradicción que hace de la etapa un espacio privilegiado para el cambio y para la vida.
Porque todo importa mucho y a la vez nada. El acné en el rostro, las desavenencias con los amigos, el vello inoportuno, los miembros que no crecen al ritmo que queremos. Todo construye una manera de ser, una forma de enfrentarse al mundo. Y gracias a Dios esa etapa se termina, pasa. Pasamos la pantalla y seguimos adelante. La adolescencia encierra en sí misma el misterio de las posibilidades, de todo lo que está por hacer, de que cualquier camino es posible en el horizonte.
La adolescencia encierra en sí misma el misterio de las posibilidades
Los adolescentes, un género en sí mismo
No es que Jonás Trueba haya descubierto ningún nicho porque la adolescencia siempre ha tenido espacio en el cine y en las series. Desde el Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1995) en el que James Dean brilla con todo su esplendor en un papel icónico por cómo se desarrollaron los acontecimientos en su vida hasta Boyhood (Richard Linklander, 2014) donde su director dedica doce años del crecimiento a su personaje. Ambas forman dos extremos de un todo estilístico que podríamos ir llenando con distintas propuestas tan diferentes y antagónicas como Los cuatrocientos golpes (François Truffaut, 1959) o American Graffiti (George Lucas, 1973). Sin olvidar propuestas tan «radicales» como Euphoria (Sam Levinson, 2019) o la española Élite que siguen teniendo como protagonistas a los adolescentes.
Las partes del todo
La estructura de la película de casi cuatro horas está dividida en tres partes con dos intermedios en los que los adolescentes hablan y se expresan de manera libre frente a la cámara. En ese espacio y en ese tiempo de libertad el director ha apostado por dejar la línea temporal de la grabación como recurso para que pueda verse la evolución y el proceso que van tomando las diferentes conversaciones de los adolescentes, todos actores no profesionales que aparecen al comienzo de la película como espectadores, después de cumplir unos años, de su propia vida plasmada en una película.
En la primera parte encontramos el testimonio de los adolescentes encapsulado en pequeños momentos fruto de las entrevistas que el director fue acumulando en el proyecto. Son pequeños chispazos de encuentros, juegos y complicidades. Es una parte muy fresca por el propio montaje, que nos ayuda a conocer a los protagonistas y sus intereses.
En la segunda parte encontramos una sección o colección de ficciones escritas que los adolescentes ponen en pie con generosidad y naturalidad. Van desde el viaje de estudios a las vacaciones de Semana Santa. El director se implica en el punto de vista para que la distancia entre los personajes sea menor, haciendo que nosotros, como espectadores, podamos ser testigos de unos personajes que van cobrando vida y fuerza a medida que el metraje avanza. Esta segunda parte de la película pone las bases de lo que quiere hacer el director, mostrarnos un mosaico a manera de manifiesto de una generación. En mi opinión es la parte más conseguida, la que lleva, de la mano de la ficción, a la mayor claridad y realidad. Cuando la ficción se convierte en lo real, en lo más cotidiano, en lo que no chirría frente a los artificios de una realidad cruenta.
Y es mirando al futuro en la tercera parte donde vuelve al documental para cerrar el círculo abriendo el horizonte a la incertidumbre del futuro, teniendo en cuenta que el montaje se hizo en plena crisis del COVID. Algunos autores ven esta tercera parte como un guiño a la carta del personaje de Olmo quinceañero en su película La reconquista a través de la frase: «Pero nosotros sabemos algo que los más mayores no pueden saber, ni siquiera nosotros mismos de mayores». Puede dar lugar a la desconfianza, a la perplejidad, a no saber muy bien a dónde nos dirigimos, pero, sin embargo, desde la naturalidad y el artificio construido por Trueba nos encontramos ante un documento importante para comprender de manera diferente al adolescente actual.
Una especie de euforia
La película, como la vida, como la adolescencia, revela algo muy pegado a la euforia de lo que no está escrito ni terminado. De la novedad con la que se hacen las cosas y la certeza de que hay que saber expresar aquello que sentimos de la mejor manera posible sin pretender saberlo de antemano. Es un grito a la sociedad de unos adolescentes que sienten que están ahí a pesar de lo precario, lo salvaje y lo destructivo del entorno. ¡Estamos aquí! ¿Quién lo impide? Esperemos que nadie.
Es un grito a la sociedad de unos adolescentes que sienten que están ahí a pesar de lo precario.